Por Andrés Colmán Gutiérrez- @andrescolman
Hubo una época en que gran parte de la región del Alto Paraná estuvo cubierta de bosques vírgenes, que protegían inmensas extensiones de yerba mate silvestre, que sostuvieron la economía del Paraguay tras la Guerra de la Triple Alianza (1864-1870).
El antiguo poblado de Itakyry, a 120 kilómetros al norte de Ciudad del Este, fue durante más de medio siglo uno de los centros administrativos de la poderosa empresa latifundista La Industrial Paraguaya Sociedad Anónima (LIPSA), que llegó a adquirir 2.718.750 hectáreas en la Región Oriental, durante el gobierno del general Bernardino Caballero.
Hasta ahora, la antigua casona que sirvió de administración a La Industrial sobrevive como un museo en el centro urbano de Itakyry.
En su famosa serie de reportajes “Lo que son los yerbales”, publicada en 1908 en El Diario, de Asunción, el periodista y luchador social anarquista Rafael Barrett denunció el régimen de esclavitud al que eran sometidos los peones de la empresa yerbatera, conocidos como “los mensú", situación que luego inspiró grandes relatos literarios, como los de la novela Hijo de hombre, de Augusto Roa Bastos.
Con la llegada del llamado “boom” de la soja y de otros cultivos de renta en los años 70 y 80, los bosques vírgenes del Alto Paraná fueron devastados para ser sustituidos por extensos campos de tierra mecanizada, principalmente en manos de grandes empresarios agrícolas, en su mayoría de origen brasileño.
Aun así, algunos remanentes de yerbales vírgenes quedaron en manos de grupos de familias productoras, que sostuvieron el método orgánico y artesanal de producción y comercialización de la yerba, como es el caso de unas 10 familias yerbateras de Ytororó, localidad sobre la ruta que lleva a Ytakyry, a unos 20 kilómetros del cruce con la carretera de Itaipú.
Pero ahora esta producción sobreviviente también se encuentra amenazada y dañada por el avance de los cultivos mecanizados de soja, según la denuncia que dan a conocer los yerbateros afectados.
Una tradición cultural bajo riesgo
El pasado 15 de octubre, la señora Ramona Sánchez de Romero, propietaria de unas 40 hectáreas de tierra aún con bosques en Ytororó, donde se protegen y aprovechan las plantaciones de yerba mate silvestre, fue a revisar los cultivos y encontró que la mayor parte de las plantas estaban arruinadas, con las hojas totalmente quemadas, según ella por los efectos de los productos agroquímicos que llegan desde el sojal vecino.
La familia Romero Sánchez se dedica a la producción de yerba nativa y orgánica desde hace más de 30 años. Muchas otras familias que se dedicaban tradicionalmente al mismo rubro se vieron obligadas a vender sus tierras ante el acoso de los sojeros y solo quedan unas 10 familias que resisten con sus cultivos de yerba mate.
“Actualmente el cultivo de la soja nos invade, nos avasalla, violando todas las leyes ambientales. No tienen barreras vivas protectoras, ni curvas de nivel, como establece la legislación. La mecanización de los terrenos llega hasta casi la mitad de la calle de acceso y las fumigaciones se hacen con productos agrotóxicos muy potentes, sin respetar el curso del viento, ni su velocidad, causando graves daños a las plantas de yerba mate orgánica”, relata Mirta Romero, quien acompaña a sus padres, Ceferino Romero y Ramona Sánchez, en el mantenimiento de este rubro de producción tradicional, actualmente en peligro.
Con el efecto causado por la contaminación, la cosecha de yerba mate queda impedida durante tres años, “además de los gastos que implica el cuidado de la plantas para poder recuperarse. El daño causado a nuestra familia es muy grande”, destaca Mirta.
Denuncias que no son atendidas
Las familias afectadas presentaron una denuncia ante la oficina regional del Servicio Nacional de Calidad y Sanidad Vegetal y de Semillas (Senave), como ante la Secretaría del Ambiente (SEAM) y la Fiscalía del Medio Ambiente de Ciudad del Este, pero no han obtenido respuestas.
“Los técnicos del Senave fueron a hacer una verificación, pero aún no nos han dado ninguna respuesta. La gente de las otras instituciones ni siquiera acudieron aún”, reclama Mirta Romero.
La Organización de Mujeres Campesinas e Indígenas (CONAMURI) intervino en el caso, a pedido de las familias afectadas y dio a conocer un comunicado este martes 27, en el cual responsabiliza de los daños causados a los yerbales al colono brasileño y productor de soja Wilmar Dos Santos, quien ha alquilado unas 1.000 hectáreas de tierras en la zona para destinarlas a “la producción de soja transgénica”.
Según el informe de CONAMURI, las plantaciones de soja de Dos Santos “bordean, casi hasta arrinconarla” a la Escuela N.° 3.506 General Patricio Escobar, donde asisten niños y niñas hasta el sexto grado de la educación primaria. Lo mismo ocurre con una capilla, que es lugar frecuente de encuentro comunitario.
“Una niña de 12 años, alumna de la escuelita, falleció hace unos meses con síntomas razonablemente sospechosos de haber sido provocados por la exposición directa a los agroquímicos del sojal. Igualmente, toda su familia se vio afectada. El señor Marcelino Verón informó que otra de sus hijas menores de edad estuvo internada varios días en el hospital con el mismo cuadro que el de aquella de 12 años con peor destino”, destaca el documento.
La escuelita de la comunidad cuenta con dos pequeñas aulas, donde asisten los niños y niñas hasta el sextor grado. “Los niños juegan en el patio durante el recreo mientras al lado se está echando veneno”, destaca Belén Romero, pobladora del lugar e integrante de CONAMURI.
Belén relata que la niña de 12 años, de la familia Verón Centurión, que falleció hace dos meses, “un día se enfermó de fuertes dolores, diarrea y vómito de sangre, y al día siguiente ocurrió su deceso. El diagnóstico médico fue H1N1, pero en el certificado de defunción figura que fue víctima de neumonía”.
La madre de la menor sospecha que su muerte se debió a las fumigaciones con agrotóxicos y le llama la atención que los médicos hayan recomendado su inmediato entierro “para evitar contaminación”, según el informe de CONAMURI.
Agrega que todos los demás miembros de la familia se quedaron con síntomas similares después del paso del tractor fumigador por cerca de su vivienda y de la escuelita.
Un panorama desolador
La mayoría de las viviendas de Ytororó están rodeadas de sojales y sin ninguna protección, violando las disposiciones ambientales que establece barreras se protección, según la denuncia de los pobladores.
“Las familias también son perjudicadas por las reiteradas muertes de sus animales domésticos, como gallinas, patos, etc., presumimos que como efectos del uso de agrotóxicos. Además, hay un pozo de agua común, el cual es alcanzado por las fumigaciones, y nos preocupa que el agua pueda sufrir algún tipo de contaminación, ya que la mayoría de las familias utilizan esa agua para beber”, indica Mirta Romero.
La situación de los pobladores yerbateros de Ytororó genera preocupación, pero hasta ahora, a pesar de las reiteradas denuncias, no hay reacción de las autoridades.
Además de ser fuente de ingreso para muchas familias, el cultivo de la yerba mate es también el principal símbolo cultural de la ciudad de Ytakyry, cuyo municipio organiza todos los años el Festival del Tereré en el mes de febrero, pero sus pobladores temen que si no se detiene el peligro de desaparición de los últimos cultivos de yerba mate nativa y orgánica, pronto solo quede como una evocación folklórica.