26 dic. 2024

Las anécdotas más curiosas del golpe que derrocó al dictador Stroessner

El yeso falso del general Rodríguez, los golpistas que se equivocaron de dirección, el capitán que combatió en alpargatas... componen lo pintoresco de la gesta del 2 y 3 de febrero de 1989.

La historia de los pueblos está hecha de grandes momentos heroicos o trágicos, pero también de pequeñas y singulares anécdotas, muchas veces jocosas, que dan la medida de la humanidad de los protagonistas. El alzamiento militar del 2 y 3 de febrero de 1989, que puso fin a casi 35 años de dictadura del general Alfredo Stroessner, iniciando la transición a la democracia en el Paraguay, estuvo matizado de situaciones pintorescas. A 26 años del golpe, aquí rescatamos algunas de esas historias.

¿Cómo evitar una reunión personal con el presidente Alfredo Stroessner y eludir cualquier acción de parte suya que desactive la programada conspiración militar para derrocarlo, ante los rumores que comenzaban a correr de boca en boca?

Era el dilema que enfrentaba el entonces comandante del Primer Cuerpo de Ejército, general Andrés Rodríguez, jefe de la sublevación en marcha, cuando recibió una citación del dictador para presentarse a una reunión en el Comando en Jefe, el jueves 26 de enero de 1989, una semana antes del golpe programado.

En esa época, las órdenes del “Supremo” no se desobedecían, pero el riesgo de asistir era grande. Corría la versión de que Stroessner pensaba pasar a retiro a Rodríguez y relevarlo del mando.

Los asesores del general rebelde le aconsejaron que fingiera haber sufrido un accidente en una de las piernas, para no acudir.

Golpe. El  2 y 3 de febrero  se movilizan las tropas militares para derrocar a Stroessner.

Golpe. El 2 y 3 de febrero se movilizan las tropas militares para derrocar a Stroessner.

“Me caí de la escalera y me quebré la pierna, por lo que no podré ir a la reunión. Por favor, hágale llegar mis disculpas al señor comandante en jefe”, le dijo Rodríguez por teléfono al jefe de Estado Mayor, general Alejandro Fretes Dávalos.

Desconfiado, Fretes Dávalos envió espías al cuartel de la Caballería, en Campo Grande, aprovechando que había un ejercicio de cimeforistas, en la mañana del 2 de febrero.

Efectivamente, los emisarios pudieron ver que Rodríguez estaba inmovilizado en un sillón por un enorme yeso, que un médico militar amigo le había colocado con mucha paciencia.

Era el mismo médico que, horas después, le tuvo que cortar y volver a sacar el yeso, para que el general de Caballería recuperara pleno movimiento y se pusiera al frente de la sublevación en marcha.

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Foto: Archivo UH.

Cerca de las 17.00 del jueves 2 de febrero, el general Alfredo Stroessner estaba en casa de uno de sus más leales colaboradores, el coronel Feliciano Manito Duarte, presidente de la telefónica estatal Antelco, disfrutando de un juego de naipes, cuando le avisaron que su hijo Gustavo le llamaba por teléfono. Molesto por ser interrumpido, el dictador escuchó la voz alarmada de su hijo al otro lado del tubo: –¡Parece que es cierto que Rodríguez está preparando el golpe...! ¡Todos dicen que ocurrirá esta noche...!

El anciano gobernante miró a sus amigos, sentados a la mesa con las cartas de barajas en la mano, que escuchaban expectantes, y les hizo un gesto de que no era nada importante. –¡Vamos a dejar de lado esos disparates...! ¡Yo ya hablé con Rodríguez y todo está bien...! –exclamó Stroessner, cortó la llamada y volvió a sentarse a la mesa, dispuesto a seguir jugando.

“El pato va a ir a su dormidero”, fue la clave que un informante del entorno de Stroessner comunicó al general Andrés Rodríguez, en la tarde del 2 de febrero, cuando supo que el dictador abandonaba la casa de Manito Duarte para dirigirse a la residencia de Estela Ñata Legal, su amante y madre de dos de sus hijas.

Rodríguez sintió que era la oportunidad para capturar vivo a Stroessner y evitar un baño de sangre, por lo cual pidió al coronel Eduardo Allende, comandante del Servicio Agropecuario, y al coronel Mauricio Díaz Delmás que dirigieran una operación comando para atrapar al “Supremo”.

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Foto: Archivo UH.

A las 19.45, ambos jefes militares fueron en un auto particular hasta la casa de Ñata (frente a donde está ahora el Shopping del Sol, sobre la avenida Aviadores del Chaco), a reconocer el terreno. Stroessner aún no había llegado. Dejaron a un teniente coronel de apellido Vargas para que vigilara y regresaron a preparar el asalto.

Stroessner llegó como a las 20.00 y Vargas intentó avisar, pero su radio móvil no funcionó. Tuvo que ir hasta el cuartel sobre Madame Lynch, perdiendo un valioso tiempo.

A las 21.00, finalmente las tropas embarcaron en dos camiones del Servicio Agropecuario, un transganado y otro granelero. Tenían que llegar a la casa de Ñata, atropellar y derribar el portón trasero e ingresar disparando, pero el coronel Díaz Delmás se desesperó al ver que los camiones pasaban de largo la calle en que debían ingresar.

“Me adelanté y le pregunté a los conductores: ¿A dónde van...? Me contestaron que no sabían bien la dirección”, relató luego el jefe militar.

Tuvieron que dar la vuelta y regresar. El coronel les mostró la calle en que debían entrar.

“Al llegar, le señalé al conductor el portón de hierro, y de nuevo pasó de largo. Nos adelantamos de nuevo y le ordené al teniente coronel Díaz Cano que pase al otro camión, en la estribera. Me dijo, en guaraní: '¡Falta de reconocimiento, mi coronel...!’”, recuerda Díaz Delmás.

Finalmente pudieron ingresar y tras un fuerte intercambio de disparos con los soldados, que eran parte de la guardia habitual de Ñata, se decidió la retirada. Después se supo que Stroessner se había marchado de la casa minutos antes del ataque, dirigiéndose al Batallón Escolta Presidencial, donde buscó refugio.

La operación para derrocar a Stroessner tenía el nombre clave de Operación 33, porque estaba previsto ejecutarse a las 3 de la madrugada del 3 de febrero, pero el fracaso en capturar a Stroessner en casa de Ñata Legal puso sobre aviso a los leales al Gobierno y obligó a los golpistas a adelantar el ataque.

Tras una frugal cena, muchos oficiales y soldados se habían retirado a descansar, esperando la hora indicada, cuando recibieron el sorpresivo aviso de que había que salir enseguida.

El capitán de Caballería, Wladimiro Woroniecki, estaba duchándose tranquilamente, cerca de las 21.15 de la noche del 2 de febrero, cuando un auxiliar entró a informarle que su superior, el coronel Lino Oviedo, le pedía que acudiera en forma urgente, pues el ataque se había adelantado y los tanques de guerra ya estaban saliendo.

“No tuve tiempo ni de secarme bien. Me puse el uniforme con el cuerpo mojado y busqué mis botas, pero no estaban en ninguna parte. Entonces me puse lo primero que encontré, que eran unas alpargatas...”, confirmó Woroniecki, quien tuvo que combatir con ese informal calzado el resto de la noche e incluso conducir el jeep del Regimiento de Caballería N° 3, que encabezó la caravana de tanques, escoltando al general Stroessner, luego de su rendición en el Batallón Escolta, hasta la sede de la Caballería.

La noche del 2 de febrero de 1989, la ciudad de Itá celebraba la víspera de su fiesta patronal con dos grandes conciertos de sus principales clubes sociales y deportivos, que rivalizaban con la actuación de grandes artistas internacionales. En el Olimpia de Itá actuaba el celebrado cantante mexicano Luis Miguel, mientras en el Sportivo Iteño lo hacía el también renombrado artista argentino Sergio Denis.

En una entrevista con Última Hora, Denis contó que él se enteró del golpe en Asunción, antes de salir hacia Itá, cuando escuchó los primeros disparos, cerca de las 22.00, desde el Hotel Guaraní (donde estaba alojado), presumiblemente durante el ataque de la Marina contra el Cuartel de Policía.

Aun así, el artista decidió ir a actuar. “Tanto el club que me había traído como el que trajo a Luis Miguel habían metido cerca de diez mil personas cada uno. El empresario que me contrató dijo: ‘La gente te está esperando desde las 9 de la noche, no saben nada de lo que sucede, tenés que ir a cantar’”, recuerda.

En contra de la leyenda que asegura que ambos artistas tuvieron que quedarse a pernoctar en Itá, Sergio asegura que sí pudieron regresar a Asunción esa madrugada, casi al alba, pero de un modo muy pintoresco.
“Salimos en un colectivo, pasamos al otro Club (Sportivo Iteño) a buscar al colectivo que traía a Luis Miguel y sus músicos y avanzamos por la ruta, escoltados por dos motociclistas militares, que eran del grupo leal a Stroessner. Como a dos kilómetros encontramos una barrera militar, donde hubo averiguaciones y los dos motociclistas que nos escoltaban quedaron detenidos. Eran los militares del ejército revolucionario, quienes, para que sigamos camino, nos pusieron a otros dos motociclistas, pero ya del bando ganador”, relató el cantante.
Tanto Sergio Denis como Luis Miguel admitieron que esa noche pasaron “un gran susto”, pero al mismo tiempo una experiencia inolvidable. “Me puse muy contento con el pueblo paraguayo”, dijo Sergio.

La emisora católica Radio Cáritas fue la única que pudo sacar a sus reporteros a la calle y transmitir en vivo momentos del combate, con el sonido de disparos y explosiones.
El periodista Celso Velázquez fue el primero en informar sobre el avance de los tanques desde la zona de la Caballería, en Campo Grande, y en relatar en directo algunas escaramuzas en la zona del microcentro, en las inmediaciones del Cine Victoria.
Juan Pastoriza también salió después con un móvil, al que le ataron una bandera blanca, junto con el chofer Julio César R0jas, hacia el principal campo de batalla, en las cercanías del Batallón Escolta, donde se buscaba la rendición del general Stroessner.
“Pudimos sortear los tanques e, increíblemente, los soldados apostados detrás de los mismos, o tirados en el suelo disparando, no nos dieron importancia y pasamos. Subiendo la calle 25 de mayo y pasando General Santos, no había una sola luz. La oscuridad era espantosa”, relató Pastoriza.

Con un pequeño walkie intercomunicador, Pastoriza pudo relatar que veía a soldados que salían corriendo desnudos desde el cuartel del Escolta, o que un edificio cercano acaba de volar en pedazos.
“Después de transmitir sobre algunas escaramuzas aisladas y escuchar a gente gritando o gimiendo de dolor y observar fogonazos de metralletas a la distancia, nos vimos en un serio aprieto. Al levantar la cabeza, vimos pasar prácticamente encima de nosotros un avión Xavante, con las luces de guerra prendidas, como un siniestro pájaro. Instintivamente nos tiramos al suelo, porque presentíamos las ráfagas mortales”, narró el periodista.

En ese momento, se escuchó una fuerte explosión y luego se hizo un prolongado silencio.
-¿Hola, hola...? ¿Me escuchan...? –pregunto la voz desde estudios centrales.
-Sí, aquí estamos... -respondió Pastoriza.
-¿El equipo de transmisión está dañado, o está bien? –averiguó la voz.
-Sí, el equipo está en buenas condiciones –respondió Pastoriza, y luego se dijo para sus adentros: “Nosotros también, gracias”.
-¡Ah que bien! Entonces, podemos continuar la transmisión –dijo, con alivio, la voz desde estudios.
En la actual Ciudad del Este, entonces llamada Ciudad Puerto Presidente Stroessner, se encontraban varios altos dirigentes de la cúpula colorada stronista, que habían viajado desde Asunción para presidir los actos por el aniversario de fundación de la ciudad favorita del dictador.
Entre los dirigentes se encontraba Mario Abdo Benítez, secretario privado de Stroessner y uno de los integrantes del llamado “Cuatrinomio de Oro”, que había asumido la conducción del partido colorado.
Al enterarse de que había un levantamiento militar en la capital, Abdo Benítez y varios jerarcas decidieron refugiarse en una residencia que el secretario de Stroessner tenía en el lugar.
El jefe de la Base Naval, el capitán Amado Rodríguez Gaona, quien se había plegado a los golpistas, recibió la orden de ir a capturar a Abdo Benítez y a sus allegados, al frente de un grupo comando, pero se encontró con que los vehículos militares no funcionaban, según relata el periodista esteño Rolando Ávalos, quien fue testigo del procedimiento.
Entonces, no les quedó otro recurso que confiscar la destartalada camioneta de un panadero, y en la carrocería de aquel vehículo con olor a levadura fresca y logotipo comercial, acudieron los soldados a rodear la mansión de los stronistas y proceder a arrestarlos.

Como dirigente del movimiento social generado en la lucha de los médicos y trabajadores del Hospital de Clínicas, la doctora Lilian Soto se había convertido en una de las principales activistas contra la dictadura y nada anhelaba tanto como ser partícipe de su caída.
En la noche del 2 y la madrugada del 3 de febrero, sin embargo, Lilian se encontraba cumpliendo su pasantía rural como médica en la localidad de Teniente Irala Fernández, Chaco Paraguayo, a casi 400 kilómetros de Asunción, y no se enteró de lo ocurrido sino a la tarde del día siguiente, debido al gran aislamiento en que entonces se mantenía toda la región.
Así lo narra la propia Lilian: “El 3 de febrero desperté porque don Evaristo (el casero) golpeó mi puerta y me dijo que había habido un golpe en Asunción. No le creí... Esperó tercamente a captar alguna señal de radio y volvió con el aparato, me lo puso al oído y escuché la grabación de la proclama de Andrés Rodríguez. En pleno Chaco, en medio de la unidad militar y de la seccional colorada. No lo podía creer. Stroessner ya no estaba, se había ido. Ya no había dictadura en Paraguay. ¡Y yo me enteré al día siguiente...!”.

Fuentes: Libros "¿Que hacías aquella noche?”, de Alfredo Boccia Paz; “Operación 33", de Roberto Paredes; “El golpe del 3 de febrero de 1989", de Alcibíades González Delvalle; entrevistas y reportajes del autor.