Más bien se trata de compartir un poco con los que ahora tienen alrededor de 20 años y han oído hablar de vivencias diarias que ante sus asombrados oídos suenan como crónicas prehistóricas, aunque hayan ocurrido hace poco más de tres décadas.
Los habitantes más jóvenes de esta tierra de naranjos, baches y buches politiqueros no pueden concebir aún cómo hace poco más de tres décadas, en este país solo existían dos canales de aire, el 9 y el 13.
Faltaban unos años para la entrada de la TV por cable y muchos años para la aparición de otros medios de entretenimiento catódico.
Los dos únicos canales de televisión del país comenzaban su transmisión diaria alrededor de las 11:00 de la mañana.
La única excepción aparecía cada 3 de noviembre cuando ambas estaciones televisivas transmitían en vivo la cadena de chupamedias a nivel nacional, formando fila para rendir tributo al dictador popindá de Stroessner.
En el inicio de la transmisión de esos canales, podías leer toda la programación del día. Así ya sabías que luego del noticiero, llegaba el maratón de telenovelas venezolanas o argentinas.
A la tarde tenías los siempre bienvenidos dibujitos y a la noche tenías para elegir qué película ver al terminar Hora 20. Claro, toda vez que encontrabas la pinza para poder cambiar de canal.
En la tele en blanco y negro, que la mayoría tenía, podías disfrutar también de varias series. Eso sí, tenías que esperar una semana para poder ver el siguiente capítulo.
O más, si el canal no compraba los derechos para la siguiente temporada o hasta la segunda nomás, hule ya tus ganas de saber qué pasó cuando se encontraron Hulk y los Dukes de Hazzard.
Lunes de Película, Joyas del Cine eran algunos de los ciclos fijos, donde podías ver filmes que llegaban como cuatro años después de su estreno. Para más, tenías que soportar el tsunami de publicidad que auspiciaban esos espacios. Una película que empezaba a las 20:00 fácilmente podía extenderse hasta la medianoche. Así no tenían nada que envidiarles a las producciones que pasaban en Semana Santa.
No, no era posible ver la película por otros medios fuera del cine o la videocasetera. Esta última tenía un precio prohibitivo.
Si tu socio o pariente cheto tenía el aparato, podías ir hasta el videoclub para alquilar las películas que podías compartir con tu familia. No esas que estaban en esa salita kañy.
Ah, el casete. Para quienes se sienten identificados con este artículo, que leen gratis gracias a internet, seguro habrán recordado las veces que tuvieron que comprar un casete por un solo tema para clavarse con los siguientes doce temas malos que traía.
O bien compraban uno virgen para pescar en la radio y grabar de ahí la música de su predilección, aún a costa de que de repente aparezca el “Gente Joven” o de fondo tu mamá diciéndote: “¡Hacé pues lo que te digo!!!!”. La mejor hora para estas aventuras melómanas era la madrugada, donde pasaban los mejores temas de seguido y casi sin publicidad alguna.
En la historia casetística se cometieron grandes crímenes. Uno de ellos, recuerdo, fue lo que ocurrió con un amigo cuando a su hermano se le ocurrió grabar sobre su casete de Los Beatles 1967-1970 una selección de purahéi jahe’o.
Todo tiempo pasado no fue mejor. Todo tiempo pasado ha sido un aprendizaje para el tiempo presente, de cara a ese futuro que llega cada día, cada momento y segundo.
La tecnología permite disfrutar de la película, serie, música o lectura en cualquier momento y a mano. Pero no deja de aparecer una sonrisa cuando con lo poco que teníamos nos resolvíamos el día a día.