- CHARLA. El actor y director José Luis Ardissone brindó una amena entrevista a Última Hora.
- OBRA. Compartió sobre momentos de su carrera y su percepción acerca de aspectos del teatro.
- DRAMA. Entre sus obras destacadas, José Luis Ardissone compartió escenario en 1987 con la actriz Ana María Imizcoz, en la pieza El diario de Ana Frank.
De pequeño acompañaba a sus padres a las salas a ver a las compañías de zarzuela españolas que venían a Asunción. “Yo no entendía mucho, pero me gustaba”, detalla el actor, director y fundador del Arlequín Teatro, José Luis Ardissone.
Más adelante, otras piezas se instalaron en su memoria. “Yo tendría más o menos 14 años, fue una obra de un elenco argentino. En determinado momento, la señora Mecha Ortiz salía al escenario con una mantilla azul y el otro protagonista le decía al verla entrar: ‘¡Qué elegante!’, y ella tocaba la prenda y decía: ‘El azul fue siempre mi color’. Empezaba la dictadura de Stroessner, entonces, cuando dijo eso, la platea estalló en aplausos y la pobre actriz se habrá quedado medio desorientada porque no habrá entendido la reacción”, describe Ardissone.
Otra obra que no olvida, la vio alrededor de sus 18 años, El proceso de Mary Dugan, presentada por el Ateneo Paraguayo y protagonizada por María Elena Sachero al dar vida a una mujer acusada de haber asesinado a su amante.
El director, don Fernando Oca del Valle, la obligaba a acudir al teatro en una camioneta de la policía, con sirena y escoltada por dos oficiales, para luego atravesar la platea y subir al escenario hasta el tribunal donde sería juzgada.
“Era muy impresionante y sobre todo para mí que le admiraba enormemente a María Elena, sentirla, verla no solamente en el escenario como solía hacerlo, sino que pase a mi lado, en la platea del Municipal, fue muy impactante”, recuerda el director de 82 años.
Interpretación
“Yo siempre los personajes que interpreto son porque siento alguna comunión con ellos”, afirma Ardissone al cambiar la perspectiva de público a intérprete. Entre aquellos a los que recuerda con afecto se encuentra su versión de Alejandro Guanes, del unipersonal escrito por él, Caserón de añejos tiempos, inspirado en la vida del poeta paraguayo.
Otro personaje que lo marcó fue Willy Loman, de La muerte de un viajante, de Arthur Miller. El rol lo vivió en dos ocasiones. “La primera todavía en el primer local del Arlequín, allá en Villamorra, cuando tenía 45 años; el personaje tiene 76. Mi esposa en la obra era la actriz Myrian Sienra.
Cuando yo tenía exactamente 76 años, la misma edad que él, volví a hacer la pieza, otra vez con Myrian”, manifiesta al agregar que esta última representación fue hecha en el local actual del espacio teatral ubicado en el centro de Asunción.
En la primera ocasión, un evento familiar muy cercano fue responsable de haber marcado ese rol, ya que cierta similitud con la tragedia del personaje le recordaba lo vivido por uno de los suyos.
Escenas
Para él, por momentos, el arte escénico fue un aliciente, un soporte, un modo de transitar difíciles situaciones.
“Fue un soporte muy importante, sin duda alguna. Mi esposa murió de cáncer de mama y sufrió durante tres años. En ese tiempo, el teatro fue lo que me dio fuerza para poder acompañarla en esos momentos tan terribles.
Encontraba, después que ella se fue, el teatro como un consuelo, para, digamos, paliar en algo esa ausencia”, comparte el actor, al tiempo de recordar también a su fallecida hija Irene.
“Ocho años después de la partida de mi esposa, mi hija se enferma de cáncer también, ella vivió un año. Fue muy duro, para más, cuando falleció, era febrero, no estábamos haciendo teatro todavía y la obra con la que se iba a estrenar ese año no la dirigía ni actuaba yo, justamente porque me estaba concentrado en ella. Entonces busqué enseguida la posibilidad de hacer algo”, relata.
Otra difícil situación la vivió cuando fue invitado a presentar Novecento, en Turín, Italia. La pieza relata la historia de un pianista que nació y vivió toda su vida en un barco hasta que el navío fue hundido y con él el músico.
“Viajé, tenía que hacer tres funciones. Hice la primera. Cuando terminé la segunda, llego al hotel y me dicen: ‘Llamaron de Asunción, quieren hablar con usted’. Llamo y me dicen: ‘Tu mamá acaba de fallecer’. Tenía que hacer todavía una función al día siguiente y no podía ir para el entierro.
Y dio, por el cambio de horario que había entre Italia y Paraguay, que la hora del entierro de mi madre coincidía con el de la función. Me armé de coraje, le dediqué a ella la presentación y la hice. Al día siguiente me embarqué y vine para acá”, comenta.
Tablas
Disociar a Ardissone del teatro parece irreal. También de profesión arquitecto, pudo sobrellevar las dos pasiones hasta que las tablas invadieron los planos. “Durante casi 30 años pude hacer ambas cosas. Como decía en esa época: ‘Como con la arquitectura y vivo con el teatro’, trabajaba muy bien como arquitecto, pero llegó un momento en el que ya no podía, mis clientes se quejaban y ya no tenía tiempo para venir a ensayar.
Era un quilombo. Entonces hablé con mi esposa: ‘Voy a dejar la arquitectura y vamos a seguir con el teatro’. ‘Y bueno, si esa es tu vocación’, aceptó. Fue muy generosa y a partir de ese momento, 1992, como digo: ‘Dejé a la esposa y me quedé con la amante’. Se fue la arquitectura y me quedé con el teatro”, relata el intérprete.
El actor se inspiraba en las figuras del séptimo arte. “Siempre creí que lo que yo quería hacer era cine, pero acabé haciendo teatro”, observa y agrega que en los últimos 50 años en los que construyó su carrera, las artes escénicas pasaron por varios momentos.
“Eran épocas duras de dictadura, la gente vivía muy agobiada y el teatro les ofrecía un espacio de un poco de relax, aunque la obra que fueran a ver era una tragedia o una dramática, no solo las comedias atraían mucha gente, sino todo tipo de pieza”, comenta al recordar el pasado, para luego aludir a la formación de los intérpretes.
“La única escuela de teatro que había era la del Instituto Municipal de Arte (IMA). Algunos se habían formado ahí, pero la mayoría crecimos en el escenario, nacimos ahí y nos fuimos formando”, señala. En ese sentido, al fijar la mirada en lo reciente, valora la cantidad de instituciones orientadas a la enseñanza del teatro y la nueva camada de actores que surgen de ella.
“Hay varias escuelas donde se van formando jóvenes. El que va a asumir la carrera como una profesión tiene que saber que debe dedicarse mucho y que el teatro no es fácil, exige sacrificios”, manifiesta.
En ese sentido, destaca el compromiso como característica elemental del actor. “Es una condición fundamental para hacer teatro, la responsabilidad; en el estudio de la letra, del personaje, en la llegada en horario para los ensayos, para las funciones, etc.”.
En cuanto a la estrecha relación con el público, destaca la emoción y la energía. “Apenas pones el pie en el escenario te das cuenta de cómo está recibiendo el público lo que vos le estás ofreciendo. Hay veces que hay una pared ahí y no conseguís contactar, otras veces que apenas salís y decís: ‘¡Qué maravilla de gente!’. Hay momentos en algunas obras, sobre todo en un escenario tan cercano como del Arlequín, aunque la luz te ciega, pero ves las primeras butacas y de repente ves (hace un gesto limpiándose las lágrimas) y te contagia esa emoción”, subraya.
Esa satisfacción también la encuentra en el reconocimiento de la gente, algo que encara como el resultado de mucho esfuerzo y trabajo. “Uno hace lo que es su vocación por amor y no pensás: ‘Voy a hacer esto para que la gente diga ¡qué buen actor! ¡Qué lindo lo que hace!’, no, hacés porque realmente sentís la necesidad, pero cuando ves que eso que hacés con tanto amor es bien recibido, entonces decís: ‘¡Pucha, por lo visto valió la pena hacer todo esto!’”, expresa el director.
Al pensar sobre el último cerrar del telón, señala que le gustaría ser recordado como “un ser humano que hizo lo que era su vocación y lo hizo con una entrega total. Que vean en mí, sobre todo la gente de teatro, un ejemplo de que la perseverancia en una vocación puede dar resultado”, sentencia.