Adelantadas en un tiempo en el que no había leyes que sancionaran la violencia, la discriminación y la explotación, supieron unir la causa con la acción contra el régimen de Stroessner.
En la Plaza de las Mujeres, nombre extraoficial de la plaza Italia, se reúnen Angélica Roa, Cristina Román, Marina León, Nilda Cuevas, María Teresa Acuña y Margarita Molinas (que no pudo llegar para la sesión de fotos). Ellas son algunas de las fundadoras y tienen una historia que contar.
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En febrero de 1988, en Mar del Plata, Argentina, Carlos Monzón, ex campeón de boxeo, asesinó a su esposa. Este fue el hecho que hizo visible al Colectivo 25 de Noviembre. “En el año 1988, tuvo repercusión internacional el caso del boxeador argentino Carlos Monzón, que asesinó a su esposa a golpes, lo que generó que como colectivo tuviéramos visibilidad ante la prensa. Los periodistas buscaban referencias locales para hablar del tema, nosotras recién empezábamos..., pero igual fuimos al frente”, relata Angélica Roa.
MILITANCIA. María Teresa Acuña recuerda que entre 1986 y 1988 como colectivo participaban de las asambleas de la civilidad: “Eran convocatorias espontáneas, en diferentes puntos del centro, movilizaciones rápidas en contra de la dictadura. Nosotras, además, llevábamos la reivindicación de ‘no más violencia en contra de las mujeres’. Nos reuníamos en una esquina y salíamos a parar el tráfico... mostrábamos las pancartas, venía la policía y salíamos corriendo”.
Cristina Román menciona el Encuentro de Mujeres con el que todo comenzó, y rememora que ahí supieron el caso de las reclusas del Buen Pastor, quienes no podían recibir a sus maridos, a diferencia de los varones, que sí podían. “Eso nos molestó, pero lo que a mí me impresionó es que todas éramos universitarias, y aun así no nos dimos cuenta de todas las discriminaciones que sufríamos. Vivíamos con los ojos vendados, y ahí como que nos despertamos con una furia de estudiar”. Incluso hicieron talleres para expresarse, pues eran tímidas y les llamaban para hablar en la radio y nadie quería hacerlo.
Nilda Cuevas resalta que desde el colectivo no solamente militaban: ”Fuimos formándonos políticamente y teníamos una visión muy sólida de por qué había que trabajar el tema de la violencia contra las mujeres a partir del patriarcado”.
Debatían sobre sexualidad, leían a Rosa Luxemburgo y organizaban cine-debate con películas de Margarethe von Trotta, y en los 90 crearon la Casa de la Mujer, donde ofrecían atención a mujeres víctimas de violencia, asistencia sicológica y jurídica en forma totalmente gratuita.
Angélica Roa considera que mucha de la fuerza que la sostenía “tenía que ver con la solidaridad entre mujeres, lo que hoy tanto se habla, la necesidad de ser más sororales. Vivíamos intensamente nuestra solidaridad”. Y rescata el aporte de grupos que posteriormente fueron importantes, como Kuña Aty.
Marina León, por su parte, rescata el hecho de haber iniciado prácticamente de la nada: “En esa época, legislación no teníamos y tampoco recursos; más que nada era nuestra fuerza y nuestras ganas de luchar contra la violencia”.
Nilda Cuevas resalta el contenido político, que en la década de los 80 era muy importante: “Era importante tener fundamentada políticamente tu posición, a favor o en contra de un tema, pero hoy creo que está como vaciado de contenido eso, no hay ese debate político con respecto a lo que es el impacto del patriarcado capitalista con respecto a las mujeres”.
Finalmente, Angélica Roa reflexiona sobre la militancia: “Entiendo también cómo las mujeres jóvenes se están apropiando de este espacio de una manera un poco más aparentemente agresiva, y es que están cansadas. Nosotras desde aquella época en que empezamos podemos ver que hubo cambios que son grandes y que son avances importantes, pero ellas ya no tienen tiempo de esperar. El cambio cultural es ahora, es necesario y hay que forzarlo. Por eso creo que las mujeres jóvenes están haciendo un movimiento muy importante y lo hacen a su manera”.