El jueves pasado me tocó cerrar el Convivium que la Facultad de Filosofía de la Universidad Católica organiza cada año. Se decidió homenajear a maestros que pasaron por las aulas universitarias y formaron a generaciones. Fue algo inédito, pues generalmente nuestra mentalidad colonizada solo encuentra filósofos y filosofías fuera de nuestras fronteras. Esta vez se rompió el molde y se dedicaron jornadas a Adriano Irala Burgos, a Juan Santiago Dávalos y a Secundino Núñez.
En el último encuentro me correspondió hablar de Laureano Pelayo García, otro filósofo paraguayo que dejó huellas profundas en la cátedra. Como había elegido tomar su libro para ilustrar algunas de sus ideas, la parte más bien biográfica quedó a cargo de sus familiares, quienes recordaron varias anécdotas del otrora gran maestro. Fundador e ideólogo del Partido Demócrata Cristiano junto a Irala Burgos y otros grandes intelectuales y políticos comprometidos, fue un militante más bien cultural, pues no había entidad artística o intelectual que no haya dirigido o integrado.
Se formó en España con los grandes maestros de la Universidad Central (actual Complutense de Madrid), y a pesar de que podía quedarse y hacer carrera académica allá (logró la medalla de oro y tenía familia con quienes vivir) decidió regresar y dedicarse a los jóvenes paraguayos. Efectivamente, esta preocupación por los estudiantes es que lo que se refleja en aquel clásico libro . Comparaba yo su contenido y tono con los textos actuales que nuestras editoriales presentan a los que están en el bachillerato actual. Estos tienen una diagramación más atractiva, imágenes a todo color, recuadros, y un enfoque que cumple con todo lo que la didáctica requiere, pero ninguno tiene la voz de aquel mítico texto de don Laureano.
Editado desde 1962, conoció varias reediciones y reimpresiones, llegando hasta 1985, pocos años antes de la muerte de su autor en 1990. Eso significa que lo tuvieron como texto de lectura filosófica jóvenes colegiales por lo menos por tres décadas. Dividido en tres partes, uno dedicado a la cultura, el segundo a la historia de la filosofía y el tercero a la clásica tripartición Dios-hombre-mundo.
Mi charla se centró en aquella primera parte donde don Laureano presenta el tema de la cultura y la filosofía. En aquellos tiempos el vocabulario aún era amplio y no había concesiones; se escribía con una profundidad que ya no encontramos en los libros escolares. Pero lo que más me llamó la atención eran los consejos que iba dando el maestro a medida que desarrollaba su tema. La cultura es, según él y los autores clásicos que referenciaba en la bibliografía, lo que nos diferencia de los otros animales. Llegar a este producto no fue fácil, sino que costó penurias y fatigas, producto de la inteligencia y libertad humanas. Mantener la cultura actual significa siempre sacrificio, pues el relajo trae consecuencias negativas. Nadie nunca ha conseguido nada sin esfuerzo, enfatiza García. Hacia el final, toma un término del filósofo alemán Max Scheler con el cual resalta la responsabilidad que tenemos en construir nuestra vida y moldear nuestra personalidad. El autor, con un tono paternal, pero severo, aconseja no bajar los brazos en esta aventura a la que llamamos la vida. Desafío a alguien que encuentre este tipo de consejos en los libros que se distribuyen en nuestros bachilleratos.
La jornada terminó emotivamente, porque las hijas y nietos regalaron su libro a los estudiantes, además de recordarlo como padre y maestro. En todo el mundo, la ONU ese jueves conmemoraba el Día Mundial de la Filosofía. Afortunadamente, en Asunción no nos quedamos atrás y recordamos en su querida universidad a un filósofo y maestro, el mejor homenaje que pudo haber tenido Laureano Pelayo García.