Somos superexpertos en desentendernos de nuestras responsabilidades, en hacernos los ñembotavy para eludir culpas, somos buenos, en eso.
Como bien sabe la culta audiencia de este espacio, esta expresión “lavarse las manos” para aludir a la no asunción de responsabilidades viene de lejos, y el relato está en la Biblia, cuando, durante el juicio a Jesús, Poncio Pilato se lavó las manos, literalmente, y eligió no involucrarse en el juicio, con esto de paso, lo condenó y ya saben todos cómo terminó la historia.
O acaso no vemos lo que está sucediendo con los niños indígenas abandonados. Viven en las calles, duermen sobre cartones en baldíos, deambulan sucios y perdidos por el crac y sometidos a todo tipo de violencia.
Sin embargo, cada vez que surgen los cuestionamientos, las autoridades y los funcionarios, todos los que “trabajan” en el ámbito de la niñez se deshacen en excusas, y marcando su territorio dicen que no pueden hacer nada. O sea, se lavan las manos.

El 28 de enero de 2020 fue hallada una niña indígena, estaba desnuda y maniatada, en uno de los depósitos de la ex Cervecería Paraguaya, en Asunción; se encontraba bajo los efectos de las drogas y con obvios signos de haber sido abusada.
Cuando le preguntaron a la ministra de la Niñez, la ex fiscala dijo conocer el caso, y que desde que la menor tenía 8 años se interviene su caso, que ya entonces era sometida sexualmente.
“Recuerdo, cuando era fiscala, intervine su caso en Luque, en las inmediaciones del Hotel Bourbon, donde agarramos al líder. Unos años después nuevamente le rescaté del mismo lugar de ahora, la ex cervecería, y ya estaba consumiendo droga”, señaló la ministra a ÚH.
Lo siento, pero alguien le tiene que decir señora: Usted no rescató a la niñita de 8 años sometida sexualmente. Si lo hubiera hecho, ella estaría hoy empezando el 9º grado, querría pintarse el pelo de verde, y no tirada en un sucio depósito, drogada, desnuda y violada.
La historia de la niña quedó en el oparei. Hasta que un mes después apareció el cuerpo de otra niña indígena, esta vez de tan solo 12 años. Su cadáver estaba metido en una mochila que fue abandonada en un patio baldío ubicado cerca de la Terminal de Ómnibus de Asunción. Se llamaba Francisca, y fue atada con una cuerda fina, su ropa interior y una calza para que pudiera quedar en posición fetal y luego ser introducida a la mochila. Cuando la encontraron, Francisca llevaba unos seis días muerta. Y no, nadie la había buscado ni extrañado,
Las autoridades: Los jueces, fiscales, ministros, viceministros, funcionarios inútiles en general, todos se desentienden del grave y complejo drama de la niñez abandonada en las calles, pero nadie asume su responsabilidad.
Será porque son indígenas, será porque son pobres. Como aquel otro indígena que fue asesinado en una parada del ómnibus, y cuya muerte nadie investiga, porque solo era un indigente más.
Cientos de niños indígenas deambulan por las calles, consumiendo crac o cola de zapatero, pidiendo plata, durmiendo en las veredas de la ciudad o en algún patio baldío, y las agresiones sexuales son su pan de cada día. Viven en una sociedad donde indigna más un mal arbitraje que la miseria en que viven miles de compatriotas.
En cuanto a la niñez pobre y que está creciendo en las calles, las autoridades dicen que no pueden hacer nada. Se lamentan, derraman alguna lagrimita y después se suben a sus autos lujosos y se van a sus ridículas oficinas con aire acondicionado. Se lavan las manos.