En las eliminatorias para la elección de su sucesor por los miembros del partido Conservador, quedaron al final dos postulantes. Liz Truss presentó una plataforma populista de derroche de dinero sin contrapartida de ingresos, prometiendo reducción de impuestos y subsidios generalizados para los ciudadanos. Su adversario, Rishi Sunak, ex ministro de Hacienda de Johnson, propuso un programa fiscal prudente y mesurado ante las turbulencias en los mercados, expresando que el programa de Truss no era un plan, sino un cuento de hadas.
Los miembros de ese partido, haciendo caso omiso a las advertencias de economistas y empresarios, y creyendo que el programa de Truss les daría ventaja en las próximas elecciones, la eligieron al cargo de primera ministra, asumiendo ella esa función el 6 de setiembre. Días después, respaldada por su mayoría parlamentaria, promulgó una enmienda presupuestaria aumentando el ya abultado déficit fiscal en 3,2% del PIB.
La reacción de los mercados no se hizo esperar. En la prensa financiera las críticas fueron virulentas, acusando al Gobierno de irresponsabilidad fiscal que causaría daño irreparable al país. La cotización de la libra esterlina en los mercados cambiarios se desplomó a su nivel más bajo de los últimos 35 años, la Bolsa de Londres cayó en casi 9% en un mes, y la tasa de interés de la deuda soberana británica subió más del doble.
Ante este descalabro, Truss se vio obligada a renunciar el 20 de octubre, a solo 44 días de asumir el cargo, y fue reemplazada por su ex rival, Rishi Sunak. Su mandato fue el más corto de toda la historia británica.
Esta tragicomedia no tuvo lugar en una republiqueta de cuarta, sino en la quinta economía más grande del mundo, una potencia nuclear y una de las democracias más antiguas y consolidadas de la historia. En ella hay valiosos aprendizajes para políticos, los nuestros y los de todo el mundo.
Primero, electoralmente el populismo funciona un rato. A todos nos gusta recibir plata de arriba, pero más temprano que tarde la gente se da cuenta de que nada es realmente gratis y castigan a los políticos que los engatusaron. Ya lo dijo Abraham Lincoln: “Se puede engañar a todo el pueblo una parte del tiempo, y a algunos todo el tiempo, pero no se puede engañar a todo el pueblo todo el tiempo.”
Segundo, vivimos en un mundo interconectado e interdependiente. Ni una poderosa economía como la británica puede cometer barbaridades sin que el mundo la castigue, depreciando su moneda y encareciendo sus créditos.
Tercero, las leyes económicas son implacables, como la ley de la gravedad. Los déficits fiscales se traducen en inflación y empobrecimiento de los sectores vulnerables. Para confirmarlo no hay que ir muy lejos: tomemos los prismáticos y miremos el otro lado del río. Nuestro vecino del Sur, habiendo sido uno de los países más ricos del mundo, está hoy con una tasa de pobreza de 36,5%.
Los ingleses nos han dado un buen ejemplo de lo que no hay que hacer, por más atractivo que parezca políticamente. Aprendamos de estas lecciones. Pues son de una validez universal.