Vanessa Rodríguez
MISIONES
Al amparo de la interminable hilera de antorchas y candiles de apepu, y del lastimero canto de los grupos de estacioneros, la imagen de La Dolorosa ingresaba a la barraca, cargada en ancas, en el tramo final de la tradicional procesión de luces en el Yvága Rape, en Tañarandy
La Tierra de los Irreductibles, como así se conoce a este pueblo, brilló –ayer– espléndida e inolvidable otra vez aunque en un Viernes Santo diferente. Por primera vez, esta evocación de la Pasión y Muerte de Jesucristo se hacía sin su mentor, Koki Ruiz, artista plástico cuya estrella iluminó desde lo alto la mayor manifestación de la religiosidad popular en Semana Santa.
Miles de personas colmaron todo el perímetro del lago artificial que flanquea la barraca, donde tradicionalmente –desde la Semana Santa de 1992– se lleva a cabo la procesión por el Yvága Rape o Camino del Cielo.
Los discípulos de Koki se encargaron de preparar más de 20.000 candiles de apepú y 400 antorchas. Los colaboradores más cercanos del extinto artista mencionaron que fue un trabajo muy difícil sin él liderando las acciones.
En efecto, este año, la cita estuvo marcada por la emotividad, por ser la primera edición sin la presencia física de su creador e impulsor, quien fue recordado por el público asistente al evento y cuyas obras más queridas –y sentidas– se desplegaron junto a los cuadros vivientes.
Se trató de un verdadero homenaje póstumo al recordado artista misionero. “Es momento de homenajearle a papá y en esta procesión le estamos sintiendo a él. Gracias al legado que dejó está toda esta gente acá esperando la procesión”, manifestó Julián Ruiz, hijo de Koki.
El retrato de la beata María Felicia de Jesús Sacramentado, a quien cariñosamente se la recuerda como Chiquitunga, dominó la escena. La imponente imagen de 12 metros de altura y ocho metros de ancho, con la sonrisa amplia de la beata, se robó la atención de la gente. Esta obra, elaborada con al menos 70.000 rosarios, era más amada por el artista plástico.
“La obra más querida de Koki, era el retablo de la Chiquitunga. Él, como decía, se enamoró de Chiquitunga. Entre todas las obras fue la que más sintió hacer”, compartió su hijo.
Además, estuvieron presentes los retablos de San Ignacio de Loyola y de San Francisco de Asís; cuadros que fueron junto retablo de maíz, creado en ocasión de la visita del papa Francisco, en 2015.
Luego de la procesión de luces, tuvo lugar la exposición de los cuadros vivientes sobre la Última Cena; cada una con una interpretación distinta y una de ellas con el sello dejado por Koki. Se representó la Última Cena de Leonardo Da Vinci, la interpretación más contemporánea de Andy Warhol –impulsor del pop art estadounidense–; la que hiciera Salvador Dalí y la creada por el propio Ruiz.
Tañarandy resplandeció ayer con la estrella de su promotor, quien recibió un homenaje a su vida, su obra y a su inmenso aporte a la cultura paraguaya y al arte sacro popular.
Desde los candiles, confeccionados a base de rodajas de apepú y grasa animal, Koki logró su cometido: Representar la fe del pueblo, el arte como expresión de lo sagrado y la unión de la gente en un acto de profunda espiritualidad.
En esta ocasión, la familia del artista y sus cercanos colaboradores de Tañarandy tuvieron a su cargo de la organización del evento, manteniendo la tradición y respetando el espíritu con el que él lo construyó durante más de tres décadas.