EFE
En su reciente solicitud presupuestaria, que aún debe ser aprobada por el Congreso de Estados Unidos, el Pentágono aprovisionó una partida de USD 68,96 millones para la construcción de un nuevo presidio de alta seguridad en la base de Guantánamo, situada en la isla de Cuba.
La función de esta nueva infraestructura será reemplazar la cárcel de máxima seguridad que las autoridades mantienen en el Campo 7 de la base, de la cual se sabe muy poco, apenas que entre sus reclusos se encuentran algunos de los presuntos cabecillas de los históricos atentados del 11 de septiembre de 2001.
“Existe una propuesta para construir un centro de detención de alto valor puesto que el actual está en estado de deterioro. Se ha destinado una partida en el presupuesto de 2019 del Ejército para su planificación y diseño”, reconoció la comandante Sarah Higgins, portavoz del Departamento de Defensa.
Esta decisión parece enterrar definitivamente uno de los grandes anhelos del expresidente Barack Obama (2009-2017), que a los pocos días de instalarse en el Despacho Oval ya expresó su deseo de cerrar unas instalaciones que desde su apertura han sido objeto de crítica por su opacidad.
“Mantener estas instalaciones abiertas es contrario a nuestros valores y socava nuestra posición ante el mundo. Se la ve como una mancha en nuestro amplio expediente del más alto respeto a las leyes”, insistió Obama al comienzo de su último año de mandato, en febrero de 2016.
Sin embargo, apenas dos años más tarde, su sucesor en el cargo, Donald Trump, daba un giro de 180 grados a la postura oficial de la Casa Blanca al hacer una férrea defensa de Guantánamo durante su discurso sobre el Estado de la Unión.
“En el pasado hemos liberado tontamente a cientos de peligrosos terroristas y luego nos los hemos encontrado de nuevo en el campo de batalla (...). Acabo de firmar una orden instando al secretario de Defensa, Jim Mattis, a reevaluar nuestra política de detención militar y a mantener abierto el centro de detención de la Bahía de Guantánamo”, dijo Trump.
De hecho, el auge del yihadismo a principios de siglo, y en particular los atentados del 11-S, fue el principal motivo que llevó al entonces presidente George W. Bush a habilitar este presidio por el que oficialmente han pasado 779 presos y que en la actualidad alberga a 41 reos.
El denominado Campo X-Ray, al que llegaron los primeros detenidos en aquel entonces, estaba compuesto por celdas de apenas un metro y medio cuadrado, pegadas las unas a las otras, y con el único resguardo de un techo precario cuya única virtud era proporcionar sombra.
A pesar del claro deterioro que sufren algunas de sus instalaciones, fuentes del Pentágono dijeron haberse visto sorprendidas por el proyecto de la nueva cárcel y aseguraron que, en cualquier caso, su construcción no se debía a ninguna directriz específica por parte de la Casa Blanca.
El nuevo presidio incluirá una serie de “características de máxima seguridad acordes con la detención de terroristas”, señala el documento en el que se detallan los costes del proyecto.
Entre estas características se encuentran el uso de “cimientos especiales, medidas de ciberseguridad y un sistema de energía redundante”, para las cuales será necesario transportar los materiales requeridos desde Estados Unidos hasta la isla.
“Si este proyecto no es realizado, los detenidos seguirán alojados en instalaciones que se degradarán hasta el punto de que no se cumpla con las exigencias sanitarias y de seguridad”, se apunta en el proyecto.
En cualquier caso, señala Higgins, “hasta que no se evalúe el diseño, que determinará la relación costo-eficiencia, no se decidirá si se construye una nueva infraestructura o si se rehabilita la antigua”.
En definitiva, lo que sí es seguro es que el sueño de Obama se hace añicos al tiempo que Trump proclama: larga vida a Guantánamo.