La frase, pronunciada en tono jocoso por la diputada Celeste Amarilla, refleja con fidelidad la situación desalentadora en la que quedó el PLRA luego de que el empresario Norman Harrison anunciara el fin de su candidatura virtual. Es que con él se iba el último elemento novedoso de la interna liberal en muchos años.
La decepción por la performance del partido en las recientes elecciones municipales lo habrá hecho pensar dos veces. Nadie descarta, además, que se haya sentido abrumado por los masivos pedidos de “ayudo” provenientes de centenares de candidatos de un partido en estado de insolvencia.
Como sea, Harrison no se retiró en silencio. Por el contrario, se dio el gusto de decir mucho más de lo que dijo en todo el tiempo que duró su incursión política. Reveló que habló “unas veinte mil veces” con Efraín Alegre y Blas Llano para intentar un acercamiento entre ambos y que todo fue infructuoso. Lo sabido: Si esa antinomia persiste, una alianza será una ilusión imposible.
Como acompañó de cerca la campaña de Nakayama en Asunción, fue testigo cercano de una de las causas de su derrota y no se privó de explicitarlo: “Me decepcionó y dolió la traición de Augusto Wagner”. Es que este concejal, reelecto por quinto periodo consecutivo, es hoy el mejor símbolo de la decadencia liberal. Trabajó en contra de Nakayama, apoyó a su compadre y socio de negocios Nenecho Rodríguez, y gracias a los centenares de operadores a los que incorporó como funcionarios municipales, volvió a liderar cómodamente la lista de concejales azules.
El notable éxito de Augusto Wagner –convertido en el referente liberal más importante de Asunción– explica, paradójicamente, el fracaso del PLRA como generador de esperanzas.
Harrison fue cruel con Carlos Mateo –“perdió todas las elecciones en las que se presentó”– y con Hugo Fleitas, ascendente gobernador de Cordillera –“es un líder regional y no nacional” –.
También opinó sobre los colorados. Aseguró que Hugo Velázquez ofrece un modelo muy parecido al de Mario Abdo Benítez y que Santiago Peña nunca podrá despegarse de su patrón. Y, como siempre, evitó criticar a Horacio Cartes.
Dicho esto, se fue. Se fue y dejó las internas del PLRA en fojas cero, tal como estaban antes de la pandemia. Su retiro debilita a Blas Llano y fortalece a Efraín Alegre, quien recibirá fuego graneado de los medios cartistas, señal de que lo ven como el enemigo a derribar. Pero es la vuelta a la pugna de nunca acabar.
Y, justamente por eso, se agitaron las aguas extrapartidarias. Desde el amplio, difuso y promiscuo tercer espacio no faltan quienes, ante el letargo liberal, se consideran con derecho a encabezar una alianza opositora.
Estas legítimas pretensiones chocan con una realidad insoslayable: Deben contar con la aprobación del PLRA. Y esta solo fue otorgada a candidatos con un apoyo electoral evidentemente superior a la oferta del partido. Ese fue el caso de Lugo, a nivel nacional y Ferreiro, en Asunción.
Aunque menos relevante, hay también una cuestión ideológica a tener en cuenta. Disputarle el poder a un partido hegemónico de derecha como la ANR con propuestas igualmente conservadoras no suena muy atractivo. Solo que en el campo progresista también reina el marasmo.
En el 2023 no habrá un mágico outsider. Siendo así, probablemente lo más prudente sea una amplia y abierta consulta popular.
Norman Harrison ha vuelto a sus oficinas privadas. Quizás sea la decisión más sensata, pensando en su estabilidad emocional y financiera. Su presencia distrajo un poco la atención opositora.
Ahora, la realidad se ofrece límpida: O demuestra que es capaz de aglutinarse en torno a programas y objetivos comunes o seguirá tecleando vanamente #ANR nunca más por cinco años más.