15 nov. 2024

Lo que he visto en el Alto Paraguay: Una joya de la historia social de Paraguay

La obra Lo que he visto en el Alto Paraguay es un documento histórico de gran importancia, pues es una denuncia sensata y muy detallada de las condiciones de trabajo de los hacheros y obreros.

  • Andrew Nickson
  • Universidad de Birmingham, Inglaterra

Hace poco encontré por pura casualidad una joya de la historia social de Paraguay en una tienda de libros usados en el microcentro de Asunción. La imagen en su tapa, dibujada por Heriberto Espínola al estilo de ‘realismo socialista’ me hizo pensar al principio que fuera publicado en algún u otro país de la Unión Soviética. Cuando leí el título Lo que he visto en el Alto Paraguay me di cuenta de que se trata de una aguda crítica a los ‘enclaves’ de la industria de tanino del norte del río Paraguay. Entre 1889-1910 fueron establecidos nueve puertos a lo largo de la orilla chaqueña del río Paraguay, dedicados exclusivamente a la producción de extracto de tanino para la exportación. Para la década de 1940 quedaban cuatro: Puerto Casado, Puerto Pinasco, Puerto Sastre y Puerto Guaraní, todos pueblos relativamente grandes por la época, con hasta 10.000 habitantes.

El libro consta de capítulos sobre cada puerto, además de Las calerías del Alto Paraguay y El indio en las fábricas de tanino. Finaliza con El Hachero, poesía escrita por Hérib Campos Cervera en el Alto Paraguay en 1944.

Publicación.

Curiosamente, fue publicado por la Imprenta Nacional y su fecha de publicación explica el porqué. El año 1946 vio un breve periodo de nueve meses de florecimiento democrático entre la caída de la dictadura de Morínigo y la guerra civil de 1947. El autor se declara simpatizante de la revolución febrerista y en gran medida el motivo de escribir el libro parece ser el querer llamar la atención al descuido de la situación de extrema injusticia en el Alto Paraguay, durante esta “segunda etapa de la revolución”, debido a “…la casi total definitiva incorporación de los viejos caudillos en la administración pública, que en una u otra forma colaboran con las empresas capitalistas” (p. 107).

Pronto me di cuenta que se trata de un documento histórico de gran importancia, siendo una denuncia sensata y muy detallada de las condiciones de trabajo de los hacheros y obreros en cada etapa del proceso de manufactura del extracto de tanino. Resalta el desamparo de los hacheros en los obrajes, quienes vivían a la merced de los mal llamados ‘contratistas’ de la empresa, pagados a destajo sin ningún contrato legal.

El contratista hacía lotear una zona determinada en parcelas. Luego el hachero marcaba la línea que lo dividía de los demás lotes. Después hacía la picada para el alzaprima (carro que transporta los rollizos). Como dice el autor, “¿Puede imaginarse amigo lector lo que es hacer una picada de seis metros de ancho por tres guaraníes los 100 metros en un monte de quebracho?” (p.111). Después el hachero volteaba y limpiaba todos los árboles de quebracho. Una vez totalmente pelados, los llevaba en bueyes hasta la picada, donde el también mal pagado carrero los transportaba en alzaprima hasta la planchada del ferrocarril. Ahí fueron cargados en vagones en guinche o por medio de bueyes para su transporte hasta el puerto.

Al llegar en la fábrica, entraban en la báscula para ser pesados, y de ahí a la cortadora, “una máquina trituradora por medio de unos cilindros giratorios, provistos de cuchillos de acero de muy buen temple. El aserrín y las astillas pasan por medio de cintas transportadoras a una zaranda” y “.. se someten a un lavado y cocimiento en un gran recipiente llamado Cubo, de una capacidad de siete toneladas. Las astillas y aserrín, una vez cocidos, se utilizan como combustible para alimentar las calderas que producen el vapor para la fábrica y la energía eléctrica para la población. El extracto de tanino, una vez en su punto, toma una consistencia pastosa y son cargados en bolsas de yute para su exportación y en donde los empresarios obtienen sus fantásticas ganancias” (p. 112-113).

Los mensú.

El libro constituye un especie de complemento a la denuncia de la vida de los mensú, Lo que son yerbales, pero con la diferencia de que su autor no fue ni periodista ni conocido activista socialista como fue el caso de Rafael Barrett. Reinaldo López Fretes nació en Asunción el 12 de octubre de 1916 y trabajó un total de seis años (1938-1944) en los puertos de tanino del río Paraguay. Posteriormente trabajó con la empresa italiana Pirelli y murió en 1975 a los 59 años. Fue hermano mayor del futbolista César López Fretes (1923-2001), delantero de Olimpia, quien después trabajó como técnico de varios equipos colombianos. El libro y su autor siguen casi desconocidos hasta la actualidad, debido en gran parte a que su denuncia de las condiciones sociales en el Norte del Paraguay de la época no fue bien vista durante la larga dictadura stronista.

El libro es producto de un detallado conocimiento de la industria de tanino. Como dice el autor: “Seis años en el Alto Paraguay es tiempo suficiente para conocer y juzgar de cerca y en diferentes etapas y condiciones el trato que las Compañías tanineras; primero como empleado, y luego como autoridad del gobierno, posiciones desde las cuales he podido observar cómo son mal mirados los paraguayos, aun cuando sean serviles” (p.38).

Desde febrero de 1938 hasta mediados de 1940 trabajó como empleado de contaduría de la empresa norteamericana de tanino International Products Corporation (IPC), en Puerto Pinasco. En 1941 fue nombrado juez de paz en Puerto Sastre, donde muy pronto notó que “las autoridades eran instrumentos incondicionales de la empresa argentina de tanino [Campos y Quebrachales Puerto Sastre] y mi presencia en la localidad constituyó un rompimiento de toda sujeción a la empresa” (p.9). Cuenta con detalle varios conflictos con las dos empresas por su defensa de despidos arbitrarios de personal incluyendo uno por “provisión de 50 rajillas de leña, no gratuita” (36), lo que llevó Campos y Quebrachales a pedir al Ministerio de Justicia su traslado a Puerto Guaraní, donde también trabajó como juez de paz por nueve meses en 1943-1944.

El autor reserva su crítica más profunda para la Sociedad Forestal Puerto Guaraní S.A., tildándolo de “ruina, miseria, hambre y desnudez” (p.71). Arremete contra las pésimas condiciones laborales y habitacionales de los obreros. Revela la terrible contaminación en la acera ‘carbonilla’, un conjunto de piezas 3 x 3 construido “bajo la misma nariz de la chimenea de la fábrica” (p. 77) que diariamente despedía desperdicios de las calderas que caían hasta en la comida. Denuncia el grave impacto sobre la salud familiar causada por la contaminación y el hacinamiento, con un promedio de ocho personas por pieza, que considera “una verdadera ‘perrera’”(p.77). Remarca que “En los obrajes de Puerto Guaraní he presenciado espectáculo tan deshonesto, al ver mujeres semidesnudas sin tener con qué cubrir su vergüenza, criaturas totalmente desnudas, hombres rotosos que trabajan como bestias y no ganan para comprarse un trapo, ¿Cómo pedirles que compren ropa si apenas comen?” (p.80). “La solución de este problema radica esencialmente en el aumento general de los jornales y sueldos” (p.81).

El autor denuncia que “los paraguayos han sido olvidados desde que la industria del tanino apareció en el escenario de nuestro país” (p.23). Denuncia con lujo de detalle la discriminación por las todas empresas de tanino contra profesionales paraguayos en los puestos superiores. Denuncia el “mísero sueldo” de los obreros y hace una comparación de los jornales y cobro de alquiler entre las varias empresas, además los accidentes de gravedad que sufren, sobre todo en la sección cortadora (trituradora de aserrín). Explica con detalle el penoso trabajo del guarda-cubo, el extractero, el cenicero y el bolsero, quien “debe estibar 200 bolas en la jornada de ocho horas, con un término medio de 50 kilos cada una” (p.20).

De igual forma utilizada para la contratación de mensú en Concepción, Belén, Loreto, Horqueta y San Pedro denunciada por Barrett, el autor describe con detalle la manera de ‘enganchar’ a los hacheros para que lleguen a su ‘lote’ en el monte virgen ya con una apreciable deuda a la empresa. El precio que paga la empresa para derribar los enormes árboles de tanino, pelarlos y ponerlos en condiciones de arrastraje es “una vergüenza” (p.27). Ni hablar de las chicanas del ‘recibidor’ y la larga demora en la caja para liquidar su pago. Cuenta que hasta se les cobraba el traslado del puerto a su lote en el mal llamado ‘lecho’ – el ferrocarril de trocha angosta. Por eso los hacheros vivían siempre en deuda y concluye que “El hachero, el carrero, el aguatero, el boyero y los otros personales de obraje son la síntesis del abandono y del olvido” p.29).

Décadas antes de tiempo, arremete contra la deforestación del Chaco y aboga por un programa obligatorio de reforestación. Relata en forma pormenorizada las dos demandas que inició, con el respaldo del Departamento de Tierras y Colonización (DTC), contra Sociedad Forestal Puerto Guaraní por tala ilegal de árboles fuera de la concesión de permiso. Ambas fracasaron por la “apatía de las autoridades competentes” al ser la empresa “un Estado dentro de otro Estado” (p.88). Se opone a la presión de las empresas de tanino para derogar la decisión del Estado de reducir el tamaño mínimo del impuesto de cada pieza de rollizo de 45 hasta 35 centímetros de diámetro “... a expensas del sacrificio inmenso del hachero” (p.105) y sugiere al DTC la adopción de un Registro de rollizos para reducir la evasión tributaria de las empresas.

El autor hace hincapié en la extrema explotación de los obreros y hacheros indígenas, su excesivo horario de trabajo, su pésima alimentación de cururú y tereré, la tuberculosis que azota tanto él como su familia, que “tampoco cuentan con un mísero galpón para guarecerse del invierno” (p. 115). “¿Que hacen las empresas tanineras en favor de los indios que les hace menos costosa la producción y cargamento de tanino? Nada” (p. 115).

El autor relata también su trabajo como juez de paz en defensa de los atropellos sufridos por los obreros de Pinasco. Cuenta con detalle su defensa de Elías Olmedo, obrero que entró en 1918, fecha desde cuando “… estuvo once años de servicio consecutivo en los obrajes sin venir el puerto” y fue despedido en 1943 en forma arbitraria [probablemente por su vejez]. En su declaración, Olmedo dice: “Que debe tenerse en cuenta y especialmente el representante de la Compañía [IPC] que durante los 25 años de servicio como Inspector de Recibidor de Madera y otros trabajos, nunca he trabajado la jornada de ocho horas sino lo que hacen los empleados del centro (obraje) lo menos doce a catorce horas diarias inclusive los domingos y feriados” (p.62).

Puerto Pinasco.

Refuta una acusación en el periódico comunista Adelante que “habíamos querido aprovechar los fondos del Sindicato de Obreros”. Argumenta que, al contrario, desde 1938 esos fondos estaba en manos de IPC y “gestionamos la extracción del mismo para hacer uso en beneficio de los mismos obreros y sus familiares” (p.66).

Resalta que “Puerto Pinasco es uno de los pueblos que mayor aporte da al Estado y no recibe ningún beneficio de los fondos que remite”. Por eso reclama al Gobierno central para autorizar el uso del Impuesto al Trabajo Personal Obligatorio de Pinasco para sufragar anualmente los gastos de hijos de obreros en la Escuela Nacional de Agronomía Mariscal Estigarribia y de hijas de obreros en la Academia de Corte y Confección (p.66-69).

Cabe notar que el autor considera que “No es necesario tampoco la implantación de un totalitarismo o comunismo para la realización de obras sociales en favor de nuestros obreros” (p.81) al argumentar que la sociedad ya cuenta con los principios básicos necesarios en la doctrina de la Iglesia Católica.

“No se pretende desconocer que el capital debe obtener su ganancia, pero que ella sea razonable y justa, como razonable y justo debe ser el salario del obrero para que viva decorosamente” (p.48). Hasta alerta que “… deben tener en cuenta los patrones y el gobierno que la actualidad hace que sea esta la ocasión propicia para que entre el comunismo, porque existe de todo en los establecimientos, miseria, hambre y desnudez” (p.102).

Opina que “todas estas empresas deben ser nacionalizadas de verdad, sin extranjerismo de ninguna laya” (p.30). Refiriéndose a la nacionalización, dice: “No es esta la idea de un miembro de la extrema izquierda, por el contrario, es la de un católico práctico, que no ha tenido ni tiene reparo para decir la verdad, que es el argumento de este libro” (p. 48).

En forma repetida el autor resalta que la enorme ganancia de las empresas proviene no solo de las fábricas de tanino sino también de las estancias, carnicerías, almacenes, hoteles y hasta los trenes de trocha angosta que cobran pasaje a los hacheros. Aboga por la abolición del monopolio de los almacenes de las empresas en los puertos y la introducción del libre comercio para abaratar los precios exorbitantes para las familias. Menciona que a pesar de recibir una enorme suma con la venta de 150.000 hectáreas de su enorme latifundio para la creación de las colonias menonitas al precio de USD 40 por hectárea, Carlos Casado no mejoró en absoluto las condiciones de trabajo de su fuerza laboral.

Propone la expropiación a todas las empresas de tanino de una cantidad de terreno “… donde cada trabajador, en sus horas libres, pueda dedicarse a la agricultura y con mayor intensidad en la época de paro de la fábrica, sin tener que as, abandonar anualmente su vivienda, convirtiéndose en nómade” (p.104-105).

En fin, Reinaldo López Fretes cumplió cabalmente con su propia misión: “Me he impuesto el deber de defender los principios y derechos inalienables del obrero paraguayo y del indio, ya sea en el periodismo escrito o radial o en cualquier otro ambiente e carácter publicitario hasta conseguir lo que humanamente les corresponde como ente del agregado social” (p.123).

Además, por más que se trata de la situación de ochenta años atrás, su libro contiene cuatro temas de gran resonancia en la actualidad paraguaya –la deforestación ilegal, el abuso de los derechos laborales de los obreros, la evasión tributaria, y el maltrato de los pueblos indígenas–.

Lo que he visto en el Alto Paraguay es un libro que merece ser reeditado para que las nuevas generaciones paraguayas conozcan mejor su propia historia social y que aprendan las lecciones de la misma.

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