Hace algún tiempo escribía, en esta misma columna, que la palabra “catástrofe” era la que mejor representaba la situación de la educación en Paraguay.
Si se asume como tal, esa palabra supone una movilización inmediata que apunta a reparar los daños directos causados por algún fenómeno en particular. Y, por supuesto, tratar de ver cómo evitar en lo posible la ocurrencia de un evento similar en el futuro.
La catástrofe en educación se da por el gravísimo hecho de que nuestros niños, niñas y jóvenes no aprenden lo que mínimamente deben aprender en el sistema educativo.
Estamos hablando de aprendizajes bien concretos, pero básicos para lo que se viene después, como la capacidad de leer correctamente y comprender lo que se lee. Además de la capacidad de razonar para resolver determinados problemas matemáticos adecuados a cada edad y ciclo escolar.
Entendamos que en la sociedad hacemos un esfuerzo muy grande para montar y mantener un sistema educativo que debe tener como fin primordial que nuestros niños, niñas y jóvenes aprendan lo que la propia sociedad definió que deben aprender. En Paraguay, el presupuesto del Ministerio de Educación está en el orden de los 1.100 millones de dólares, el cual probablemente es insuficiente, pero sirve para dimensionar el tamaño de la inversión que hacemos como sociedad.
En términos generales las pruebas estandarizadas, de las cuales participan nuestros estudiantes en diversos momentos del ciclo escolar, dan cuenta que alrededor del 80% de los mismos directamente no alcanzan a desarrollar las competencias mínimas que se suponen deben tener en comprensión lectora y matemáticas. Ese número elevadísimo es un claro indicador de que la palabra “catástrofe” está muy bien utilizada, pues el sistema educativo está formando en su gran mayoría a analfabetos funcionales. Es decir, aprenden a leer, pero no entienden cabalmente lo que leen.
Entonces, ¿cómo se supone que nuestros estudiantes puedan aprender el conjunto de conocimientos, competencias, habilidades y valores requeridos para desarrollar todo su potencial como seres humanos? Si no logran dominar un elemento básico como aprender a leer y comprender lo que se lee.
Pero ocurre algo incluso peor, en evaluaciones aplicadas a jóvenes que han abandonado el sistema escolar, el nivel de aplazo en las condiciones mínimas de comprensión lectora y matemáticas alcanza la espeluznante cifra del 99%.
Sería lógico pensar que ante esta situación tan catastrófica, la sociedad en su conjunto, y particularmente los líderes irían a reaccionar en consecuencia, a fin de convertir en una suerte de causa nacional enfrentar esta realidad. Sin embargo, esto no ha ocurrido y no está ocurriendo.
De hecho, de manera increíble, el foco de la discusión –y el debate público en el último año– fue el denominado programa de “transformación educativa” que precisamente apuntaba a hacer algo al respecto de la catástrofe en el aprendizaje. Se intentaba presentar a cuestiones como “perspectiva de género”, “inclusión” o “enfoque de derechos” como parte de una agenda global que quiere destruir nuestra sociedad y forma de ser. ¡Realmente kafkiano!
Incluso un grupo importante de personas y una mayoría de legisladores del Congreso Nacional intentaron derogar un convenio internacional con la Unión Europea a través de una ley (algo de por sí absolutamente improcedente por la prelación de leyes en nuestro país), ya que en el programa de cooperación que establece el convenio para educación, también estaban presentes estas palabras “cuasidiabólicas” mencionadas en el párrafo anterior.
Necesitamos alejarnos con urgencia de estos pensamientos y conductas ideologizados, y ser mucho más razonables y pragmáticos para darnos cuenta, con toda la evidencia, de cuál es efectivamente el problema central que enfrentamos en educación.
Y, por supuesto, a partir de ahí enfocarnos a buscar las alternativas de solución para la catástrofe real.