Las producciones hollywoodenses que evocan la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Fría dan cuenta de ello; las novelas históricas que puntualizan hechos concretos o redundan en biografías de personajes paradigmáticos para una región o para el mundo entero también fijan pautas y atención del público, que consume estos relatos reconfigurados.
Últimamente, vienen desembarcando en las pantallas (principalmente en el formato de streaming) películas y series que brindan nuevos abordajes en torno a narraciones harto conocidas o que vuelven a posicionarse en el imaginario colectivo, gracias al marketing poderoso que acompaña a estas propuestas.
La temática que se instala, en este caso, halla terreno fértil en el llamado realismo mágico (también conocido como lo real maravilloso), aquel movimiento creativo de principios del siglo XX impulsado al calor de las contradicciones propias latinoamericanas, donde lo real se difumina hacia lo onírico, hacia lo fantástico, hacia un mundo paralelo que lucha por imponerse y que la cotidianidad permite, de alguna forma, que finalmente reine, para desdibujar la concreción de lo tangible hacia la percepción subjetiva de quien intenta interpretar su entorno.
Así vemos que en una de las plataformas cobra fuerza la promoción de la versión cinematográfica (serie) de Cien años de soledad, obra cumbre del colombiano Gabriel García Márquez; lo mismo que Pedro Páramo (película), versión de la icónica novela homónima del mexicano Juan Rulfo.
Ambas producciones nos permiten viajar hacia un pasado en que se gestó un biorritmo propio de violencia enraizada, lucha fratricida y aspiraciones al poder mediante las armas, cuando América Latina continuaba transitando ebulliciones fervientes, lejos de los institucionalismos y defensa de los derechos humanos, que luego llegarían para amainar de alguna manera el influjo de aquellos ríos de sangre.
La mirada puesta desde una cámara hacia acontecimientos del pasado, para revalorizar gestas que anteriores generaciones acometían mediante la lectura de las obras que plasmaban esos acontecimientos, buscan acercar al lenguaje audiovisual la transmutación de esa óptica y su consecuente vuelco a las páginas, mediante escenas con actores que interpretan a Aureliano Buendía y su controversial dinastía en el mágico Macondo; o al hijo de Pedro Páramo que vuelve a la fantasmagórica Comala en busca de su padre.
No siempre se logra el resultado que muchos anhelan, ya que el lenguaje será siempre distinto en la pantalla frente a lo expuesto en la prosa. Son géneros diferentes y cada uno cuenta en su haber con potencialidades y limitaciones.
Más allá de las cuestiones estéticas o del abordaje desde la mirada posmoderna de realizadores audiovisuales, respecto de lo que en décadas pasadas era el reino del texto escrito que plasmaba el realismo mágico en las páginas de una novela, es bueno valorar esa reinterpretación de la historia latinoamericana y acercar a las nuevas generaciones un trazo de lo que nuestros antepasados experimentaron, para que se pueda contar con elementos y criterio que permitan comprender el presente.
El mismo Augusto Roa Bastos mencionó que Paraguay era “una isla rodeada de tierra”, metáfora alusiva al encierro de épocas amordazadas por dictaduras de toda laya, censoras del libre flujo de ideas surgidas desde todos los puntos cardinales, que pudieran enriquecer el debate.
El realismo mágico, en esencia, sigue reinando en estos rincones. Solo es necesario apreciar lo que nos rodea para contemplar que la realidad muchas veces supera a la ficción.