24 nov. 2024

Los adioses…

Irma Oviedo – @IrmaLorenita

Agosto al fin se fue. Ese mes que agota, ese mes que se encarna de una manera eterna en las manecillas del reloj. Ese mes que acabó un poco conmigo, pero fui feliz cuando le dije adiós. Ese mes que de alguna manera entre el ajetreo de la coyuntura política no perdió la esencia de parecer que 31 días tienen sabor a casi un año.

Sí, ya sé, agosto se fue, pero me dejó una sensación de cansancio embriagador. No sé por qué, pero con esto del adiós a agosto recordé pasajes, vivencias e historias de los adioses.

Hoy, en este domingo otoñal, me tomo el atrevimiento de no escribir de todos esos problemas que nos aquejan diariamente en los servicios de salud pública y de la previsional como lo hago siempre en este espacio dominical. Hoy solo quiero hablar de los adioses.

Siempre fui testigo, en reiteradas ocasiones, de las despedidas más sublimes en la Terminal de Ómnibus; que ahora tiene el nombre de Estación de Buses. Y entre lo que escribí hace años me animo a compartir dos historias con los lectores y lectoras:

Crucero del Norte, en letras rojas y grandes, se leía en la plataforma número 6 de la “Terminal de Ómnibus” de Asunción en el 2018. El reloj marcaba las 16:00.

María –es el nombre ficticio del personaje– acompañó al hombre, tal vez el amor de toda su vida –creo– para despedirse. Él viajaba a Argentina. Ella vestía su mejor ropa; una pollera y camisa con estilo retro. El pelo de color blanco estaba recogido con hebillas negras. Él vestía jeans, que estaban remangados, y una camisa de color celeste. Él subió al bus sin titubear. Ella miraba al hombre ascender las escaleras, mientras posaba su mano en el pecho.

Cuando todos los pasajeros subieron, ella siguió firme frente al bus y con los brazos cruzados. Los familiares de los otros pasajeros ya se iban, en cambio, María no se movió del sitio. La imagen era digna de una postal, pensé. La azafata miró a María con ternura y le esbozó una sonrisa.

Las puertas del Crucero del Norte se cerraron. María miró con tristeza y sabía que la despedida era inminente. Entonces, en un último intento, se acercó a la ventana y le dirigió unas palabras a su amado. Él parecía que no escuchaba, pero alzó la mano para el adiós. Ella mantuvo la mano en señal de despedida por varios minutos hasta que el autobús bajó la plataforma y ya no se divisaba en el horizonte. Bajó la cabeza y con resignación caminó hasta la zona de desembarque.

Ese día, dije que era la despedida más triste que vi en toda mi vida, pero también recordé la despedida que un día evité y que sigue aún atorada en mi garganta.

Fue con una amiga que conocí en Ecuador hace 12 años mediante una pasantía en la ciudad de Quito. En mi último día, fuimos a almorzar como siempre, no hablamos de que volvía a Paraguay, sino que evité en todo momento decir una sola palabra del tema, ella también.

Después fuimos a un kiosco. Ella compró un chocolate y yo también, como siempre. Creo que con ese antifaz de cotidianeidad intentábamos evitar lo inevitable. Ese último día, ella y yo solo nos abrazamos tal vez unos minutos, tal vez un buen rato. No dijimos nada. Nos sonreímos. Caminé hacia mi destino y ya no miré atrás. Desde ese día nunca la volví a ver.

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A continuación, una columna de opinión del hoy director de Última Hora, Arnaldo Alegre, publicada el lunes 2 de agosto de 2004, el día siguiente al incendio del Ycuá Bolaños en el que fallecieron 400 personas en el barrio Trinidad de Asunción.