La considerada mayor migración humana del planeta, durante la que se estima que se realizan 3.000 millones de viajes, ha coincidido este año con la aparición de un nuevo virus de la familia del SARS (siglas en inglés de síndrome respiratorio agudo y grave), que ha matado ya a 17 personas y contagiado a casi 600 en todo el país.
Una coincidencia que preocupa a las autoridades y a la población, debido a la gran movilidad geográfica y a las aglomeraciones que esta provoca en estaciones, aeropuertos y medios de transporte, ambas propicias para los contagios y la expansión territorial del virus.
En un recorrido por las grandes estaciones de ferrocarril de Pekín, EFE comprobó que la inmensa mayoría de los viajeros llegan esta vez a tomar el tren cubiertos con mascarillas de protección, que habitualmente emplean para protegerse en los días de alta contaminación en la capital.
“La mayoría de la gente está llevando máscaras, por lo que me siento bien”, comenta una joven abogada en la treintena que prefiere no decir su nombre y que cree que el Gobierno “controlará el brote” porque “tiene experiencia en la lucha contra el SARS, que era incluso más peligroso”, asegura.
De similar opinión es Chang, un informático que trabaja para la compañía de software estadounidense Microsoft en Pekín y que viaja a Shanghái a pasar el Año Nuevo con su familia.
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“Creo que en Wuhan la situación es más grave, pero no creo que sea como el SARS. Esta vez el porcentaje de muertos es menor que en 2003 y la gente es más consciente de las medidas de prevención que hay que tomar”, afirma.
Este joven de 29 años se muestra “muy satisfecho” con la actuación de las autoridades ante el virus y asegura haber recibido información por “diferentes canales” como la aplicación de mensajería WeChat (equivalente chino de WhatsApp) o a través de mensajes SMS por el móvil.
En una de las atestadas salas de espera de la Estación Central de Ferrocarril de Pekín, la principal y más antigua de la ciudad, Yu Wong y su familia se afanan en cargar grandes bultos que llevan consigo a su pueblo natal en la provincia oriental de Jiangsu, muchos de ellos con regalos para sus familiares.
Yu, trabajador de la construcción en Pekín, reconoce, a través de la mascarilla blanca que le cubre la boca y la nariz, tener un poco de miedo de la neumonía de Wuhan, de la que hace tiempo que está informado, y critica algún aspecto de la gestión de la enfermedad.
“La información tiene que ser transparente. El Gobierno no ha sido tan transparente, parece que en Wuhan han detenido a ocho personas por contar cosas de la neumonía y se les acusó de difundir rumores. No se sabe si siguen detenidos o libres”, afirma este curtido emigrante de 57 años.
Además de recibir el nuevo Año de la Rata (o del Ratón, ya que en mandarín no hay diferencia entre ambos animales) con su familia la noche del viernes, la mayoría de los millones de chinos que tuvieron que dejar sus lugares de origen para emigrar a las megalópolis del país aprovechan los días festivos para tomarse una o dos semanas de vacaciones y quedarse más tiempo en su tierra.
Es el caso de Li Tang, un pequeño empresario de la construcción del sur del gigante asiático, de 50 años, y la única persona sin máscara de las entrevistadas por EFE.
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“No tengo mucho miedo de contagiarme porque tengo muy buena salud”, afirma Li, que cree que el Gobierno “lo está haciendo muy bien y cumpliendo su responsabilidad” y considera que la neumonía de Wuhan “no va a ser tan grave como el SARS”.
El SARS provocó en China 646 muertes (813 a nivel mundial) de un total de 8.098 casos, lo que supone un porcentaje cercano al 10% de mortalidad. En el virus de Wuhan ese índice está por el momento en el 3,4%.
Tampoco se muestra excesivamente preocupada una joven del noreste de China que se dedica a las relaciones públicas y que dice no tener “demasiado miedo” porque “la gente está haciendo muy bien la prevención y los médicos se están esforzando” para proteger al país.
Entre los miles de personas que se amontonan ante las taquillas y las entradas de los andenes, uno se puede encontrar sorprendentemente con alguien que ni siquiera se ha enterado de la existencia del nuevo virus que ensombrece el año nuevo chino.
“No sabía nada de la enfermedad. Estoy muy ocupado y no tengo mucho tiempo”, responde Wu Xiaoxing, un vendedor de 45 años de la provincia de Mongolia Interior, que lleva, sin embargo, mascarilla –dice– por la contaminación.
Cuando se le explica que el virus ha causado 17 muertes y más de 500 afectados Wu echa de mano del proverbial sentido de aceptación oriental.
“Cómo puedo decirlo, si viene no lo puedo parar. A veces es el destino: si te toca, te toca”, asevera.