06 jul. 2024

Los dueños de la tragicomedia

Son harto conocidos los ya casi cotidianos arrebatos de irracionalidad que envuelven a ciertos representantes del pueblo (parlamentarios, principalmente) hacia quienes apuntan y enfocan los micrófonos y las cámaras, haciendo desviar el cometido original de su mandato, que es legislar.

La oleada de infantilidad, poco apego hacia la razón o al debate enriquecedor, los vaivenes en el discurso y las ocurrencias esnobistas copan los espacios públicos, generando un espectáculo circense que invitan a la risotada o bien al plagueo, antes que la búsqueda de consensos para la necesaria gobernabilidad. Las redes sociales y medios de comunicación se encargan de replicar hasta el infinito la oleada de despropósitos cotidianos.

La exposición mediática retroalimenta el foco de la atención en los disparates y la polémica, se gestan campañas furibundas contra figuras conocidas en el arco político –la mayoría de ellas cargadas de puras ofensas– y que son debidamente refutadas con igual o más afinado calibre, para culminar todo en la misma nadería, sin avances en el discurso que pueda aportar a la causa nacional.

La degradación en el espacio desde donde deben gestarse las estrategias y soluciones contra el atraso generalizado es producto de la calidad de candidatos que se presentan en cada elección, acrecentando el peligro para la sana convivencia, ni bien empiezan algunos a gestar un esbozo de idea, muchas veces carentes hasta de sentido lógico... pero que tiene su otro lado de la moneda en las opciones que elige el votante, a sabiendas de la poca preparación de estos candidatos.

Personajes bien conocidos de la corruptela sistemática, antecedentes nefastos, prontuarios con claras sospechas de manejo discrecional de la cosa pública y relaciones con el narcotráfico, conviven armoniosamente con algún procesado por abuso sexual a menores; mientras otra parte de la fauna politiqueril saca al interior de sus movimientos los trapitos al sol, como si la ciudadanía fuera un simple espectador del circo romano posmoderno.

Y es que esta última circunstancia parece consolidarse frente al triste espectáculo: Una población apática, con cada vez menor interés en involucrarse como partícipe de las decisiones que le deberán beneficiar; decepcionada y hasta acomodada en su zona de confort: Esta es muchas veces la resignación y el estoicismo, cuando observa que casi ningún representante vela por el bienestar general, ya que solo enfoca su interés en mantener su espacio de poder y negociar en las altas esferas las piezas del juego en el que retroalimentan su privilegio.

La conciencia cívica, el poder ciudadano, la organización social y las estructuras que impulsan el control desde la población hacia los centros del poder republicano, solo se consolidan con un marco transparente, con permanente comunicación entre Estado y sociedad civil, con institucionalidad sostenida y respeto a la ley de parte de todos, una utopía cada vez más lejana en regiones como la nuestra, en la que los sistemas educativos perdieron el rumbo y ya no consolidaron ejes transversales para el empoderamiento de la gente o los colectivos humanos que buscan reivindicar sus derechos.

Al quedar al azar la esperanza colectiva, frente a la angurria de los grupos empotrados en el poder, se desdibuja el destino como nación y se gestan islas y burbujas de privilegios, rodeadas de necesidades y pobreza, crece la desigualdad y va naciendo un escenario ideal, que es caldo de cultivo para ideas mesiánicas, represoras y reaccionarias.

Solo un despertar a tiempo de los actores clave y de la ciudadanía deseosa de una praxis democrática, con responsabilidad y castigo a los corruptos, puede enfrentar un panorama sombrío; y ese es el designio que debe seguir cada habitante, para amainar las burlas y la irracionalidad que lanza a la tribuna un gran porcentaje de las figuras públicas que dicen representar al pueblo.

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