A más de 100 días de la cuarentena nos estamos acostumbrando a las nuevas reglas de convivencia, las empresas adoptan las medidas sanitarias, las familias se distancian, nos resignamos al saludo virtual y los encuentros sociales y religiosos están vedados, por el momento.
Todo este renunciamiento de la población y de las empresas está dando sus resultados en lo que hace al cuidado de la salud y la vida, en lo que respecta estrictamente al nuevo coronavirus.
Pero al cabo de 100 días de paralización empiezan a saltar los efectos secundarios de la nueva manera de vivir que nos impone este virus y aconsejada por los entendidos en salud.
Leí días pasados que una diputada consideraba que hoy es absolutamente normal que las personas visiten a sicólogos o siquiatras con miras a obtener alguna ayuda profesional para hacer frente a la situación que implica la pandemia y la nueva forma de vivir.
Se escucha que la suspensión de las clases presenciales genera un alto nivel de ansiedad y aburrimiento en los niños y adolescentes, lo que obliga a los padres a ingeniarse para ayudar a sus hijos a liberar la energía acumulada y aminorar la frustración. Se observa en las redes sociales y se escucha en los comentarios con los compañeros de trabajo que la situación económica es uno de los puntos más delicados que está generando la nueva normalidad.
Están los que han perdido su trabajo, otros siguen con la suspensión laboral y deben sobrevivir con el subsidio otorgado por el IPS, a otros se les descuenta una parte del salario, porque la empresa no puede cubrir el 100%.
Todo esto obligó a los trabajadores a probar nuevos rebusques; es decir, ver la forma de cómo completar sus ingresos, vendiendo todo tipo de productos que van desde comestibles, ropas, productos para la higiene y la salud, por citar algunos.
Los empresarios se están dando cuenta de que tras el paro económico ahora resulta muy difícil volver al mismo ritmo de la economía que teníamos antes de la cuarentena.
Algunos economistas están alertando sobre el riesgo de que el país caiga en un círculo vicioso de baja productividad y desempleo. En otras palabras, se ve difícil recuperar todo lo que teníamos hasta el 12 de marzo, cuando se inició la cuarentena.
La nueva normalidad también está afectando las actividades sociales, educativas y religiosas. Al restringir la cantidad de participantes en los diferentes eventos a un máximo de 20 personas, para muchos resulta impracticable la medida y prefieren postergar los eventos con la esperanza de que con el correr de las semanas se flexibilicen las medidas de restricción y tratar de alguna manera de volver a la normalidad a la que estábamos acostumbrados antes del la cuarentena. Sin embargo, algunos alertan que la nueva normalidad vino para quedarse y es posible que muchas medidas se extiendan hacia finales del presente año. Todo depende de cómo se comporte la ciudadanía y cómo avanzan los niveles de contagio del Covid-19.
Existen organizaciones empresariales, civiles, sociales y religiosas cuyas actividades deben realizarse indefectiblemente con la asistencia del público; caso contrario, no tiene sentido que sigan operando. Sus ingresos dependen de la asistencia de las personas, ya sea para observar una función artística, una celebración religiosa o simplemente para comercializar productos.
La nueva normalidad, si no se flexibiliza, puede llevar a un embudo económico a muchas organizaciones. Esto hará que muchos salgan del escenario al no tener forma de sostenerse económicamente.