12 abr. 2025

Los éxitos del powerpoint

No hay mejor manera de malograr un éxito que exagerarlo y que te pillen la jugada. Al presidente Santiago Peña ya le ha pasado dos veces y para colmo en un área donde él debería jugar siempre de ganador, la de la economía. Primero fue el anuncio pomposo de la cantidad de puestos de trabajo que se habían generado bajo su administración, y luego el número de pobres y miserables que dejaron de serlo en lo que va de su mandato. En ambos casos distorsionó conceptos y engordó tramposamente los datos para maximizar sus resultados, convirtiendo esas buenas noticias en un papelón innecesario.
Arrancó una mañana exultante, contando el número sorprendente de nuevos empleos que se crearon en lo que va de su administración, alrededor de 100 mil puestos de trabajo. El dato llamó la atención considerando que ni siquiera cumplió aún su segundo año en el cargo. Por supuesto que era una excelente noticia, solo que no quedaba claro dónde se había producido semejante prodigio. Finalmente, desde la cartera del trabajo tuvieron que salir a explicar que lo que se sabía es que en el país había 97 mil desocupados menos, pero que solo se generaron poco más de treinta mil empleos, las demás son ocupaciones informales.

La diferencia es casi dolorosa. Un empleo formal supone un ingreso no menor del salario mínimo y la seguridad social, que incluye cobertura médica y la posibilidad de jubilarse. El grueso de los trabajadores informales ni siquiera llega al salario mínimo y carece de cualquier cobertura en materia de salud.

De hecho, el problema principal en Paraguay no es la desocupación, sino el empleo informal. Así pues, el anuncio resultó en un papelón innecesario.

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No pasó un mes de aquel bochorno cuando Peña volvió a sorprender con nuevos datos que darían cuenta del éxito de su gestión. Esta vez, el presidente afirmó que bajo su gobierno unas 270 mil personas abandonaron la pobreza y más de 91 mil la pobreza extrema. No caben dudas de que son resultados que hay que celebrar. Solo que la sensación térmica en las calles no refleja esos logros. Quizás, por eso, algunos economistas se pusieron a revisar mejor esos números.

Y otra vez el dato se reveló como una media verdad. En realidad, el presidente sumó a los de su administración los resultados del 2023 en el que los primeros ocho meses corresponden al gobierno anterior. Los datos económicos de ese año, buenos y malos, los carga la administración que le precedió. No son sus logros. Para colmo, en ese tramo la reducción fue mayor que la que se registró en el primer año de Peña. Más que una tergiversación es casi una argelería absolutamente innecesaria.

Pero la cuestión resulta incluso más desagradable si se considera la fragilidad del dato. Se trata de una medición monetaria de la pobreza tan limitada que consiste básicamente en que una persona que viva en este país tenga cuanto menos 29 mil guaraníes por día para comer. Si se trata de un vendedor de yuyos al que sus ventas le generan hoy solo 20 mil guaraníes de utilidad, pero mañana supera los 30.000 y pasado mañana cae nuevamente a menos de diez mil habrá pasado de la pobreza a la clase media y luego a la pobreza extrema en menos de una semana. Es una estupidez.

Es tan tonto como los presidentes queriendo aferrarse a datos inflados o a métodos de medición artificiosos buscando con ellos aplacar el descontento de un país que demanda empleos genuinos y el combate a la pobreza estructural, esa que tiene que ver con las carencias en la salud, la educación y la vivienda y no con ganar en unos días unas monedas más o unas monedas menos.

Nadie le puede pedir a Peña resultados inmediatos. Estas batallas no las gana una administración, sino un estado con políticas de largo plazo. Lo que sí le podemos reclamar son esas políticas, y no el entretenimiento con datos de powerpoint que él mejor que nadie sabe como se dibujan.

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