06 feb. 2025

Los fantasmas de Asunción

Lupe Galiano

Deambulan por el centro con las caras apagadas; duermen en las veredas y cuando hace frío, en los portales. Sin vergüenza fuman las pipas de crac delante de los transeúntes y sin pudor hacen algo parecido al amor a la vista de cualquiera. Son 20 o quizás 30 personas sin edad definida: Parecen niños, parecen ancianos, parecen jóvenes.

Algunos asuncenos se preocupan, se conduelen, les invitan un helado, les tiran un mil’i y se resignan a verlos malvivir por ahí. Unos, generosos, les invitan algo de comer; otros, temerosos, cruzan y cruzan de acera en acera para rehuirlos.

Están en situación de calle, un eufemismo para maquillar la realidad: Viven en la calle, están en la calle, son de la calle. Nadie les mira detenidamente, todos tenemos la excusa perfecta para el abandono.

El Estado, en su rol ejecutivo, se defiende con palabras de oenegé para olvidar su función de rector de las políticas públicas que se deben ocupar de la protección de la gente. “Estamos en contra de la institucionalización, porque no se puede satanizar la pobreza”. En castellano: No se puede llevar a las personas a hogares de tránsito, tipo albergues, asilos, hospitales siquiátricos. La razón es loable: Todos tenemos derecho a vivir en una familia. Pero, esa familia evidentemente no existe. Así los compañeros que viven en las calles –a veces todos niños– pasan a ser familia porque cumplen sus roles: Cuidar, proteger y dar sustento.

Ahora mismo, así como está la sociedad, así como está el Gobierno (vigente o electo) y sin pensar en modelos icónicos de libro de primer grado, papá-mamá-hijos sonrientes, todos rubios y con zapatos, ¿cuál es la opción? Una respuesta pueden ser los endebles programas que no terminan de consolidarse por falta de presupuesto, voluntad o gente capacitada.

El Estado, en su rol justiciero, se resiste a “judicializar cada caso”. Los jueces, los defensores, los fiscales les llaman casos. Casos, no personas. Porque “el sistema judicial está colapsado”, “porque no se puede probar el supuesto maltrato” (cuando de niños se trata), “porque no tenemos capacidad de proteger a las víctimas”, porque, porque, porque, interminables porqués.

En casi 30 años de democracia, pocos gobiernos municipales o nacionales, se preocuparon por la sociedad, hasta que llegamos a este punto sin retorno, donde el abandono forma parte del paisaje urbano. Es natural que un adulto mayor duerma en un banco de cualquier plaza; es natural que un niño indígena inhale cola de zapatero; es natural que una nena de 10 años cargue a su bebé en una esquina con semáforo; es natural que la abuelita pida moneditas a cambio de una bendición con saliva; es natural que un mita’i le dé al chespi en un resto de latita de cerveza.

Y así nuestra mirada se hace esquiva, nuestra capacidad de asombro se desvanece y nuestro corazón se endurece. Hasta la próxima esperanza: La próxima elección, el próximo gobierno, la próxima administración municipal, la próxima vida.