29 abr. 2025

Los marginales

En general, a Paraguay se define como un país con debilidad institucional, alta corrupción en todos los ámbitos, profundamente autoritario y lacerante desigualdad. Como si faltaran más historias tiránicas, soplan vientos populistas que coquetean con el neofascismo, muy en boga en el mundo y cuyo amplio paraguas acoge a sectores variopintos que van desde antivacunas, antiecológicos, antidiversidad, antiderechos en general que polarizan las sociedades al punto de quiebre sin retorno.

Este breve contexto explica el comportamiento de ciertas autoridades que no se sienten interpeladas por sus conductas sinuosas, que no solamente colisionan con la ética sino en muchos casos rompiendo la ley.

Corrupción e impunidad, el combo cancerígeno que destruye la democracia.

CAUSA Y EFECTO. Este año ha dado ejemplos impactantes no solo en el señalamiento de determinados actores. Sus reacciones ante las situaciones son el mejor diagnóstico de la crisis institucional y la ruina ética que golpea al país.

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A mediados de año, Estados Unidos dio la nota al señalar como “significativamente corruptos” al ex presidente de la República Horacio Cartes y al vicepresidente de la República, Hugo Velázquez.

Más allá de los efectos políticos de la medida, el impacto ha sido grande. Paraguay confirmaba de esta manera ante el mundo aquellas conclusiones que lo señalan como uno de los países más corruptos del mundo, teniendo como ejemplos nada menos que a un ex presidente y a un vicepresidente.

Lo más provocativo fue la respuesta institucional, especialmente de Velázquez, que aunque se vio obligado a bajar su precandidatura presidencial, se mantuvo como número dos del Poder Ejecutivo, a pesar de señalar que renunciaría como una salida honorable. Luego de reflexionar, pisó su palabra y se mantuvo en el cargo porque consideró que EEUU asumió un chisme como verdad.

Cartes negó las acusaciones y luego de sobrellevar el temporal, siguió haciendo campaña junto a su ahijado Santiago Peña.

Hace diez días, el presidente de la Corte Suprema de Justicia, Antonio Fretes, estuvo en el ojo de la tormenta porque se reveló un acuerdo entre su hijo abogado y un familiar de un hombre acusado de lavar dinero para el narcotráfico para evitar su extradición a EEUU. El asunto debía ser definido por Fretes como miembro de la Sala Constitucional. Pero eso no fue todo. Como se aprobó la entrega judicial de Mohamed Hijazi, el hijo tuvo que devolver la supuesta coima estipulada en 368.000 dólares. A pesar del escándalo, Fretes no se dignó a renunciar. Casi como una concesión graciosa, pidió permiso como presidente de la Corte Suprema, pero seguirá como alto magistrado definiendo la vida y hacienda de los litigantes. Sin un ápice de dignidad y decoro, que deben ser fundamentos de la ética pública.

Estos comportamientos no son aislados. Revelan la decadencia de la dirigencia del país. Es el resultado de décadas de vaciamiento institucional del que se viene alertando sin éxito. Crisis de representatividad y credibilidad, en medio de una sociedad anestesiada y hastiada. Lo peor es que este escenario es propicio para perder los pequeños avances en las instituciones democráticas que se construyeron en estas tres décadas.

NADA IMPORTA. El poder por sobre todas las cosas. Porque significa dinero, influencia, control, negocios, venganza, narcisismo y mucho más. La ética es un estorbo, un decorado en desuso que ya no sirve ni para engañar al público. El individualismo sobre lo colectivo. No importa si el comportamiento afecta al grupo, la institución o el país. La decisión de salvarse, de permanecer en la superficie a costa de todos.

Cartes prosigue su campaña esperando que su delfín triunfe y de esa manera terminar la incertidumbre que carcome su vida y su fortuna.

Velázquez se atornilló al cargo buscando salvar su investidura. Craso error. Desde entonces es un fantasma. Ya no es referente institucional ni político. Nadie se acerca a él públicamente y aunque se señala que no hay cadáveres políticos, hoy está más cerca del olvido que de la resurrección.

Y Fretes es la representación misma de la ignominia. Y aunque permanezca en el cargo, a medida que se acercan las elecciones generales se irá diluyendo hasta convertirse en un espectro. Ni sus amigos a los que blindó por décadas lo rescatarán. No será ejemplo de juez y menos de justicia.

Cegados por el poder, educados en el clientelismo como forma de vida, decidieron ser marginales. Políticamente desintegrados, éticamente vacíos con la fantasía de que el respeto, la dignidad y la honra se logran solamente desde los cargos.