Los familiares, que caminaron unos tres kilómetros bajo un incesante sol desde El Rodeo a San Miguel Los Lotes, el pueblo que enmudeció con el grito del volcán, estaban encabezados por una bandera de Guatemala con un crespón negro y dos coronas grandes de flores.
Ya en el lugar, cada familia intentaba buscar las casas de los suyos. No era fácil entre las toneladas de cenizas, arena, lodo y rocas. Entre los amasijos de hierro que algún día fueron sus viviendas.
“Mi familia está aquí”, aseguró a Efe Jessica Celeste, una mujer que perdió a la abuela de su marido y a su esposo en la tragedia: “Quedó aquí enterrado”, dice señalando al suelo, a ninguna parte.
Ella es una de las supervivientes de la erupción del volcán de Fuego de Guatemala, que el 3 de junio de 2018 acabó con el sueño y la esperanza de centenares de familias. Ella supo que llegaba la lava de la erupción cuando “toda la gente corrió encenizada”. Fue en ese momento cuando también empezó a correr.
A su alrededor, centenares de familiares, que portaban cruces de madera, enterraban ramos de flores de colores en los montículos de ceniza y tierra en memoria y honor de los desaparecidos y fallecidos.
Cubriéndose del incesante sol con unos paraguas y secándose las lágrimas con sus propias vestimentas, clavan los ramos, rojos, rosas, amarillos o blancos, mientras el volcán sigue con sus habituales explosiones, estas pequeñas y a baja altura.
San Miguel Los Lotes nunca volverá a ser lo mismo. Más de dos centenares de casas que eran vida y color ya no existen. Se ven en blanco y negro.
Tampoco sus vecinos volverán a ser los mismos. La desolación y los recuerdos los ahogan. Pero todos siguen pensando en la misma idea, la que los unió aquel 3 de junio de 2018. Que los suyos puedan, por fin, descansar en paz.