Aunque abundan los ejemplos de la capacidad del ser humano para desencadenar guerras y violencia, los científicos ven a la generosidad como una característica sobresaliente de nuestra especie. Por esa razón, iniciaron una investigación con chimpancés para encontrar la causa de este comportamiento.
“Algo que distingue al ser humano es lo serviciales que somos”, mencionó Christopher Krupenye, investigador del comportamiento de los primates de la Universidad de Saint Andrews, en Escocia.
Al parecer, la generosidad pudo haber sido fundamental para la supervivencia de nuestros primeros ancestros, quienes vivían en pequeños grupos de cazadores y recolectores.
“Cuando nuestros propios intentos de encontrar comida son infructuosos, confiamos en que otros compartan su comida con nosotros; si no lo hicieran, moriríamos de hambre”, explicó Jan Engelmann, investigador de la Universidad de Gotinga.
Para los investigadores, nuestro linaje se separó del de los ancestros de los chimpancés y sus primos, los bonobos (chimpancé pigmeo), hace unos 7 millones de años, informó The New York Times.
Estas dos especies estrechamente relacionadas de simios son casi idénticas. Sin embargo, existen algunas diferencias interesantes en su comportamiento, incluyendo qué objetos —comida o herramientas— los motivan a ser generosos.
Hace poco, Krupenye y sus colegas pusieron a prueba la generosidad de los bonobos que habitan en el santuario Lola Ya Bonobo, en la República Democrática del Congo.
Es así que el nuevo estudio sugiere que las raíces de la generosidad humana son profundas, pero que solo lograron florecer plenamente en el curso de la evolución de nuestra especie.
Los científicos colocaron a un bonobo en una jaula con cinco nueces. En una jaula contigua, había otro bonobo —a quien el primero no conocía— que tenía dos piedras, pero no nueces. Las jaulas estaban conectadas por una ventana.
Los bonobos podían intercambiar objetos a través de la ventana o ignorar a su vecino.
Los investigadores descubrieron que los bonobos que tenían las nueces fueron generosos. En el 18% de las pruebas, los bonobos con las nueces pasaron una a su vecino por la ventana, una tasa que demostró su disposición a compartir alimento con los demás.
Sin embargo, los bonobos en la otra jaula casi nunca correspondieron el favor. Se negaron a compartir una de sus piedras.
El trabajo de Krupenye y otros investigadores deja en claro que los humanos no son únicos en su generosidad. Es posible que nuestro ancestro común con los bonobos y los chimpancés ya fuera prosocial, al menos en cierta medida.
Al respecto, Felix Warneken, un psicólogo de la Universidad de Michigan, que no participó en el estudio, manifestó que es posible que después de que nuestros ancestros desarrollaron la tendencia a ser generosos, también hayan desarrollado un cerebro capaz de entender las normas. A su vez, los humanos lograron identificar los beneficios de esta práctica.
Según Warneken, la generosidad del ser humano “ya no se trata del mismo tipo de motivación que encontramos en otros animales”, concluyó. “Ahora hay una especie de obligación de compartir con los demás”, indicó.