A mediados de enero, el papa Francisco advirtió sobre los peligros de una guerra nuclear. Esos temores se vieron reforzados el viernes pasado, cuando Trump dio a conocer su política sobre las armas atómicas, en un documento titulado Nuclear Posture Review (NPR). En rigor, se trata de un documento presentado por el Pentágono, pero que, en este caso, cuenta con el apoyo del presidente. El NPR resulta alarmante por dos cosas: Porque propone usar armas nucleares para contrarrestar un potencial ataque ruso y porque propone usarlas incluso, para contrarrestar el ataque de un enemigo que no utilice armas nucleares.
Debe recordarse que, en 2010, Obama firmó con Putin un tratado llamado START, que comprometía a los dos países a reducir la cantidad de esas armas a 1.500 (en cada país), con miras a la reducción gradual e incluso desaparición de ellas en el mundo. Aunque no llegaran a desaparecer, resultaba mucho mejor reducirlas, e incluso sentar el principio de que se debían reducir, en vez de iniciar una carrera hacia su proliferación.
El proyecto de Trump no es fabricar más bombas, sino fabricar bombas más usables: De menor capacidad explosiva, pero más precisas. De hecho, el arsenal norteamericano ya tiene una considerable cantidad de esas, con la llamada B 61, mucho menos potente que la que explotó en Hiroshima en 1945, que tenía una potencia explosiva de 13 kilotones. La B 61 la tiene a partir de un tercio de kilotón, o sea, unas trescientas treinta toneladas de TNT, que viene a ser poco para ese tipo de armas. Un kilotón equivale a la fuerza expansiva de mil toneladas de TNT; la radioactividad es otra cosa.
En el transcurso de la Guerra Fría, se crearon bombas con potencia de megatones, o sea, un millón de toneladas de TNT. Después se vio que, con ese arsenal, ninguna de las dos grandes potencias (Rusia y Estados Unidos) iba a poder destruir a su adversario sin destruirse también a sí misma. Con el final de la Guerra Fría, se redujo considerablemente el arsenal de las dos potencias, en cantidad y en poder destructivo.
El tratado firmado por Obama y Putin en 2010 seguía en esa línea. Dentro de la política de Obama, las armas nucleares debían usarse solamente como disuasivo o como respuesta a una agresión nuclear. Las cosas han cambiado con Trump, dispuesto a modernizar su arsenal atómico, lo cual podría llevar a otros países a hacer lo mismo. Por otra parte, una B 61, con su potencia de 0,3 kilotón, se vuelve más usable; se podría utilizar contra un objetivo militar, por ejemplo un puerto, sin arrasar toda una gran ciudad. El problema sería que el atacado con ese artefacto se creyera blanco de un ataque masivo, reaccionara con todo lo que tiene, y se llegara al holocausto nuclear. Esta es una posibilidad que no debe dejar de contemplarse y por eso resulta muy oportuna la advertencia del papa Francisco, que es un llamado a la cordura de los dirigentes políticos y de cualquier persona que no hayan perdido los sentidos de la realidad y de la humanidad.