Esteban Caballero *
La elección del presidente de Paraguay, Santiago Peña, coincidió con el retorno político del presidente Luis Ignacio da Silva, Lula. Los dos personajes comparten una impronta muy particular, la de la diplomacia presidencial. Lula retornó a la palestra mundial con enorme ímpetu en lo que se refiere a las relaciones internacionales. En cierto sentido se hizo eco y amplificó la expresión utilizada por el presidente Biden en su discurso inaugural: “Estamos de regreso”. Efectivamente, al cabo de pocos meses nadie podía dudar de que el Brasil estaba de regreso, desempeñando un rol destacado en el concierto de las naciones, con sus luces y sus sombras, ciertamente.
El caso de Santiago Peña es distinto porque se trata de un país pequeño y de menor peso en el contexto internacional. Sin embargo, sus intervenciones han puesto el país en el mapa y hasta han ocasionado sorpresa entre sus vecinos, acostumbrados a un rol de más bajo perfil. El nuevo sello que está queriendo dar el presidente paraguayo a su política exterior marca una diferencia. Hay que ver cuál será el impacto.
En diciembre de 2023, Brasil le transfiere la presidencia pro témpore del Mercosur al Paraguay. En vistas a ese proceso de transición, el presidente Santiago Peña le ha recordado al presidente Lula que el plazo para concretar el acuerdo con la Unión Europea vence ese mismo mes y que si los europeos no se manifiestan con respecto a las contrapropuestas referentes a los temas ambientales, el bloque debería proyectarse hacia regiones como el Medio Oriente y Asia.
El problema es que la fuerza del presidente paraguayo para liderar ese cambio de perspectiva puede no ser la requerida, ni vaya a encontrar el escenario más propicio. Nos referimos sobre todo a que estamos ante una coyuntura en que, por un lado, las relaciones entre las naciones hermanas del Mercosur no pasan por su mejor momento, y, por otro, hay un contexto político argentino minado de incertidumbres.
Efectivamente, uno de los temas más actuales a nivel regional es la disputa en torno al peaje que está cobrando la Argentina a las embarcaciones que utilizan la Hidrovía Paraguay – Paraná, un peaje que es rechazado por el Paraguay y los otros socios de la Comisión del Acuerdo de la Hidrovía (Brasil, Bolivia y Uruguay). En el marco de esa tensión, también saltó el tema del cobro de la energía de la hidroeléctrica binacional Yacyretá que el lado paraguayo cede a la Argentina. El Paraguay ha puesto en la mesa la opción de utilizar el 100% de su energía, en vez de cederle a la Argentina por una compensación, ya que Buenos Aires no está honrando los pagos debidamente. Curiosamente, en paralelo, Argentina comenzó a retener camiones que transportan gas licuado al Paraguay, dando señales de un escalamiento de la guerra comercial.
Aparte, el panorama político argentino se presenta muy amenazante desde la perspectiva del Mercosur. El hecho de que el candidato ultraliberal de La Libertad Avanza (LLA), que obtuvo el mayor porcentaje de votos en las PASO, Javier Milei, sea un librecambista fervoroso es un claro indicador de que, si llegase a ganar la presidencia, la idea de una unión aduanera imperfecta, con un arancel externo común poroso, va a chocar frontalmente con dicha ideología. Ello implicaría una nueva crisis a nivel del entendimiento de los países sudamericanos, poniendo en jaque la capacidad del bloque de actuar como conjunto en negociaciones de integración con otras regiones, como la Unión Europea, o cualquier otro que quiera proponer el presidente Santiago Peña.
Sin duda, estos temas se irán deshilvanando con el tiempo. Hay que ver si la UE responde en tiempo y forma, primero. Si lo hace de manera satisfactoria el desafío para el Mercosur será mayor. Se trataría de un acuerdo comercial histórico, en una época muy distinta a la que predominaba hace 20 años, cuando se inició el proceso. Ninguno de los gobiernos de la región, inclusive con un Milei en la presidencia de la Argentina, podría descartar la opción fácilmente. La UE ha prometido no reproducir el modelo extractivista, de simplemente explotar recursos naturales, sea este el litio o la soja. Hay un acompañamiento con inversiones que buscan fortalecer procesos de producción con valor agregado más complejos. Al mismo tiempo, los sudamericanos han prometido utilizar sus propias regulaciones, de manera soberana, para cuidar que la producción agroganadera no acreciente la deforestación ni dilapide los sumideros del CO2. Si estas promesas son creíbles o no es otra cuestión. En el caso paraguayo, el poderoso lobby agroganadero del país ha manifestado reticencias respecto a la cuestión medioambiental, el uso de agrotóxicos y la deforestación.
En todo caso, para el presidente Santiago Peña y su diplomacia presidencial, la concreción del acuerdo Mercosur – UE lo obligaría a marchar más al unísono con sus pares . Ello simplemente porque, al firmarse un acuerdo con la UE, el Mercado Común del Sur se fortalecería y las cláusulas que impiden tratados de libre comercio bilaterales adquirirían mayor vigencia, quitándole así mayor autonomía al Paraguay o cualquier otro. Así como fue el caso del proyecto fallido de Uruguay para firmar un TLC con China, que declinó al final por respetar los reglamentos del Mercosur.
Si bien mucho depende de cómo se va configurando el espacio político regional, la posición de Peña es delicada. Es el último presidente de Sudamérica que mantiene una relación con Taiwán. Su relación con Estados Unidos se tensa de manera intermitente por los programas anticorrupción de USAID en Paraguay, así como por la designación de su mentor político y ex presidente Horacio Cartes como “significativamente corrupto”, por parte del Departamento de Estado. Por otro lado, una parte importante de la bancada de su partido quiso derogar un convenio con la UE con base en argumentos falaces sobre la imposición de la ideología de género en la educación.
El problema es que la fuerza del presidente paraguayo Santiago Peña para liderar ese cambio de perspectiva puede no ser la requerida, ni vaya a encontrar el escenario más propicio.
*Cientista político, profesor del Programa de Flacso en Paraguay y consultor en planificación estratégica. Fue director regional para A. Latina y el Caribe de Unfpa.