Su lectura es muy oportuna, porque Horacio Cartes ha pedido acabar con el antagonismo entre políticos y empresarios en la cumbre de Panamá.
¿De qué antagonismo se trata?
El problema del momento es la colusión entre empresarios y políticos, con olvido de los demás.
Cartes propone una alianza público-privada como solución de nuestros problemas. Pues bien, esa alianza existe en Haití (nos cuenta Loewenstein) y ha permitido la construcción de un complejo industrial.
¿No resulta muy parecido al complejo industrial que nuestro Gobierno propuso construir sobre el Paraná, para Rio Tinto?
Comparaciones aparte, el hecho es que en el complejo industrial haitiano se pagan sueldos inferiores al sueldo mínimo legal (cinco dólares por día), y el dichoso complejo apunta a convertirse en un centro de reclutamiento de mano de obra barata para las multinacionales.
Huelga decir que Haití es un país muy pobre y con tremendos problemas: tiene un desempleo del 60% y debe importar al menos el 75% del arroz que consume.
Lo que muestra Loewenstein es que la superación de esos problemas no debe esperarse del ingreso de los capitales especulativos.
Después del devastador terremoto de 2010, el país recibió una buena cantidad de dólares como ayuda internacional; los resultados no fueron los esperados.
No fueron solo por la ineficiencia y la corrupción, que las hubo, sino del error de criterio: los capitales especulativos no tienen ningún interés en desarrollar ningún país pobre.
Por la vía neoliberal, poco futuro tiene Haití, para colmo con grandes recursos naturales (oro, cobre, zinc), que ahora tientan a las multinacionales.
A esto llama el autor la maldición de los recursos naturales, pensando en lo sucedido en Papúa Nueva Guinea con la llegada de las corporaciones multinacionales.
El caso más sonado es el de la mina Panguna, en la isla de Buganvilia, cuyos pobladores se levantaron en armas contra la explotación de oro y cobre que provocó una tremenda destrucción ecológica.
Ganaron los rebeldes, pero a un alto precio: miles de muertes, destrucción, pobreza. La empresa culpable era la BCL, formada por la alianza público-privada del gobierno local y de Rio Tinto.
Irak y Afganistán son otros casos estudiados en Profits of Doom. La riqueza petrolera de Irak es evidente; lo que se sabe menos son los yacimientos de minerales de Afganistán, que atraen la atención de empresas no necesariamente caritativas.
Otro rasgo común de esos dos países fue la privatización de la guerra.
Por razones de supuesta eficiencia, se encomendó a empresas privadas, la comida, los servicios de inteligencia y de seguridad; digamos la privatización de la guerra.
A fines de 2012 (dice Loewenstein), había en Afganistán 109.000 contratistas privados, casi dos veces el número de soldados.
No consta la eficiencia del sector privado, pero sí que los mercenarios ganan mucho más que los soldados de los ejércitos de ocupación.
Decididamente, ese modelo privatista poco puede prometer al Paraguay.