A partir del 2015, la oenegé Base-IS publica un informe anual con el título de Con la soja al cuello; un juego con las palabras soja y soga, índice de la postura de Base-IS sobre el agronegocio.
Agronegocio –palabra que no está en el diccionario de la Real Academia, viene del inglés agribusiness, que comenzó a usarse hacia 1950. Castiza o no, la palabra designa una realidad, y es el manejo comercial de la agricultura y la ganadería, con todo lo que ese manejo implica: producción para la exportación, acaparamiento de la tierra, deforestación, utilización de agrotóxicos.
¿Le conviene el agronegocio al Paraguay? Según el Gobierno, sí: por eso, el Plan Nacional de Desarrollo, que se propone marcar el rumbo del país hasta el 2030, está para que el país se vuelva aún más agroexportador, que se convierta “en uno de los principales productores de alimentos del mundo”, según el Plan.
Más producción significará más exportación, o sea mayor ingreso de divisas y crecimiento del producto interno bruto. En términos aritméticos, el aumento del PIB será también el aumento del bienestar de todos los paraguayos.
Esta es la versión oficial, cuestionada por Con la soja al cuello por varias razones, comenzando porque si bien se incrementó la producción de alimentos para la exportación, disminuyó la producción de alimentos para el consumo interno: un porcentaje considerable de la población está mal alimentada, y no podemos suponer con fundamento que, con el aumento de las exportaciones, aumentará la producción para el consumo interno.
Podría objetarse que si entran más divisas con el agronegocio, habrá más dinero para dar de comer a los carenciados. Sin embargo, el dinero que ingresa beneficia en forma desproporcionada a una minoría ya suficientemente privilegiada.
Según el censo del 2008, el Paraguay tiene uno de los sistemas de tenencia de la tierra menos igualitarios del mundo. No debe sorprendernos, considerando que durante el gobierno de Stroessner se dilapidaron cerca de ocho millones de hectáreas de tierras fiscales.
En años más recientes, y como consecuencia de la globalización (promotora del agronegocio), se ha visto en el país una increíble especulación inmobiliaria; un acaparamiento de la tierra cuyos beneficiados se han ingeniado para evadir impuestos.
Como contrapartida, miles de campesinos han abandonado el campo, para tratar de sobrevivir en las ciudades. Eso significó una pérdida para la agricultura familiar que –según el estudio– es la que se debe favorecer como alternativa al agronegocio.
Otra consecuencia del agronegocio es la deforestación: aquí también, como en la desigualdad, el Paraguay ocupa uno de los primeros puestos mundiales.
La deforestación, que a corto plazo permite aumentar la producción de soja y carne para la exportación, a largo plazo influye en la agricultura y la ganadería.
De hecho, ya influye –según Con la soja al cuello–. Los agrotóxicos acompañan a la deforestación: cada vez se importan y usan más; sus consecuencias para la salud se prefieren ignorar, aunque existen estudios médicos alarmantes.
Tomarlos en cuenta es necesario para que el Paraguay del 2030 no sea un territorio desolado, como el de la película de ciencia ficción Mad Max.