La pataleta se convirtió en nota oficial del quincho, refrendada consciente o inconscientemente por la sucursal en el Palacio, total que el inquilino estaba a esas horas tarareando canciones de Luis Miguel a la sombra de Notre Dame.
Lo demás era previsible para cualquier sobrio. Los gringos respondieron de inmediato que se van, que se llevan sus bártulos (básicamente, cualquier equipo instalado en el país que efectivamente sirva para espiar a la mafia) y se lo hicieron saber al mundo con una filtración rápida al tercer diario más influyente del planeta, dejándonos internacionalmente en la misma lista de países con administraciones narcofriendly . Pavada de grado de inversión.
Con la resaca vino el intento desesperado por limpiar el moco, aunque los cortesanos del responsable moral terminaran embarrándolo cada vez más.
Todavía no está claro cómo terminará esta nueva desventura. Probablemente, aguardan que el cambio de guardia en la Casa Blanca les permita enderezar el entuerto. Nunca deben olvidar, sin embargo, que aquella es una institución formal, no un recinto con techo de paja donde se cuecen la carne y los negocios a las brasas.

Entiendo que, en una peculiar democracia como la nuestra, donde el poder del eterno caminante se superpone a los otros tres formales, el accionista mayoritario del proyecto pretenda saber de primera mano si hay nuevas investigaciones que puedan restringir aún más la jaula donde lo tienen dando vueltas desde hace más de un lustro. Como para cualquier hijo de vecino, recuperar su libertad es su prioridad absoluta y la razón por la que sigue desembolsando ingentes cantidades de dinero. Pero quienes le acompañaron en la cruzada no pueden seguir actuando bajo ese mismo patrón (nunca el término fue más preciso). La consigna libertaria (que nada tiene que ver con la del vecino) sirvió para que el inversor cubriera los costos del retorno al poder, incluyendo la adquisición de los saldos y retazos de la contraparte.
Sin embargo, para mantenerse en el pedestal, sin riesgos de derrumbe al oficialismo, le urge conseguir resultados que beneficien tanto a quienes les votaron (48%) como a quienes no lo hicieron (52%). Y para que eso ocurra, el gestor asignado (el presidente Santiago Peña) no puede ser el fusible de cada nuevo culebrón interno o de cada zafarrancho gestado por el catador del ocaso.
No se sale de un papelón sin pagar un precio. Y quien pague el precio no puede ser el presidente. Por eso, hay ministros y viceministros que, llegado el caso, ofician de fusibles. Son los tapones que saltan para evitar el apagón general de una administración.
Tras el bochorno internacional con la DEA, el ministro de Antidrogas se tiene que ir a su casa. Una cosa es que localmente sepamos que algunos secretarios de Estado consideran como jefe a una persona significativamente distinta del presidente; pero muy otra que se publique en el Washington Post. Por algunos meses figuramos tenuemente, como una minúscula mota de polvo en los bordes casi imperceptibles del radar de las grandes capitales del mundo y un escupitajo irracional nos borró de un plumazo.
Aceptar la pifiada como inofensiva y fingir demencia solo degrada la figura del jefe de Estado al de un preventista internacional que pretende convencer a los capitalistas del mundo que este es un mercado serio regido por reglas institucionales y no por los crecientes niveles de etanol en las venas del poder republicano.