Siendo sinceros, ¿cuántas de estas actividades las hemos seleccionado reflexivamente?
No estoy haciendo apología contra la tecnología, que es útil, entretenida y fascinante, solo me resulta interesante comprobar cómo funcionamos, tal cual está previsto en los laboratorios de “tecnología persuasiva” de universidades como la de Stanford, bien conectados con las empresas multimillonarias que literalmente diseñan, procesan y controlan nuestra adicción al celular y a las redes sociales. Y aquí ya no se trata solo de “tecnología”, sino de sicología al servicio de la manipulación de masas.
Uno de los fenómenos empresariales que reclutan a jóvenes talentos de todo el mundo son las empresas de Silicon Valley y los centros de investigación asociados a las compañías que manejan los big data de nuestra conducta, motivación, pensamientos, creencias y emociones, al por mayor.
Conforman una verdadera corporación de empresas que compiten y colaboran entre sí para repartirse la torta de la regulación y monetización de nuestra conducta regulada por sus normas comerciales. Son una nueva burocracia que establece y gestiona su propio orden mundial, tal cual.
Varios de sus gurús son muy conscientes de la diferencia que hay entre persuadir, coaccionar y manipular. Pero el dinero no se encuentra en el angosto y ético camino de la convicción, hay que aprender allí a transitar el ancho y exitoso camino de la manipulación de nuestras sensibilidades y esto no tiene que ver solo con rapidez y eficiencia de redes tecnológicas, sino de sicología de la conducta de masas.
Algunos compartieron con asombro el discurso del presidente Milei en el Foro Económico de Davos, quien denunció que el globalismo está poniendo en peligro a Occidente y las libertades básicas. Se los dijo en la cara y esto fue lo llamativo. Sobre todo, porque allí se fragua la mayoría de las políticas de control que están de moda en nombre de la “felicidad” colectiva, con ese eslogan de “serán pobres, pero felices” de la Agenda 2030 y sus poderosos algoritmos de propaganda y cancelación. El mismo empresario tecnológico Elon Musk elogió al economista y político argentino, ya que este multimillonario aboga por el libre mercado y la despolitización de los algoritmos. Es cierto que de esto nos enteramos gracias a las redes sociales y sus tecnologías, pero no es suficiente el dato si estamos perdiendo la capacidad de convertirlo en información y aprendizaje, gracias al milenario oficio de pensar que tenemos los Homo sapiens y que ahora estamos reemplazando por la emotividad a flor de piel.
La manipulación está asociada a la estupidización, al embrutecimiento, a la adicción y a la sumisión; nos volvemos previsibles y uniformes, también dependientes, pero con un ropaje de supuesta “diversidad” e “igualdad” universal, gracias a la cultura de la “corrección”. He ahí el trabajo sicológico de los gurús.
Sin vida personal, familiar y comunitaria propia, y sin una educación personalista, estamos inadecuadamente preparados para evadir el control mental, llevamos desventajas ante el poder.
Pero hay una contradicción entre el mundo ficticio que los multimillonarios de la tecnología crean para nosotros y el que ellos mismos viven. Personajes como Tristán Harris, emprendedor y especialista en filosofía y ética tecnológica, y el mismo mentor sicotecnólogo de Stanford BJ Fogg dicen preferir vivir lejos del estresante y ruidoso mundo al que someten sus exitosos discípulos tecnoempresarios. De hecho, Harris aboga hoy por “ayudar a las personas a reconectarse con la naturaleza”. Quizás en esto último los paraguayos tenemos una ventaja de coleros. Podemos ver dónde acaban sus experimentos tecnológicos y sociales, y decidir si queremos ese u otros caminos alternativos más humanizados para el desarrollo de nuestra sociedad.