Cancelación. La cultura de la cancelación existe, lo sabemos muy bien quienes damos opiniones contrarias al catecismo feminista y de género; por ejemplo, ni te digo si te pillan que tenés religión o que no odiás a tus patrones, comés carne o te gusta la ciencia y no te prendés de sus injerencias lobbystas, y si le das un poco a la filosofía o al análisis nomás, listo, fuiste...
La cultura woke no admite consenso en nombre del consenso y tacha de brujos a los que no comulgan con sus brujas. Es de lo peor. Decadente, irracional, inmoral, impositiva, dañina. No cambia jugadores, patea el tablero y eso no se hace. Destruye, pero no sabe construir y eso es patético.
Como Milei y Trump dicen y hacen abiertamente lo contrario al catecismo woke, solo recordar sus discursos en ONU y en Davos y ya se entiende la cosa, están totalmente vedados en muchos espacios, hasta el punto de que gente de prestigio se prestó a cancelarlos de todas las maneras posibles.
Intereses. En esto abuela tenía razón cuando decía “letraditos”. La política se mueve por intereses y eso puede ser una maravilla o una pesadilla, según la posición que toma cada quien. Puede ser que los verdaderos intereses no sean altruistas. Pero lo que esperamos los de abajo es que nos dejen en paz en temas esenciales, la vida, la identidad, la familia, los valores, las libertades básicas, lo demás se puede discutir, lo que pasa es que la cultura woke es asfixiante, son como los que te roban la pelota y no te dejan jugar y encima se lamentan de que no juguemos con ellos. Quieren quemar el mundo, pero sin que nadie se queje.
Sentido común. Hasta allí hablamos de política, digamos así. Pero, en realidad, esta “victoria” en nombre del sentido común que está intentando sacar a varias generaciones del fracaso victimista autodestructivo culturalmente, no es suficiente.
Al contrario de algunos amigos, mi optimismo no llega a acallar mis preguntas existenciales sobre lo que subyace en esta loca situación global. ¿Se vence al mal a fuerza de leyes y programas de gobierno? ¿Cuál es la delgada línea roja que divide al poder político del verdadero bien común de la comunidad? ¿Se puede cambiar el mundo desde arriba sin cambiar uno en primera persona?
En el fondo ambos extremos se juntan en un pensamiento común: El poder es más importante que la virtud personal.
Cultura woke. No digo que la cultura woke tenga que ser reivindicada ni tolerada siquiera, digo que tengamos cuidado porque ningún sistema es tan perfecto como para regalarnos una felicidad plena desde el poder.
Si no retomamos la vida en común, el preocuparnos unos por otros acá abajo y darnos un poco de respiro en las confrontaciones y desconfianzas mutuas, es decir, si no retomamos acá abajo esa disposición para hacer el bien juntos, abiertos a la realidad, entre las personas del vecindario, esto que está pasando arriba será solo un espejismo más.