Habló de teléfono cortado que le impide saber con certeza los proyectos provenientes del Ejecutivo. “Yo no puedo defender lo que no tengo claro”. Luego, enumeró los cambios que debe hacer, empezando por el ministro de Salud, Julio Mazzoleni, a quien aplazó como administrador. Luego fue por el ministro de Educación, Eduardo Petta, el titular del Indert y el de Puertos. “Yo le aprecio mucho, pero debería tomar decisiones importantes y que haya una cirugía mayor”, dijo luego en torno paternal, para luego acotar que a él le interesa la institucionalidad de la República.
Lo que verbalizó Bacchetta es la sensación que sobrevuela el movimiento oficialista hace tiempo. El Gobierno necesita una refundación que Marito se niega a ver y menos realizar. De hecho, salió a defender específicamente a Mazzoleni y a Petta y descartó cualquier cambio.
Pero las críticas del senador no son del todo honestas. Además de tener aspiraciones presidenciales, es sabida su ambición de convertirse en el poder real de la Justicia. De hecho, al ser miembro del Jurado de Magistrados tiene en sus manos un arma poderosa para presionar a fiscales y jueces, en tanto su hermano Claudio es el portero de la puerta principal al Poder Judicial como miembro del Consejo de la Magistratura. Fuentes de Añetete deslizan que el verdadero enojo de Bacchetta poco tiene que ver con la gestión del gobierno sino por su derrota sonora en la designación de César Diesel para la Corte Suprema y su menguada influencia tras una intervención presidencial. “Está molesto porque perdió poder en la Justicia porque Marito le puso freno en algunos temas”, confió una fuente palaciega.
SIN DEFENSORES. El ruido generado por la renuncia de Bacchetta dejó aún más al desnudo la soledad del presidente y la nula comunicación política que su gobierno confunde con superproducción de datos fríos. Marito no tiene quién le defienda, no existen voceros que salgan a confrontar el relato cada vez más preocupante sobre su debilidad que inunda el imaginario colectivo. En la ANR “no saber mandar” es una sentencia.
“No hay voceros que defiendan la gestión del presidente como en el gobierno anterior”, admitió en acertado análisis el ministro Petta, quien quizá como fruto de la desesperación elogió al ex ministro de Educación y senador ex cartista Enrique Riera, en franco acercamiento hacia el oficialismo. “Bienvenido, Enrique Riera, mirá que tiene muy buena dicción, un hombre que sabe hablar, un hombre que maneja datos. Imaginate si Riera viene al movimiento…”, dijo contra uno de sus más feroces adversarios. La real politik en su máxima ¿desesperación?
Es cierto. Nadie se juega el pellejo por el presidente. El verborrágico Juan Ernesto Villamayor pintaba como escudero feroz como jefe de Gabinete. Sin embargo, vive enclaustrado, en llamativo voto de silencio. El ministro de Comunicación está ausente. El ministro Euclides Acevedo tiene sobrada capacidad para hacerlo, pero al no ser colorado está vetado automáticamente por la dirigencia de la ANR.
En Añetete no hay liderazgo claro, sino individualidades fuertes que solo trabajan por sus propios intereses, algunos de ellos con la mirada puesta hacia el 2023. Si Marito no recupera el espíritu que los unió en el 2017, el desbande prematuro solo impactará en su gestión.
PODER BIFRONTE. Dicen que las coaliciones son fuente de fortaleza, pero también de inestabilidad. Es lo que sucede con el apoyo de Horacio Cartes y se palpó con la reciente visita de Mauricio Macri. El Gobierno, a pedido de Cartes, moldeó un protocolo especial para posibilitar la fugaz presencia del ex presidente argentino, que levantó polvareda no solamente por el trato privilegiado sino por las razones del encuentro. Ni fútbol ni política, como quisieron engañar. Solo los negocios exigen visitas personales en peligrosos tiempos de pandemia.
El respaldo del cartismo le da gobernabilidad, pero a la vez debilita la ya desdibujada imagen que lo deja como un presidente domado. Por ello, necesita blanquear su relación con Cartes, mostrar las cartas, asumir el pacto, explicar los puntos. Dialogar a la luz del día y no seguir escondiéndose bajo el amparo de la noche como dos tahúres que se juegan en la timba el destino del país porque sus intereses son inconfesables.