La obsesión cartista por la reelección hace rato pasó la línea del ridículo. El descubrimiento –por una extraña buena voluntad de la Justicia Electoral y la fuerza de la indignación ciudadana expresada en las redes sociales y en algunos medios de prensa– de miles de firmas fraguadas para solicitar una enmienda que se plantea violando los preceptos constitucionales, dejó de ser un capítulo de una comedia de enredos.
En verdad, está por convertirse en el mayor drama político de los últimos años, si es que alguien no pone algo de sentido común, lo que sinceramente es medio imposible.
La opereta, protagonizada por Alliana, Lilian Samaniego, Monges, Bachi Núñez y otros fantoches de dudosa gracia, está poniendo contra las cuerdas la institucionalidad de la República. Y el titiritero mayor, Horacio Cartes, sigue jugando el genio macabro, alentando a sus huestes desde una cínica equidistancia. La bondad recién estrenada de Cartes es, como mínimo, sospechosa.
El bochornoso espectáculo que dieron con la firmata pro reelección aviesamente viciada se presta al chiste fácil. Como que es imposible que existan 296 niños entre los proponentes de la reelección, pues ningún colorado es un nene de pecho; o que haya 196 presos colorados demuestra lo poco que se combate el delito en este país; o que al Centauro de Ybycuí le nació ahora una competencia en el Partido Colorado, el Lázaro de Mbopi Kua.
El problema es que desde hace rato dejaron de ser graciosos y recudir este tema al simple anecdotario de nuestra política vernácula es contraproducente y hasta peligroso.
Los colorados necesitaban 30.000 firmas para proponer la enmienda a la Constitución para imponer la reelección. Pero hay dos inconvenientes que a los cartistas se les pasó por la tangente: 1) La reforma es el único camino para decidir sobre la reelección; 2) Una nueva enmienda no se puede tratar hasta agosto próximo.
Eso no importó. Los colorados reunieron 390.000 firmas, que luego derivaron en 366.000. La cifra exacta fue dada por la Justicia Electoral: 357.000. De esas, 69.000 eran inválidas. ¿Y por qué solo con las firmas inválidas duplicaron la cantidad de proponentes necesarios? Simplemente por tramposos. Porque siempre lo hicieron así y no había consecuencias. Sencillo.
Si hay aún un grupo de colorados decentes –a quienes hay que buscar con reflectores y no solo con la lámpara de Diógenes– deben parar este circo de trampa y prepotencia que se está llevando a cabo en nombre de su partido.