El barrio Mburicao estaba más tranquilo que nunca aquella tardecita del 4 de junio de 1993 y Bronco, uno de los perros de la familia, extrañamente no ladró al sentir su llegada.
Alfredo Manuel Elizeche Zayas (AMEZ), el chico arrubiado, delgado y alto que vivía en la casa como criadito le abrió el portón del garaje y se paraba frente a la puerta del auto esperando que baje. Ella no se dio cuenta que el chico escondía dos revólveres en el pantalón de vaquero que llevaba puesto y con naturalidad le preguntó qué hacía ahí, ya que a esa hora debía estar en la escuela. “No fui porque la señora Angélica no está”, fue la respuesta que le dio el chico, según contó días más tarde cuando declaró ante una jueza del menor, indagado sobre el triple homicidio que conmovió al país.
Lourdes no sabía en ese momento que estaba viviendo los últimos minutos de su vida que estarían teñidos de terror y sangre. Al bajar del auto y al cruzar la puerta de su casa y cuando se aprestaba a subir por la escalera a la planta alta, sintió que le tapaban la boca y la apuntaban con un arma. Intentó escapar pero no pudo evitar que el criado abuse de ella, sin que pueda poner mucha resistencia, solo alcanzó a pedir auxilio y a gritarle en la cara “hijo de p...” a su agresor que gatilló tres veces el revólver calibre 22. “Arrastré el cuerpo hasta la pieza de costura y le tapé con una manta marrón”, declaró AMEZ ante la jueza Patricia Blasco. En ese momento, dijo que fue obligado por unos encapuchados que llegaron a la casa a cometer el crimen.
En la casa también se encontraba la hermanita de AMEZ, una niña de 10 años que también vivía como criadita de la familia y que fue encerrada en una de las habitaciones bajo engaños de su hermano.
La segunda víctima
Fue el momento en que llegó a la casa María Angélica Torres de Rivelli, que entonces contaba con 59 años, que corrió la misma suerte que su hija, la mujer, al entrar a su casa recibió un disparo en la zona del corazón y también fue vejada.
El último en llegar a la casa fue José Luis Rivelli, el menor de los hijos de María Angélica, que entonces tenía 24 años, era estudiante y empleado bancario. El joven recibió cuatro impactos de bala: dos en el pecho, uno en el vientre y otro en la espalda, cerca de la cintura. Fue ahí que sonó por primera vez el teléfono, era Raúl Rivelli Torres, otro de los hijos que ya no vivía en la casa y quería hablar con su madre.
“Llamé y me dijo que mi madre estaba durmiendo y eso me pareció raro”, recordó 25 años después el sicólogo, que todavía recuerda cuando cortó el teléfono, fue hasta su casa y se encontró con la escena macabra. “Al único que le vi fue a mi hermano que estaba en la sala. Luego salí y no entré más”, recordó el hombre que entonces tenía 30 años y trabajaba como sicólogo. “No quedó nadie de mi familia. Solo papá y yo”, agregó.
Para Raúl no hay dudas: el único responsable de la muerte de su madre y hermanos es Alfredo Manuel Elizeche y que lo hizo movido por el resentimiento.
“Realmente no sé qué pasaba por su cabeza. Él vivía en casa pero ya lo teníamos que llevar de vuelta a Encarnación con su familia porque había robado la tele, otras cosas aparte de eso y había maltratado al perro. Creo que porque tenía que volver hizo todo esto”, decía como no queriendo recordar.
Se cierra círculo de muerte. Gran conmoción creó en la sociedad el caso de AMEZ. Luego de varios debates judiciales, el adolescente fue condenado a 25 años de cárcel pero su pena se redujo a ocho años, porque en el momento del hecho tenía 14 y seguía siendo menor cuando se dictó la sentencia.
Finalmente, estuvo 12 años preso, y salió en el 2005 convertido a la religión evangélica dispuesto a rehacer su vida. Se casó y fue a vivir a Cambyretá, Departamento de Itapúa.
Una tarde de enero de 2015, mientras llegaba a su casa, un hombre, sin mediar palabras, le disparó y AMEZ cayó al piso ya sin signos de vida. La causa sigue abierta y es investigada por el fiscal Édgar Villaverde que presume que se trató de un asesinato por ajuste de cuentas.