La fiebre del oro también desata la ambición humana, y la otrora apacible región de Paso Yobai enfrenta una creciente sensación de violencia e inseguridad ciudadana.
Emérito Acosta, un antiguo poblador de la compañía Coronel Roberto Cubas, se considera a sí mismo como “un hombre que regresó de la muerte”, tras haber recibido un disparo de escopeta en pleno rostro, que le privó del ojo izquierdo, durante un violento asalto del que fue víctima el 31 de mayo de 2011.
En la trágica circunstancia resultaron asesinados su esposa, Graciela Vázquez de Acosta (42) y su hijo, Avelino Acosta Vázquez (22), cuando cuatro asaltantes enmascarados ingresaron a su vivienda, buscando robar una presunta cantidad de oro, que pensaban que la familia tenía guardada.
NOCHE VIOLENTA. Emérito Acosta es hermano de Delfino Acosta, presidente de la Asociación de Propietarios y Mineros de Paso Yobai, dueño de una propiedad donde está asentada una de las más grandes minas de oro, explotada por el concejal departamental Óscar Chávez, padre del intendente de Paso Yobai, Édgar Chávez.
“Mi hijo trabajaba en la mina de oro, con mi hermano, y probablemente por eso pensaban que teníamos oro o dinero en la casa. Son cuentos que por aquí se hacen correr mucho, y que atrae a los bandidos de otros lugares”, comenta Emérito Acosta.
Esa noche del 31 de mayo, los miembros de la familia habían cenado temprano, como a las 19, y él pensaba ver un rato la televisión y luego irse a dormir, mientras su esposa estaba terminando de lavar los cubiertos en la cocina, cuando escucharon que dos motocicletas se detuvieron frente a la humilde vivienda rural.
“Yo salí para ver quién era, pensé que era un amigo a quien estaba esperando ya hacía unos días, pero vi que eran cuatro hombres enmascarados, con armas en la mano, que entraron directamente, apuntando y empujándome, mientras preguntaban; '¿Dónde está el oro?, ¿dónde está la plata?’. Era lo único que querían saber”, recuerda Emérito, aún conmocionado por lo que sucedió seis meses atrás.
SIN JUSTICIA. “Intenté reaccionar y busqué un arma, pero no me dieron tiempo. Directamente me dispararon un escopetazo en el ojo izquierdo y me caí al suelo. Sentí como si me hubieran volado toda la cabeza, y perdí el conocimiento, creí que ya estaba muerto”, rememora el poblador.
Él ya no percibió lo que sucedió tras caer gravemente herido, pero por lo que le contaron después, supo que su hijo, Avelino, respondió a los disparos con un arma y hubo una fuerte balacera, en la que resultaron asesinados la esposa y el hijo de Emérito. Emérito recobró la conciencia ya en el hospital, varios días después.
El fiscal Alcides Espínola confirmó que la familia tenía más de 46 millones de guaraníes guardados en una caja oculta, presuntamente producto de la venta de una partida de oro que el joven Avelino Acosta había obtenido con su trabajo en las minas informales de Paso Yobai. Los asaltantes no lo pudieron encontrar.
LA INSEGURIDAD CRECIÓ CON LA ACTIVIDAD MINERA
Desde que en 1994 un visitante ecuatoriano detectó la existencia de pepitas de oro en uno de los arroyos de Paso Yobai, la fiebre de exploración del metal precioso atrajo a una legión de personas extrañas, dispuestas a sumarse a los pobladores en la actividad minera, principalmente informal e ilegal.
“Hoy, en Paso Yobai, tenemos ya más de 30 mil habitantes, pero en la comisaría principal de la ciudad solo tenemos unos 5 o 6 policías, mientras en las comisarías de las compañías más alejadas hay a veces un solo efectivo policial, con muy pocos recursos para responder a los casos de asaltos y robos”, destacó el concejal departamental Raúl Acosta.
Las autoridades regionales realizaron varias veces planteamientos al Ministerio del Interior para reforzar la dotación policial en la región, pero hasta ahora hubo muy poca respuesta a los reclamos.