24 nov. 2024

Mea culpa

Lo que pasó la noche del domingo en San Bernardino debe llevarnos a un profundo análisis como sociedad.

Es que cada vez somos más permisivos y aceptamos las irregularidades hasta que de repente nos vemos golpeados por un caso de esta naturaleza que nos da un baño de realidad.

En una charla con el ministro Víctor Ríos, este indicaba que le sorprendieron los comentarios que le hicieron. Una mujer le dijo que quería que su “yerno” fuera un narco, porque era un “candidato potable” y “con mucho dinero”.

Otra persona –explicó el ministro– le contó que le había consultado a su hijo qué quería ser cuando fuera grande, y este le respondió “narco o contrabandista”, ya que de esa manera iba a ganar mucho dinero.

Y, al final, nos damos cuenta que los valores se hallan trastrocados, ya que es más fácil culpar de todo a las autoridades (no digo que no tengan culpa, que sí la tienen), antes que hacernos una autoevaluación personal y como sociedad.

La verdad es que, si lo pensamos bien, dejamos pasar muchas cosas, ya que “no queremos meternos”, o “todos lo hacen”, por lo que no denunciamos lo que está mal y al que lo hace es tratado en forma discriminatoria y hasta es objeto de burlas.

Por ejemplo, decía el ministro, no podemos consentir que un comisario, o subcomisario, viva fastuosamente, cuando sabemos que su salario no le alcanza para tener todo lo que tiene.

Lo mismo pasa con un fiscal, un juez, un aduanero, un funcionario público. Los que no somos funcionarios estatales tampoco estamos exentos de esto.

Algo anda mal, y lo sabemos, pero lo dejamos pasar. Es más, incluso, queremos ser amigos o conocidos de estas personas, para obtener beneficios personales.

En el caso ocurrido en San Bernardino, tenemos que se habían ocultado o borrado las órdenes de captura que datan de diciembre del 2018. Y pensar que es común que las órdenes de captura judicial no se cumplan.

Es que, luego de años de estar prófuga, cae una persona “buscada por la Policía” y había sido se ocultaba en su propia casa. Ahora nos quejamos, pero esto se repite a diario sin que nadie diga nada.

Hace poco fue detenido un hombre que tenía orden de captura con pedido de extradición durante tres años. Estaba en su casa en el interior del país. Y la Policía nunca lo buscó. O si lo buscó, lo encontró, pero nunca lo detuvo, lo que hace evidente que fue por otras cosas.

Esto se da en muchos casos. La corrupción es diaria. La mora judicial, la coima, el amiguismo, el nepotismo, el clientelismo, entre otras modalidades.

Y con todo esto, el resultado está a la vista. No queremos respetar las reglas, a todo le buscamos una salida fácil, un amigo que nos saque del problema, y luego lo justificamos culpando de todo al Gobierno, a la Policía, a la Fiscalía y a la Justicia.

La verdad es que debemos empezar por casa y luego seguir en las escuelas, para poder recuperar esos valores morales para poder enderezar la cuestión.

Busquemos cambiar la sociedad. Denunciar las irregularidades, no solo cuando nos toca de cerca para perjudicarnos a nosotros o a nuestros familiares, sino que aquellas que conocemos y nos callamos.

Lo peor es que la corrupción que dejamos pasar nos impide avanzar. Nos quejamos de las autoridades, pero nos olvidamos que nosotros las elegimos, y si me dicen que no los votaron, porque ni siquiera asistieron ese día a votar, la cuestión es mucho peor de lo que pensamos.

En estos tiempos, es más fácil quejarse por redes sociales que hacer algo. Esconderse en el anonimato, para despotricar con todo sin hacer nada es lo que se acostumbra. Pero la solución no viene por ahí.

La cuestión es hacer lo que se debe y así mejorar la sociedad. No dejemos pasar las irregularidades. Denunciemos lo que está mal.

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A continuación, una columna de opinión del hoy director de Última Hora, Arnaldo Alegre, publicada el lunes 2 de agosto de 2004, el día siguiente al incendio del Ycuá Bolaños en el que fallecieron 400 personas en el barrio Trinidad de Asunción.