De acuerdo con el estudio Step Teens, que realizó ensayos clínicos entre pacientes en EEUU, México y Europa y cuyos resultados fueron publicados en el New England Journal of Medicine, los adolescentes con obesidad que recibieron una inyección semanal del fármaco semaglutida perdieron un promedio del 16,1% de su índice de masa corporal (IMC), mientras que los que recibieron un placebo y asesoramiento sobre la dieta y el ejercicio ganaron un 0,6%.
Silva Arslanian, profesora de pediatría en la Universidad de Pittsburgh y que hace parte del estudio impulsado por el laboratorio Novo Nordisk, calificó los resultados como “sorprendentes”.
“Para una persona que mide cinco pies, cinco pulgadas de alto (170 centímetros) y pesa 240 libras (108 kilos), la reducción promedio en el IMC equivale a perder alrededor de 40 libras (18 kilos)”, explicó.
Esta reducción hubiera sido una gran ayuda en su adolescencia para la mexicana Aranza Sosa, que llegó a pesar 110 kilos con 165 centímetros de estatura. “Hubiera sido de gran ayuda”, aseguró.
La joven de 22 años contó que ha vivido con sobrepeso desde su niñez. Sin embargo, no fue sino hasta la adolescencia que esta enfermedad se convirtió en un “ gran conflicto”.
“No había uniforme que me quedara, mis compañeros me decían ‘comprate la talla más grande, pero yo ya la tenía’”, ahonda Sosa, que vive en el estado de Morelos (México) y hace parte de la campaña internacional Actions Teens de adolescentes que viven con obesidad.
Sosa pasó toda su adolescencia pensando que el problema de peso que padecía no era un asunto médico. “Me marcan como una persona que no se cuida, que no le interesa su cuerpo”, resalta.
No fue sino hasta que llegó a la universidad, donde subir las escaleras le costaba un gran esfuerzo, que Sosa decidió pedirle a su mamá que le ayudara a conseguir un tratamiento especializado.
“Fue el médico el que me explicó que la obesidad es una enfermedad”, cuenta la joven, que es hija de una médico general. “Es como que mi mamá necesitaba que alguien de afuera le dijera que había un problema grave”, agrega.
La endocrinóloga mexicana Nayeli Garibay atribuye la falta de diagnósticos de los médicos a la falta de formación de estos profesionales sobre cómo gestionar el tema de la obesidad, según dijo a EFE. Considera que llevar a los niños y a los adolescentes para seguir control de peso debería “ser obligatorio”.
“Es importante hablar de adolescentes en particular porque sabemos que es una etapa de transición, y si aunamos al problema de la obesidad, el estigma y la discriminación resulta muy difícil para ellos transitar por ese periodo, que puede impactar su salud emocional”, explicó Garibay.
Tan solo en México el 43,8% de los niños de 12 a 19 años vive con sobrepeso y obesidad. Arslanian coincide en la preocupación de Garibay. Advierte que las tasas de obesidad están aumentando “en todo el mundo”.
Le puede interesar: Alto índice de obesidad infantil preocupa a autoridades sanitarias
“Por lo general, hacemos recomendaciones de estilo de vida: comer más vegetales; no coma comida frita; no bebas refrescos. Pero, lamentablemente, vivimos en un entorno muy obesogénico, por lo que puede resultar muy difícil realizar estos cambios. Existe una necesidad real de medicamentos seguros y efectivos para tratar la obesidad”.
La semaglutida es un medicamento para la obesidad que imita una hormona para atacar áreas del cerebro que disminuyen el apetito y mejoran el control de la alimentación. En 2021, este medicamento fue aprobado para el control crónico del peso en adultos con obesidad o sobrepeso en Estados Unidos.
Vicki Mooney, directora de la Coalición Europea para Personas que viven con Obesidad (EPCO) y quien ha vivido con obesidad casi toda su vida, dijo que es necesario que se destinen más recursos para investigar y combatir esta enfermedad. También destaca la importancia de que más pacientes hablen sobre el tema.
Esta es la razón por la que Sosa ha decidido contar su historia. “Si con mi testimonio puedo ayudar a una sola niña allá afuera y alentarla a que vaya al médico creo que valió la pena”, resume.
Sosa perdió casi 40 kilos con el tratamiento inicial, pero una serie de sucesos, entre ellos la muerte de sus abuelos y el embarazo y nacimiento de su hijo, le obligaron a dejar el tratamiento.
Ahora la joven madre pesa alrededor de 90 kilos y está dispuesta a comenzar de nuevo un tratamiento. “Sé que estoy enferma y que tengo que tratar esta enfermedad”, concluye.