A pasos de concluir este año, es difícil salirse de estados de ánimo contradictorios. Por un lado, celebramos la fortuna de haber llegado hasta aquí, más si es con salud, trabajo y cerca de la familia, claro; pero, por otro lado, nos ponemos de cara a las siempre exigentes expectativas.
Es que el deseo de vivir está relacionado a esperar algo bueno de la vida.
Para quienes escapan despavoridos de los puntos comunes de la sociedad de consumo, es más que trascendente encontrar un sentido, pero también para quienes viven inmersos en ella existen momentos y circunstancias que les abren los ojos a la trascendencia.
Y esas circunstancias no siempre son de nuestro agrado, ya que escapan a la sensación de control que tenemos al estancarnos en una rutina.
Por eso, no toda crisis es dañina porque nos desafían a asumir riesgos, a encontrar otros caminos.
El cine suele aliarse a las reflexiones que aportan escritores, filósofos y poetas de todos los tiempos y de todas las latitudes acerca de ese sentido, de esa esperanza y de ese deseo de vivir.
Por ejemplo, la recomendable Living (Vivir) que es una adaptación inglesa de 2022 de la película japonesa Ikiru de Kurosawa (1952), la cual a su vez se inspiró en la novela rusa La muerte de Iván Ilich (1886) de León Tolstoi.
Sí, una vez más la enfermedad, la vejez y la muerte son los detonantes de la lograda iluminación vital.
Ambientada en la pos guerra, donde un funcionario servil al protocolo burócrata, que con muy buena educación y frialdad se desentiende de los deseos de la gente, aunque también logra con su perfecto orden colaborar con la reconstrucción de su país tras la guerra.
El protagonista no es un malo ni un imprudente, sino un zombi, como le califica una joven simpática, un muerto que camina, que de alguna manera sobrevive en tercera persona, por decirlo así. Pero ese zombi, funcional y resignado, deberá enfrentar un desafío en primera persona.
Si bien el tema del cambio de rumbo en una crisis es recurrente, la perspectiva de la película supera las grandilocuencias de los famosos “deseos cumplidos antes de partir” de otros filmes, esta se concentra en los detalles, en la pequeñez que esconde la grandeza, y con estética logra conexión, cercanía, intimidad y hasta ese sentimiento bueno que surge cuando uno encuentra por fin sentido a algo.
Aunque la celebración de fin de año tiene el aliciente del encuentro entre familiares y amigos, no escapa del todo a la nostalgia.
Pero eso no es malo del todo porque, en el fondo, tanto ruido y parafernalia necesitan ser equilibrados de alguna manera para compadecerse de los anhelos del corazón.
El gozo que exteriormente manifestamos es como el fruto de un árbol que reclama de una raíz profunda, o como la saciedad que requiere del agua de un pozo cargado de experiencias buenas.
La nostalgia de bien, verdad y belleza nos ayuda a acudir por agua en nuestro interior.
Como siempre, la libertad interior es una clave ineludible para despertar e iluminar al “muerto” que aún respira, pero además de ella aparece también el misterio, reflejado en aquellos elementos vitales que no dependen de nosotros y que, al principio asustan, que queremos reprimir o controlar, pero que al final se nos escapan de las manos y resultan necesarios para conducirnos al obrar más humano, a la esperanza.
Antes de acabar este año, vale la pena agradecer lo vivido, lo experimentado, lo aprendido.
También hemos de animarnos a ponernos a nosotros mismos en algún lugar del alma, un mensajito sencillo y franco como aliciente para el tiempo que se vislumbra: Es bueno, es necesario, es urgente vivir de verdad en cualquier circunstancia.
Feliz Año Nuevo.