Días atrás, el Banco Mundial presentó oficialmente el Indice de Capital Humano (ICH), su nueva herramienta para intentar medir la riqueza de un país, dejando de lado el desgastado producto interno bruto (PIB), cuyos números no demuestran fehacientemente el nivel de progreso en una sociedad. Para determinar si un país es verdaderamente rico o no, el organismo internacional enfoca su análisis en cuánto invierten los Estados en sus habitantes, especialmente en sus jóvenes.
El ránking del ICH posiciona a Paraguay en el último lugar de Sudamérica y 90 en el mundo, de 157 economías estudiadas. Nuestro país presenta sendas carencias en inversiones para educación y salud, a tal punto de que su puntuación total está por debajo del promedio de la región y no condice con el nivel de ingresos económicos (PIB).
El resultado es paradójico, siendo que Paraguay cuenta con uno de los mayores bonos demográficos del mundo. El 70% de la población tiene menos de 40 años pero, hasta la fecha, esta franja etaria no está recibiendo el apoyo suficiente para convertirse en el motor de desarrollo esperado. Las autoridades estatales, organizaciones y empresas deben entender de una buena vez que este bono también tiene fecha de vencimiento.
El objetivo (fundamentalmente del Gobierno) debe ser la formación integral de los hoy llamados talentos humanos. El hecho de que cada año se registre una expansión en el PIB, como es el caso de Paraguay, no significa nada en la lucha para reducir las desigualdades. Vale recalcar que en estos números se incluyen las actividades de empresas multinacionales radicadas en nuestro mercado. Es decir, si a las compañías multinacionales les va bien se infla la macroeconomía, pero no necesariamente radica en una mejor calidad de vida para la población local.Otro factor a tener en cuenta es que dentro del PIB no se contemplan las actividades informales; por ende, una gran cantidad de negocios en negro e ilícitos pasan desapercibidos. Se debe justamente a la falta de formación, educación y oportunidades.
CAMBIAR LA VARA. No es la primera vez que se intenta poner fin a los parámetros de la producción bruta de una economía a la hora de evaluar el desarrollo de las sociedades. Tiempo atrás, el organismo internacional Social Progress Imperative dio a conocer su índice de progreso social, en el que Paraguay muestra graves falencias en necesidades humanas básicas (nutrición, vivienda) y en fundamentos del bienestar (educación, salud).
La ONU había señalado que el PIB es hasta un indicador perverso del bienestar social, ya que solo exhibe las actividades financieras que se hicieron en un país y califica como exitoso un crecimiento, sin importar a costa de qué o quiénes fue logrado.
Esto ya no se trata de una lucha fútil entre socialismo y capitalismo. Se trata simplemente de lógica, sentido común y justicia. Si se invierte más en educación y salud, la productividad de una nación tiende a crecer y los ingresos de la fuerza laboral aumentarán. Posteriormente, esto desencadenará en niveles de riqueza más elevados y en una economía mucho más sólida, que sí podrá beneficiar a los sectores más vulnerables.
Mientras nuestra economía crece sostenidamente, un joven muere en un esteral buscando alimento para sus hermanos; pacientes fallecen esperando turnos en los hospitales públicos y las escuelas caen a pedazos. Evidentemente, los problemas de Paraguay no pasan por el incremento de los números macro, sino por la distribución de esa riqueza que cada año es festejada por los gobernantes de turno, pero que no llega a la mayoría.