No sé si hoy en día se tenga alguna idea de lo que denunciaba Rafael Barrett en sus escritos sobre el mensu, término que era un apócope de “mensualero”, como se le llamaba al peón de yerbatales, muchos de ellos explotados por latifundistas.
Como anarquista, Barrett era antisistema; llegó a Paraguay a principios del siglo XX desde Europa, y siempre empleó su aguda pluma para cuestionar los abusos contra los vulnerables, pero a diferencia de los comunistas, el anarquista era desconfiado del Estado moderno, el cual una vez corrompido, es difícil de recuperar como bien social, pues se convierte en cómplice de la explotación del hombre, incluso la propicia de forma organizada.
De familia con estirpe hispano-anglosajona; sin embargo, sus conflictos juveniles empujaron a Barrett a experimentar la pobreza y la marginación social, así que se volvió vocero de las causas justas que otros escritores ni dimensionaban, una de ellas la del mensu: “Venid conmigo a los yerbales, y con vuestros ojos veréis la verdad”, escribió en su artículo “La esclavitud y el Estado”.
Algo que llama la atención de su historia de vida es que en Paraguay, dijo, se volvió “bueno”, quizás porque aquí encontró el amor, se casó y tuvo un hijo. Y la paternidad fue para él, en cierto sentido, esperanzadora.
Justamente, este domingo se celebra en Paraguay el Día del Padre, y la experiencia de vida de Barrett se me vino a la memoria al contemplar la situación de tantos compatriotas que no figuran en los anales moralistas de las “nuevas masculinidades” posmodernas ni en los catálogos de los consumistas que banalizan esta fecha. Salvando las distancias, podemos decir que estos padres de a pie existen como nuevos mensu de este tiempo, invisibles al poder y a sus agendas.
¿Qué decir, fuera de libreto, para alentar a estos varones de a pie que son padres? Es difícil encasillar sociológica o sicológicamente a las personas. ¿Diremos “son” así de esta “clase” y tienen estos traumas, etc.?, pero si, justamente, es el primer paso de la injusticia el querer colectivizarlos en ese plural “son”. ¿No es acaso un desprecio etiquetar a un hombre, aunque fuera melosamente, por una supuesta conmiseración? Cada hombre es un ser libre, contradictorio y misterioso, he ahí su peculiar dignidad.
Creo que lo más justo para honrar a los padres de a pie, a los padres que viven fuera de los circuitos de moda, a los padres que viven en esas “periferias existenciales” de las que habla el Papa, de los padres que no serán protagonistas de la folletería moralina “antipatriarcal” ni tampoco de los catálogos para regalos y agradecimientos forzados de este día especial, lo más justo sería llamarles karai.
En paraguayo, sabemos, que karai no es un salvaje, no es un pelele, no es un esclavo, aunque ande a pie y descalzo porque tiene alma, tiene libertad, tiene raciocinio, tiene voluntad, tiene personalidad, tiene dignidad. Karai fue siempre en nuestra cultura la forma de tratar a un hombre de verdad, que es capaz de trabajar por traer pan a su mesa, que es capaz de fabricarse esa mesa, que también puede romperla en un arrebato de frustración y que, con estímulo, puede repararla.
En tiempos de crisis cultural, es bueno recordar a los jóvenes ciudadanos que ser padre es algo más trascendente que conquistar mujeres y darles hijos o alcanzar posiciones sociales, la posibilidad de engendrar vida humana al unirse con una compañera de vida es un acto de libertad y responsabilidad que no se puede alienar ni trasladar al Estado o a otros. Es impresionante el bien que hace a la sociedad cada padre que se hace cargo de sus hijos, su parcela, su heredad. De allí, se conforma la ciudadanía sana y la verdadera patria.
Para cada padre paraguayo, que está dando la pelea vital para cuidar de su familia, con rectitud de corazón, con los medios a su alcance, incluso con las corrientes ideológicas y la economía en contra, para cada uno, ánimo y ¡muchas felicidades!