El plato electoral para las elecciones internas y las generales alienta la anorexia. La mesa está servida con pura comida chatarra y la digestión que se avizora será muy, pero muy lenta.
En el bando colorado, Santiago Peña sigue bajo el efectivo paraguas de Horacio Cartes; pese a ello empiezan a surgir dudas sobre si puede salir con la pinta intacta del chubasco que se le acerca. Mientras tanto recorre con fidelidad de mejor causa todos los actos oficiales habidos y por haber para beneficiarse del avieso proselitismo con los recursos del Estado.
Por su parte, Mario Abdo Benítez juega a alimentar sus lazos con la dirigencia tradicional (vulgo: seccionaleros empotrados como sanguijuelas en el Estado y circunstancialmente desplazados de la mesa oficialista) y a mostrarse diferente del protegido del presidente. De vez en cuando, nos regala algún desplante con tonito autoritario, lo que no sería muy preocupante para los estándares paraguayos, salvo por los maestros que tuvo en su infancia y adolescencia, donde justamente una persona da base a los comportamientos que desarrollará en el futuro.
Hasta ahora ambos guardan sus propuestas de gobierno. Hablan lo justo y necesario para que no se les note ni su liberalismo ni su stronismo. Tampoco es que abunden los grandes debates, las mesas redondas o las sesudas entrevistas para ver qué es lo que verdaderamente piensan sobre los temas importantes del país.
En el bando opositor, la situación no es del todo mejor. El PLRA logró armar un acuerdo con el luguismo, que le prestó a una figura de tercera línea como candidato a vicepresidente. Efraín Alegre debe buscar cómo lograr seducir a los socialistas que todavía hacen duelo por la ausencia de Mario Ferreiro. Pero lo que es aún más peliagudo es cómo pone contentos a los enemigos íntimos que supo cosechar en su nucleación.
Como nunca antes e independientemente de los resultados de las generales, es el Congreso donde se armarán y desarmarán los temas nacionales realmente trascendentes. Ya no actuará solo como eventual contrapeso del Ejecutivo.
De no darse catástrofes, en el Congreso tendrán sus curules asegurados tres ex presidentes: Cartes (y su billetera), Fernando Lugo (y su prestigio episcopal) y Nicanor Duarte (y su verborragia).
Son estos caciques los que cortarán el bacalao. El menú principal para el próximo periodo es la reforma de la Constitución. La búsqueda de consensos será vital para la democracia. Esperemos que estos líderes estén a la altura.