El 5 de diciembre, tras compartir un encuentro con legisladores, el funcionario Xu Wei dijo que debemos elegir entre China o Taiwán y que el propósito de su visita era llenar el «hueco» denominado Paraguay en el mapa de las relaciones sino-latinoamericanas. La actitud contraviene el artículo 143 de la Constitución «De las Relaciones Internacionales», pero descontada su extravagancia carece de efecto práctico.
Entretanto otro episodio en dirección opuesta, que podría representar una gran oportunidad, pasó casi inadvertido. Fue la misión técnica de representantes del Instituto de Investigación de Tecnología Industrial taiwanés (ITRI, por sus siglas en inglés), quienes en octubre visitaron Paraguay para explorar la factibilidad de instalar fábricas de microchips en nuestro territorio.
Contexto. Según el Diccionario de la Lengua Española, el chip es una «pequeña pieza de material semiconductor que contiene múltiples circuitos integrados con los que se realizan numerosas funciones en computadoras y dispositivos electrónicos». El microchip o chip miniaturizado es la unidad básica en prácticamente todos los elementos electrónicos actuales, desde teléfonos y computadoras hasta robots, armamentos nucleares y dispositivos aeroespaciales; permite que estos almacenen y procesen información y desarrollen las tareas para las cuales fueron programados. También se los denomina semiconductores por el material del que están hechos, especialmente el silicio (en inglés silicon, de donde proviene la denominación de Silicon Valley en California). A través de los años, la industria tecnológica ha conseguido aumentar progresivamente su capacidad al tiempo de reducir su tamaño y consumo de energía, siguiendo una tendencia anunciada en 1965 por Gordon Moore, cofundador de Intel. Desde entonces, microchips cada vez más pequeños y poderosos impulsan la era digital.
Taiwán vio el futuro hace cincuenta años. Comprendió la oportunidad de la industria de semiconductores que representa 15% del producto interno bruto del país, inició la elaboración experimental de microchips en la década de 1970 y estableció Taiwan Semiconductor Manufacturing Company (TSMC) en 1987. Según un reporte especial de The Economist, TSMC y otras firmas taiwanesas menores fabrican más del 60% de los microchips a nivel global, incluyendo el 90% de los más avanzados (Taiwan’s dominance of the chip industry makes it more important. [6 de marzo de 2023). The Economist). Este es el «escudo de silicio» que reviste al pequeño Estado insular de una importancia estratégica.
El modelo prosperó en la isla, en parques científico-industriales distinguidos por la infraestructura, disciplina, recursos para la investigación, inversión a escala, regímenes de trabajo intensivo y otros ingredientes que se mantienen en el tiempo. Sin embargo, en el plano político internacional han mermado los partidarios de la globalización que facilitaba integrar el producto en la cadena de suministros y hoy las potencias tecnológicas como Estados Unidos y China pretenden un rol más directo en la fabricación de semiconductores. Esta pretensión se intensificó cuando las interrupciones de suministros durante el Covid-19 evidenciaron la relevancia de los chips en todo tipo de industrias, desde automotrices hasta farmacéuticas, que al no contar con ellos limitaron su producción.
Diversificación. Hace no demasiado tiempo, habría sido difícil vaticinar que Taiwán diversificaría la producción de microchips fuera de sus fronteras y de los parques científico-industriales donde crearon todas las condiciones para hacerlo en forma segura y eficiente. Visité el parque de Hsinchu, conocido como Silicon Valley en Asia-Pacífico, el cual cuenta con 1342 hectáreas y alberga laboratorios, unidades productivas y empresas que emplean a más de 150 mil personas. La sede matriz de TSMC está ubicada en este parque y la de ITRI en sus inmediaciones. La fabricación local de semiconductores en instalaciones como las de Hsinchu ayudó a transformar la desolada isla de Formosa donde en 1949 desembarcó la República de China, desplazada del continente, en una potencia tecnológica. Pero en la irrefutable lógica darwiniana, no siempre sobrevive quien se ha convertido en el más fuerte o inteligente, sino quien mejor se adapta.
En un nuevo contexto internacional, en mayo de 2020 TSMC anunció la construcción de una fábrica en las inmediaciones de Phoenix, Arizona. Las instalaciones forman parte de un proyecto de 65 mil millones de dólares, la mayor inversión extranjera directa industrial en la historia estadounidense. En noviembre de este año, el Gobierno norteamericano concretó un acuerdo para proveer 6,6 mil millones de dólares al proyecto en el marco de la Ley de Chip y Ciencia de 2022, cuyo objetivo es incentivar el desarrollo y la producción de tecnología de punta, incluidos los semiconductores, en territorio estadounidense. Y en sentido inverso, también el mes pasado, TSMC suspendió la exportación de sus microchips más avanzados a China Popular, tras descubrir que Huawei los ha utilizado en sus procesadores violando sanciones impuestas por los Estados Unidos.
Además de Estados Unidos, la diversificación de TSMC avanza en Japón, donde ya funciona una fábrica y se ha anunciado otra que operará a partir de 2027, y en Alemania, donde en agosto se dio inicio a la primera fase de construcción de una fábrica en Dresden, en alianza con otras compañías europeas.
Latinoamérica. En el nuevo contexto se torna no sólo posible, sino razonable, que la producción de semiconductores se diversifique hacia Latinoamérica, especialmente en países que ofrecen ciertas condiciones de alineación geopolítica, seguridad, estabilidad e incentivos a las inversiones.
Existen antecedentes como el de Intel en Costa Rica que se remonta a 1997, cuando la gigante de semiconductores estadounidense decidió desembarcar en el país centroamericano generando desde entonces fuentes de trabajo calificado e inversión en desarrollo y tecnología. El año pasado, la firma anunció nuevas inversiones en Costa Rica que completarían la suma de 1250 millones de dólares en el periodo 2020-2025.
Paraguay. China, Europa, Estados Unidos y gran parte del mundo están tras la industria de microchips. En noviembre, al concretar el apoyo gubernamental de 6,6 mil millones de dólares a TSMC, la secretaria de Comercio de la Administración Biden dijo: «Esta es una de las tecnologías más buscadas del planeta (…). Es imposible sobreestimar cuán significativo es el proyecto para la seguridad nacional y económica de los Estados Unidos» (US finalizes TSMC CHIPS Act award. [16 de noviembre de 2024]. Taipei Times).
Sin perjuicio de ello, es coherente que TSMC y otras compañías tecnológicas taiwanesas identifiquen en el mapa a Paraguay, no precisamente como un «hueco» sino como un área con potencial para diversificarse en la región. Un factor en este sentido es la alineación geopolítica, al ser Paraguay el único país sudamericano que reconoce a Taiwán en lugar de China Popular y tiene una histórica cercanía con Washington.
Además, la relación bilateral paraguayo-taiwanesa, en principio concentrada en donativos y el financiamiento concesional suministrado por la isla, se ha transformado en los últimos años en una de mayor complementariedad comercial. El punto de inflexión fue el acuerdo de cooperación económica aprobado por Ley 5932 de 2017. Desde 2018, el intercambio se ha elevado exponencialmente e incluido rubros de exportación importantes para Paraguay como la producción cárnica (ver reportes de comercio exterior del Ministerio de Economía y Finanzas).
Otros factores son estabilidad macroeconómica, apertura al capital foráneo y necesidad urgente de incrementar niveles de inversión extranjera directa, recursos naturales, bajo costo de producción en ciertos rubros, incentivos a la inversión, baja presión tributaria y la energía de fuente hidroeléctrica, limpia y renovable, tanto en capacidad instalada como potencial. Respecto de lo último, TSMC es miembro de la iniciativa climática RE100 y en 2020 se convirtió en la primera fabricante de semiconductores comprometida a consumir electricidad de fuente 100% renovable en todas sus operaciones para 2050, objetivo que luego adelantó a 2040.
En punto a la mano de obra, la Universidad Politécnica Paraguay-Taiwán creada por Ley 6096 de 2018 parece la antesala de una alianza en tecnología y a la fecha cuenta con más de 400 estudiantes de ingeniería en las ramas civil, electromecánica, industrial e informática, en rigurosos programas académicos que se desarrollan en Paraguay y en Taiwán. Y en cuanto a la opinión de expertos locales, ya el año pasado representantes de la Cámara Paraguaya de la Industria del Software (Cisoft) habían indicado que nuestro país sería un destino ideal para la industria de microchips.
Claro que no podríamos esperar resultados concretos de la misión exploratoria de octubre en el corto plazo.
Hasta el momento, la diversificación de TSMC ha incluido a países de primer orden como Estados Unidos, Japón y Alemania. Estos países cuentan con infraestructura, mano de obra calificada e ingentes recursos de incentivo como los previstos en la Ley de Chips y Ciencias norteamericana y la Ley Europea de Chips. En Taiwán, la opinión política favorable a la descentralización de su industria insignia no es unánime, por lo que el argumento para que un país se convierta en destino de la expansión debe ser técnica, comercial y políticamente vigoroso. E incluso si todas las piezas se alinean, la incorporación de Paraguay en la cadena productiva llevará tiempo. Para tener una idea de cuánto, sirva de referencia que la planta estadounidense anunciada en 2020 por TSMC, a finales de este año aún no vendía chips fabricados en Arizona, según reporta el periodista John Liu desde Phoenix (Liu, J. [08 de agosto de 2024]. What Works in Taiwan Doesn’t Always in Arizona, a Chipmaking Giant Learns. The New York Times).
En general, para estimular inversiones en Paraguay debemos continuar fortaleciendo las instituciones, el combate contra la corrupción y la inseguridad en todas sus formas, y encaminar soluciones concretas a las falencias estructurales que persisten. En particular, habría requerimientos técnicos y de salvaguardas en aspectos sensibles como el de la ciberseguridad. Al margen de la histórica relación paraguayo-taiwanesa, negocios son negocios y empresas como TSMC buscan destinos seguros y rentables.
Por de pronto, el hecho de explorar la fabricación de microchips en Paraguay es un comienzo auspicioso. Para que no quede en palabras, debemos actuar rápido, formalizar la línea de cooperación técnica, concretar diagnósticos de aspectos puramente tecnológicos (conectividad, ciberseguridad, etc.), establecer planes de acción, metas, plazos, asignar recursos, definir responsabilidades e involucrar al sector privado en un esfuerzo liderado por el Estado paraguayo con sentido de urgencia. La misión exploratoria de ITRI es el primer signo de receptividad.
La industria de semiconductores fue relevante en el salto cualitativo taiwanés que nosotros anhelamos. Quienes nacieron en el Taiwán autocrático y económicamente desaventajado de los años 70, cuando la industria comenzaba, alcanzaron su madurez en el país moderno y democrático en el que se ha convertido. Sin ánimo de devolver la descortesía al funcionario chino referido al inicio, nuestra disyuntiva no es entre China o Taiwán, sino entre atraso o desarrollo, donde un Paraguay moderno e inclusivo, con oportunidades de trabajo y servicios de calidad es la única respuesta válida.
Este año, en el lanzamiento del informe “De una tierra sin litoral, a una tierra de oportunidades”, técnicos del Banco Mundial destacaron que entre 2003 y 2023 el producto interno bruto de Paraguay creció a una tasa de 3,6% anual en promedio, por encima de la región, y que el ingreso nacional bruto per cápita se quintuplicó entre 1990 y 2023. Sin embargo, también señalaron que para seguir creciendo –y hacerlo de forma inclusiva– es necesario diversificar la economía y aumentar la productividad.
En esa inteligencia, así como sería ilógico abandonar el camino conocido, también lo sería continuarlo sin variaciones y esperar resultados distintos. A la par del perfil de país agroexportador y de servicios, nuestro país encara el imperativo de la diversificación y una serie de condiciones favorables, incluida la antigua alianza con Taiwán, señalan a la industria tecnológica. Curiosamente, la plataforma para el salto cualitativo de Paraguay puede ser tan pequeña, pero imprescindible y poderosa como la de toda la era digital: El microchip.