Ciertamente que asistimos a una grave crisis de valores en Occidente; sin embargo, a diferencia de Milei, me temo que los culpables no son exclusivamente aquellos que exhiben la indumentaria estatista-globalista, sino también muchos de los liberales-libertarios que, en su frenesí ideológico, generan su autodestrucción. Tres puntos pueden ayudar a aclarar esta aparente discrepancia: La equivocidad del término libertad, la disminución de la racionalidad propia de Occidente, y, especialmente, el olvido de que el florecimiento de la vida social y política no se funda en la autonomía de la libertad sin más, sino en la persona como Imago Dei.
La libertad como autonomía
La idea de la libertad no es una idea moderna-liberal. Los griegos, quienes crearon la democracia, la consideraban un instrumento del régimen político. Era la venerada eleutheria. Se era libre si se actuaba de conformidad con la naturaleza, ese cosmos ordenado, que rescataba al ser humano del capricho del destino. La libertad consideraba el bien y el orden moral. Había un para qué objetivo que nos hacía libres.
Sin embargo, una cierta idea de la libertad incoada desde el siglo dieciséis en adelante, invierte esos términos. La naturaleza se abandona como el criterio de la verdad. Ya no se considera el bien y todo se traslada a la pura voluntad del individuo. Se enfatiza la autonomía: cada individuo decide su propia norma de conducta. Es una voluntad que no acepta una medida – un para que - fuera de ella misma. La moral se torna relativa. Es el respeto irrestricto hacia el proyecto de vida del otro de la narrativa liberal-libertaria. Y entonces, ¿cómo guiar la acción humana si cada uno tiene el derecho irrestricto de hacer lo que se le plazca? Si ya no se tienen en cuenta los datos de la realidad, ¿por qué entonces se critica a la ideología del género que no hace sino desarrollar al máximo esta libertad de autonomía? ¿No es acaso la libertad, carajo, después de todo?
El logos de Occidente
El problema surge, pienso, en una lectura reducida del espíritu de Occidente: Del logos, la razón. El Occidente ha privilegiado, no debe olvidarse, la racionalidad humana que se enfoca a todos los factores de la realidad. Luego, comprendiéndola, elige. La libertad sigue, es segunda, condicionada por un fin. Se dirige al bien. La verdad y el bien nos hacen libres. No es la libertad sin más, irrestricta, la que nos hace verdaderos. Eso es libertinaje, con toda la connotación que eso conlleva: actos inadecuados, contrarios a la realidad y la moral. Como el utilitarista J. Bentham (1748-1832), Milei pretende definir al individuo por su libertad absoluta, alguien para quien la libertad, si no puede hacer el mal, entonces no es libertad. Y de esta forma, exalta una utopía: La de pretender construir una sociedad ideal sin una conexión con la realidad. Anarquismo irracional.
Imagen de Dios
Este tercer aspecto es clave: El humanismo auténtico no se logra apelando a la libertad de querer hacer lo a uno se le plazca. Eso nos reduce a animales sin logos. Sin razón. El humanismo de Occidente es teocéntrico. Nuestra libertad es teónoma, no autónoma. Su fundamento primero es Dios. Somos Imago Dei. Si se rechaza Dios, se rechaza la realidad creada, y así, se exalta la libertad confusa dando vía, por ejemplo, a la cultura transgénero, o el bloqueo de las hormonas del sexo natural. En todo caso, se invocan percepciones antitéticas al orden natural moral creado por Dios. Pero es justamente sobre la base de ese orden natural de moral objetiva que los derechos a la libertad individual, la libertad religiosa o de intimidad, del wokismo y los distintivos colectivos identitarios, se respetan. Y son, además, el límite que los resiste en su intento de querer imponer coactivamente su visión totalitaria de las cosas.
Volver a las raíces
Seamos claros: El wokismo y la ideología del género son, en esencia, la tendencia hiperliberal de individualismo extremo de las sociedades capitalistas, que desarraiga al ciudadano hasta el punto de concebirlo como mero deseo arbitrario. ¿Qué hacer entonces? Milei, haciéndose eco de Churchill, nos invita a mirar “para atrás”. Me parece bien. Pero esa memoria no debe ser excluyente o selectiva. Se debe recuperar sobre todo la memoria de demócratas liberales que hablan normas morales objetivas –de Tocqueville (1805-1859) a J. Maritain (1883-1973) y F. Hayek (1899-1992)– que no solo no son un peligro para las libertades y el Estado de derecho, sino la garantía. De lo contrario, la concepción anárquica de un liberalismo como libertad sin ataduras, seguirá generando, irónicamente, las enfermedades sociales como su némesis estatista- globalista, y devorando a su progenie, las libertades democráticas. Como lo hizo Cronos.
*Dr. en Filosofía
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