Cientos de miles de gazatíes llegaron procedentes de otras zonas del enclave, desde el inicio de la ofensiva lanzada por Israel en represalia por la letal incursión de comandos islamistas en el sur del país, el 7 de octubre.
Y viven apiñados en apartamentos o en tiendas de campaña levantadas en parques, estadios y plazas.
Noha al Madhun, de 47 años, oriunda del campo de refugiados de Beit Lahya, en el norte de la Franja, se instaló con su familia en casa de unos allegados. “Están siendo los peores meses de nuestra existencia”, suelta la mujer, que comparte alojamiento con unas cuarenta personas.
“Dormimos en el suelo y tenemos frío”, añade.
La superficie de Rafah es de unos 65 kilómetros cuadrados. Su densidad poblacional se disparó en el centro y en el oeste, pero es menor en su zona este, cerca de la frontera con Israel, y en el norte, próximo a la localidad de Jan Yunis, epicentro actual de los combates.
Al principio de la guerra, el ejército israelí bombardeó el norte del enclave y exigió a los habitantes que se desplazaran hacia el sur. Cientos de miles de personas afluyeron entonces hacia Rafah y Jan Yunis, pero cuando esta última ciudad empezó a ser bombardeada sin descanso, muchos volvieron a huir.
Es el caso de Abdelkarim Misbah, de 32 años, oriundo del campamento de Jabailya, en el norte. “La semana pasada escapamos de la muerte en Jan Yunis sin llevarnos nada con nosotros. Al no encontrar ningún lugar adonde ir, pasamos las dos primeras noches en la calle”, cuenta.
Hasta que un “bienhechor” le dio una tienda a su familia, montada cerca de la frontera egipcia. “No queda sitio. Tan solo un muro nos separa de Egipto, al sur, y del mar, al oeste. Por la noche, tiritamos” de frío, señala. AFP