Son frágiles al punto que cualquier llamado de atención a su adolescencia perpetua puede acabar en un suicidio, llanto o visita al siquiatra o sicólogo. Vienen cambiando de lugares de trabajo a un ritmo de uno cada dos años por lo menos. Suman ya más de 7 y probablemente alcancen a 20 hasta que les llegue la jubilación, pero sin recursos para ser atendidos en su salud y ancianidad. Viven –como todo adolescente– culpando a los demás de su fracaso en la vida y cuestionan la incertidumbre en la que la generación de sus padres les ha dejado como herencia. Todos quieren ser Elon Musk, pero sin ingenio; Jobs, pero sin imaginación; o Picasso, sin esfuerzo. El malagueño tenía una frase fantástica cuando decía: “trabaja duro de manera tal que cuando la suerte te llegue te sorprenda trabajando”. Los millennials odian la rutina, el esfuerzo y el silencioso camino que labra a los exitosos cada día. Viven esperando como náufragos que la botella (el mensaje del celular) llegue hasta algún desaprensivo colega que lo rescate de la angustia del vivir cotidiano.
La ausencia del ejercicio del lenguaje les ha cortado vínculos que en un país como el nuestro, el de los amigos, le impide construir redes, relaciones con quienes soñar y construir un escenario distinto al que se quejan fue el heredado de sus progenitores. El networking es generalmente el de la evasión, el consumo y la angustia colectiva. Esta generación, la de la eterna y larga adolescencia, se ha convertido en un problema social, económico y político intenso que puede entrar en una crisis terminal en la pospandemia. Cuando eso habrán cumplido 40 años y con la crisis económica que se viene es probable que sean sujetos de juicio de desalojo de la casa de sus padres.
Generalmente son caprichosos y soberbios cuando tienen algo de dinero y poder y notablemente frágiles y sumisos cuando están en su condición natural: la llanura. En lo político buscan las grandes posiciones de poder desde donde emular la vida de la abundancia, el dispendio y la corrupción que han visto como modelo de éxito. De ahí salen los joselos, los betos y otros que actúan de broker de un poder sin carácter, sin templanza ni destino.
Los millennials buscan aparentar sin ser. Desprecian todo aquello que carecen y sin un gran fideicomiso que les administre lo que les queda de vida serán un gran problema nacional. El bono demográfico entrará en crisis con esta generación de manera gravosa en un largo invierno de necesidades, frustraciones y nostalgias. Hay que apurar el paso de la adolescencia, aunque se esté por cumplir los 40 años.