22 nov. 2024

MIRTA ROA MASCHERONI: “Recuerdo siempre a mi papá o leyendo o escribiendo”

Augusto Roa Bastos nació en Asunción, el 13 de junio de 1917. En unos días cumpliría 105 años, y es una buena ocasión para evocarlo a través de los recuerdos de su hija Mirta Roa.

  • Brigitte Colmán
  • Periodista

La figura más importante de la literatura paraguaya, Augusto Roa Bastos, cumpliría 105 años, lo cual es una buena razón para hablar y acercarnos a su lado más humano de la mano de Mirta Roa, una de sus hijas. En esta entrevista comenta sobre el proceso de escritura de su padre, el exilio y la famosa frase que le dedicó García Márquez a Roa.

—¿Qué puede contar sobre su madre?

—Ella era la penúltima hija de los Mascheroni de Iturbe, vivían enfrente de la estación del tren, y tenían un negocio de ramos generales, era una familia de buen pasar. El de ellos es un amor de juventud que siguió aun cuando ellos se separaron, siguió siendo un cariño y una relación de amistad; hasta la última parte cuando mi papá ya estaba mal, nosotros volvimos a Paraguay y ella enseguida se ofreció también a cuidarlo, aunque ella estaba tan viejita como él. Ellos se casaron en el año 42, y tuvieron un hijo que murió muy chico, tenía dos años; y después tengo a mi hermano Carlos, y posteriormente él tuvo más hijos.

—Roa fue al exilio por primera vez, ¿ustedes fueron con él?

—1947 fue el primer exilio. Él se fue primero y nosotros nos refugiamos en Yegros, según lo que pude rescatar de todas las cartas, y después nos unimos con mi papa allá; mi hermano ya nació en Argentina.

—¿Cómo y por qué lo exiliaron?

—Fue en la época de Morínigo. Él era editorialista del diario El País, había escrito su último editorial que llevaba el título: “El apego al poder”, y estaba dirigido tácitamente a él, pero sin nombrarlo. Cuando vieron eso entraron al local del diario a destruir las máquinas, pero él logró escapar. Entonces se fue a refugiar en la casa y de ahí lo fueron a buscar, primero se refugió en la Embajada de Brasil y cuando tuvo el salvoconducto se fue a Buenos Aires, ese fue el primer exilio.

La segunda vez fue desde Argentina, durante el gobierno militar en el 76. Él había hecho muchos guiones cinematográficos y había escrito Yo, el Supremo, que se editó en Argentina; no se pudo editar aquí en Paraguay en esa época y lo traían a escondidas y lo leían igual. Entonces un amigo le consiguió un puesto en la Universidad de Toulouse, donde vivió hasta el 96 cuando regresó a Paraguay.

Fue profesor, también dio conferencias, recorrió gran parte del mundo dando clases, tuvo una vida muy movida, en el sentido de la comunicación, porque tampoco nunca dejó de ser periodista, y al final quiso regresar a Paraguay porque quería morir aquí.

Regresó al Paraguay en el año 1996 y pretendió dar clases en la Universidad Nacional, pero no lo aceptaron porque no tenía grado académico, pudo dar clases en todas partes menos aquí.

—¿Cómo era la vida en el exilio?

—Había muchos amigos allá, una cantidad de músicos que estaban allá y ayudaron; trabajaba de cualquier cosa, el lugar donde más estuvo, que más estabilidad le dio fue la compañía de seguros donde dirigía la revista que editaba la compañía de seguros. Eso le daba la posibilidad de poder estar en el centro de la ciudad, donde estaban las tertulias y donde se encontraba con los grandes escritores. A algunos los conocí y a otros por su obra. En Buenos Aires había una vida intelectual muy importante, estaban Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, Juan Manuel Puig, estaban todos.

—¿Cómo era Roa como padre?

—Muy particular. Vivíamos en Martínez, Argentina, donde había muchos extranjeros, italianos, españoles, húngaros, y todos tenían una vida muy pareja, los padres venían a la tarde, papá era totalmente diferente; de chicos éramos diferentes de nuestros amiguitos, pero a la vez también era algo que nos diferenciaba porque cuando él estaba, hablaba con los vecinos, era muy seductor, no solo con las mujeres; te encantaba hablar con él.

Yo recuerdo que venía el electricista a la casa y se quedaba largo rato a hablar con él y no se sentía de menos el electricista hablando con papá, yo pienso que él observaba mucho a la gente.

Ya en la adolescencia sí nos hizo más falta, cuando ya tenía otra pareja y estaba más lejos porque se fue a vivir a Mar del Plata, ahí sí nos hizo más falta, pero siempre en los momentos importantes para nosotros él estuvo.

—¿Podría hablar del proceso de escritura de Roa?

—Para nosotros era terrible, porque cuando él estaba en casa teníamos que hacer silencio, la casa era chiquita, él escribía en su dormitorio, entonces no podíamos hacer ruido, no podíamos jugar con los chicos, viste que antes se jugaba en la calle, quería que se fueran a jugar a otro lado.

Yo recuerdo siempre a mi papá o leyendo o escribiendo, incluso si se quedaba, si estaba enfermo estaba leyendo. El entorno nuestro era eso.

Yo cuando tomé conciencia de lo que era mi padre como escritor no me atreví a hacer ni una carta, por eso ahora recién de vieja me animé a hacer ese libro porque me insistieron mucho que contara cosas.

—El Premio Cervantes fue muy importante para él y para todos.

—A él siempre lo acogieron bien en todas partes, y en el Cervantes era impresionante, los jóvenes querían estar con él, preguntarle cosas. En Alcalá de Henares salir de la universidad y caminar en la vereda era un trayecto de dos horas porque todos se acercaban, fue un hito, fue extraordinario.

Y cuando vino a Paraguay fue como si hubiera ganado un partido de fútbol importante, la Copa Cervantes le decían…

—¿Es cierta aquella anécdota del saludo de García Márquez cuando le dieron el Cervantes?

—Sí, García Márquez le mandó un telegrama que decía: “Tú, el Supremo”.

—¿A quiénes admiraba? ¿Qué leía?

—Qué no leía… leía muchísimo, todo le interesaba, siempre venía con un libro escondido debajo del brazo, era un gran lector. Admiraba a Casaccia y a Barrett, admiraba mucho a Josefina Plá, de ella decía que fue su maestra, tanto como Barrett, que le enseñó a escribir, sin haberlo conocido.

—¿Cuál es su obra preferida de Roa y por qué?

Contravida. Es muy autobiográfica, yo me emocioné mucho cuando la leí. Hay mucho de la época, viste la película que hizo Gamarra, El portón de los sueños, es muy hermosa, y en Contravida, está esa parte del portón. Creo que lo escribió con mucha emoción, no es de las más nombradas, pero porque no la conocen nomás, porque a mí me parece muy importante.

—¿Hay lectores jóvenes de Roa?

—Ahora cómics con la obra de Roa, hay cinco con los cuentos Pirulí, Carpincheros, hay uno que Javier Viveros hizo con lo que yo le conté que sabía de la novela Un país detrás de la lluvia, que no apareció nunca. También hay cinco cuentos, y la vida de él que hizo Andrés Colmán en cómics; este va dirigido a un nuevo segmento, para gente que empieza a leer.

También hicimos con Servilibro lo que se llama biblioteca básica 8 títulos, cada libro tiene 100 páginas nomás, hay poesía, novela, cuento.

Por otro lado, tuve la grata sorpresa de conocer a los chicos del Colegio Experimental Paraguay-Brasil y a los de estudiantes de Filosofía y Letras, ellos hicieron un acto en recuerdo de Roa, son chicos de entre 15 y 17 años, y eso quiere decir que hay lectores jóvenes. Hay gente joven que quiere conocer a Roa, no solo la obra, sino quién era él como ser humano.

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