La misa solemne de Navidad se celebró este miércoles 25 de diciembre en la Catedral Metropolitana de Asunción, ocasión en la que el cardenal Adalberto Martínez manifestó que hoy una gran luz ha bajado a la tierra y que no puede haber lugar para la tristeza, cuando nace “aquella vida que viene a disipar y destruir nuestros miedos y a darnos la esperanza de una eternidad dichosa”.
Explicó que cuando en el pesebre contemplamos la imagen del Niño Dios arropado en la cuna, lo vemos siempre con los brazos y manos abiertas. El gesto de sus manitas abiertas para abrazarnos y acunarnos en su cuna es la expresión de las manos del Dios hecho hombre, la Palabra que se hizo carne para estrecharnos en su divino y tierno abrazo.
Mencionó que tanto amó Dios al mundo que lo abrazó y envió a su único hijo, “la palabra hecha carne”, nacido de la Virgen María, para que él, sobre la tierra, “nos abrace con su manos humanas”.
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“Y cantamos y contamos esta alegría con los ángeles, aunque por momentos la garganta enmudece, tiembla y desespera por tantas sombras y tinieblas que en el hoy de la existencia humana oscurecen el horizonte de la vida. Tantas manos humanas también, manos oscuras, que traman, maquinan, fabrican armas para destruir. Guerras y enfrentamientos, manos que se convierten en puños para golpear y piedras para juzgar y condenar. Tantos abrazos engañosos que abrazan en realidad codiciando otros intereses, para sí o terceros. Abrazos fríos y calculadores”, expresó.
Dijo que hay manos que hieren como Herodes, que busca eliminar vidas inocentes, “manos sicarias que se alquilan y venden para gatillar muertes, manos asalariadas para engendrar la desaparición y extinción de la vida humana en el vientre materno, con o sin leyes que lo avalen para usurpar la vida humana con abortos procurados y otras prácticas antinatalistas. Manos asesinas que comandan y manipulan tableros digitales para lanzar misiles, metrallas y proyectiles de muertes y dinamitar vidas humanas”, agregó.
“(En este mundo hay) manos escondidas como garras y garfios destructores para herir y rasgar con sus ambiciones corruptas, usurpando la dignidad de personas, robando sus esperanzas. Manos que siembran discordias. Manos que rechazan y se contraponen a la luz. La luz que brilla en las tinieblas es rechazada por las tinieblas. ¿Pueden las tinieblas del pecado bloquear la intensa luz de la gracia?”, mencionó.
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El cardenal manifestó que “en el pesebre de nuestro corazón quisiéramos recibir y abrazar hoy al niño Dios, la vida nueva que nos transforma y comprometernos a trabajar para reformar nuestras vidas y con él ser artesanos de la civilización del amor, de respeto y buen trato, de la esperanza que no defrauda, para contrarrestar las obras del mal”.
“El único antídoto al veneno del odio es el amor. Que el Señor nos ayude a crecer en la fe, a transformar y sacudirnos continuamente de nuestras comodidades y adormecimientos”, concluyó.