No malentiendan, no se trata de renegar de la tierrita donde uno nació, la cual, a pesar de la corrupción y la impunidad, los negociados y la deforestación, los incendios y el humo que nos asfixia; a pesar de los 40 grados a la nochecita, el viento norte y la falta de lluvias, de los colorados y las deudas de Olimpia, es nuestro lugar en el mundo.
Lástima que ese lugar se vea tan frecuentemente contaminado por gente miserable y un tanto canalla, a esos me voy a referir a continuación, disculpen el divague, culpémosle al calor.
Comencemos por un reciente episodio que tuvo lugar en un súper hipermercado de la ciudad de Asunción. No daré a conocer el nombre para que después no digan que quiero quedar bien con la patronal.
Estaba yo en la zona de frutas y verduras. En días como estos, si tenés tiempo, es una muy buena idea dar vueltas por el súper y aprovechar de la frescura del aire acondicionado. En fin… me encontraba yo frente al stand de las naranjas con mi bolsita en la mano, preparada para elegir algunas; cuando me percato de que había una señora con su hija adolescente parloteando frente al mismo stand.
La señora en cuestión agarraba y toqueteaba todas y cada una de las naranjas del lugar, y luego las descartaba, pero ni siquiera lo hacía de manera cuidadosa y delicada, sino que las tiraba como si estuviera jugando al bowling. Yo le dirigí una mirada de lo más indignada, pero debajo de mi tapabocas y mis anteojos de sol creo que no se notó, y tampoco quise arriesgarme a que me tirara una naranja por la cabeza si llegaba a reclamarle.
Las tiendas y supermercados están llenos de esta clase de gente. Gente egoistona que no piensa ni un segundo en el otro. No considera que esa naranja que ella machucó podría ser el alimento de otra persona, y no le importa hacer esas cosas en público, son absolutamente impúdicas en su estupidez. Y mejor no hablemos de lo que sucede en la zona de la panadería, ahí da para comenzar un moquete con todos los que insisten en agarrar los panes con sus manos sucias.
El segundo episodio de este apasionante relato sucedió frente a mi casa. Resulta que un día me percato de que el portón del estacionamiento estaba semiabierto. Se trata de un portón de rejas de hierro, muy viejo por cierto, y cuando me acerqué pude comprobar que alguien lo había atropellado. El portón en cuestión quedó totalmente descuadrado, y ahora apenas se abre con mucha dificultad; de más está decir que no teniendo cámaras de seguridad fue imposible identificar al idiota que se llevó el portón por delante.
El cambio o reparación del portón tendrá que esperar, pues la prioridad más importante de mi vida es pagarle los impuestos a Nenecho, quien estoy segura me va a devolver esos impuestos convertidos en eficientes servicios.
La verdad es que me da un poco de pena quejarme del idiota que destruyó mi portón, habiendo tantos canallas que atropellan con sus camionetas a personas, las matan y después huyen en forma cobarde. Entiendo que lo del portón no se compara, ¿pero se percatan de que es el mismo patrón de conducta, verdad?
Reflexionando sobre estas categorías de personas llegué a la conclusión de que ambas especies de cretinos chillan como un chancho cuando se habla de la propiedad privada: mi auto, mi casa, mi estancia, mi diputado; pero no tiene el mínimo respeto hacia los otros seres humanos. Además, y esto es lo peor de todo, solo les importa lo privado que es de ellos, pues lo público que es de todos, de toda la gente, está para ser patoteado, ensuciado, contaminado, destruido, y por eso no les importa.