Esta idea ya había sido mencionada por el anterior ministro de Economía del Brasil Paulo Guedes; y, durante su campaña, el actual mandatario brasileño Lula Da Silva, propuso la creación de “Sur” una moneda digital común sudamericana y de un Banco Central Sudamericano, idea originada en algunos de sus asesores económicos, incluido el actual ministro de Hacienda Fernando Haddad, si bien este, ya como ministro, dijo recientemente que no había ningún proyecto al respecto. La fundamentación es facilitar la integración regional y dejar de depender del dólar norteamericano en el comercio intrarregional. Hasta ahora son ideas políticas sin mucho contenido, pero es importante analizar su viabilidad para nuestro país considerando que provienen de los principales socios del Mercosur.
Desde el punto de vista económico, una moneda común creíble que sea efectivamente utilizada en el comercio entre los países miembros es absolutamente inviable, porque no existen los fundamentos y precondiciones básicos de un área monetaria óptima, en el cual la introducción de una moneda única podría aportar los beneficios de eliminar los costos, riesgos e ineficiencias relacionados a las operaciones de cambio en el comercio de bienes y servicios, y, que los mismos superen a los costos a nivel nacional de renunciar a la emisión de una moneda propia y a implementar políticas monetarias adecuadas para mantener la estabilidad de precios y atenuar los ciclos económicos particulares del país. En general, las precondiciones se refieren a la existencia de una alta integración entre los países miembros del bloque en términos de destino y origen de los bienes y servicios, de libre movimiento de personas y capitales y una simetría entre las políticas fiscales, financieras y regulatorias. En la medida en que existan estas precondiciones, son necesarios además un diseño adecuado del gobierno y la institucionalidad relativos a la emisión de la moneda que garantice la correcta administración y gestión de la política monetaria y financiera común que sería ejecutada a partir de ella.
El Tratado del Mercosur, firmado en marzo de 1991, ya había sido muy optimista en su propósito que consiste en la creación de un mercado común entre los países miembros, especificando que ello implica la libre circulación de bienes, servicios y factores productivos; el establecimiento de un arancel externo y una política comercial común; la coordinación de las políticas macroeconómicas y sectoriales; y el compromiso de armonizar las legislaciones nacionales en las áreas pertinentes para consolidar el proceso de integración. A casi 32 años de su creación, los avances para alcanzar estos propósitos han sido limitados, el comercio intra-Mercosur no ha cambiado significativamente y las asimetrías estructurales, de políticas económicas y regulatorias entre los países sigue siendo enorme. La creación de una moneda común sería la última etapa de un proceso de integración económica y política; el Mercosur aún no ha logrado siquiera sus objetivos fundacionales, los cuales son prerequisitos básicos para el éxito de una moneda común.
La experiencia de la Unión Europea nos indica que debemos ser muy prudentes y responsables en encarar un proyecto de tal envergadura. A corto plazo, el Mercosur debe consolidar la integración comercial interna, liberando efectivamente el flujo de bienes y servicios, y, a mediano plazo, construir una unión aduanera abierta reduciendo el arancel externo común y negociar más activamente acuerdos de libre comercio con los principales países y bloques económicos del mundo para acceder a sus mercados con productos de valor agregado, no solo con materias primas. Y, con una perspectiva de largo plazo, debemos avanzar en la coordinación de las políticas macroeconómicas hasta lograr la vigencia plena de una política fiscal y monetaria responsable y confiable, con estabilidad de precios en todos los países miembros y en la liberación del flujo migratorio y de capitales. Pensar en una unión monetaria en las actuales condiciones, no tiene sentido.