09 abr. 2025

Monos vestidos de seda

Rodrigo Houdin – @rodrigohoudin

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Los monos verdes crearon un sonido para advertir la presencia de una amenaza aérea, según el estudio.

Foto: animaldiversity.org

“Aunque el mono se vista de seda, mono se queda”.

Esta es una de las expresiones idiomáticas más conocidas en el mundo. Por lo general, la utilizamos cuando alguien muestra una imagen exterior muy distinta a lo que es en esencia.

La semana pasada se cumplieron diez meses de la llegada de la pandemia al Paraguay. El 8 de marzo de 2020, el ministro de Salud, Julio Mazzoleni, aparecía como el protagonista de una noticia que causaría pánico a gran parte del país, al confirmar el primer caso de Covid-19.

La preocupación en el rostro de las autoridades se podía percibir y esa misma carga se trasladaba hacia la población. Un sistema sanitario deplorable y una gran epidemia de dengue que se acababa de ir, nos llevó a pensar que solo Dios podía salvarnos de la catástrofe.

Paraguay fue uno de los primeros países de la región en adoptar medidas sanitarias estrictas, apenas tenía un puñado de casos y las muertes se podrían contar con los dedos de una mano.

Esto fue señalado como un ejemplo de coraje por otros países, pero en realidad no era más que una medida desesperada para ganar tiempo mientras se veía qué hacer con nuestro sistema de salud.

Por unos meses, nuestros gobernantes y la clase política se vistieron de seda. La preocupación por la vida por sobre cualquier interés económico nos llevó a pensar que la pandemia traería consigo un nuevo país.

La figura de Julio Mazzoleni como la del capitán, que se sinceró sobre las precariedades del sistema de salud pública, tomando las decisiones acertadas para evitar una ola de muertes y contagios, fue solo un espejismo de que podríamos tener un funcionario íntegro y leal a los intereses del país.

El Congreso Nacional dejó de lado sus diferencias políticas y, sin perder el tiempo, aprobó USD 1.600 millones para enfrentar a la pandemia, con un alto impacto social.

No podemos olvidarnos de que todos los sectores sociales acudieron con firmeza a un llamado del Ejecutivo para analizar la reforma integral del Estado y se dispuso que aquellos funcionarios públicos privilegiados renuncien a parte de sus salarios para ayudar a enfrentar la crisis.

Sin embargo, el espejismo de un país mejor solo duró unos meses. Y sí, todo parecía muy bueno para ser real. La vestimenta de seda no duró más que un fugaz paso por el probador.

Las compras fallidas de insumos Covid desde China, el agua tónica anticoronavirus de Petropar, las mascarillas de oro, los escandalosos acuerdos secretos y una millonaria pasarela que al parecer será inútil, nos recordaron que estamos gobernados por las mismas sanguijuelas de siempre.

Algo que no cambió en estos meses de pandemia es que seguimos vivos gracias a Dios, ya que, milagrosamente, el sistema sanitario no colapsa mientras el Ministerio de Salud mira desde las gradas cómo los países de la región ya han asegurado las vacunas contra el Covid-19 para su población.

Son tantas las metidas de pata consecutivas de este Gobierno en tiempos de pandemia que mientras la población perdió el miedo al virus, por la necesidad de volver a trabajar, ellos perdieron totalmente la autoridad moral para plantear el endurecimiento de las medidas sanitarias en un mes sumamente complicado por el repunte del Covid-19.

Y hablando de vacunas y monos, no podemos dejar de mencionar a nuestra Justicia, que con sus fallos hechos a medida, permite que los protagonistas de los mayores escándalos de corrupción de la historia del país, como el de los audios del JEM, vayan a sus casas para cumplir sus simbólicas condenas.

En solo diez meses, Paraguay pasó de ser un ejemplo ante el mundo —por su tenaz lucha contra el coronavirus— a convertirse en uno de los pocos territorios en el que sus habitantes pueden padecer, en simultáneo, los efectos del dengue, el Covid-19 y la corrupción endémica.