27 nov. 2024

Movimiento talibán y el temor de los afganos de volver a un cruel régimen

Los talibanes parecen haber iniciado una campaña de seducción mediática para convencer de que cambiaron. Pero los afganos tienen vivo el recuerdo del brutal régimen fundamentalista.

Foto UH Edicion Impresa

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La milicia talibán, cuyo retorno al poder esta semana ha desatado la desesperación del pueblo afgano que teme perder todos sus derechos, en especial las mujeres, es un movimiento integrista que surgió en 1994 en Kandahar, en el sur de Afganistán, en torno al mulá Mohamed Omar, y al amparo de Pakistán.

Los talibanes, cuyo origen de la palabra significa estudiantes (del Corán), estaba integrada originalmente por jóvenes de la etnia pastún – mayoritaria en Afganistán, formados en las “madrasas” (escuelas coránicas), no tardaron en ganar adeptos al presentarse como garantes del orden y de la unidad de un país sumido desde hacía 15 años en un guerra ininterrumpida, tras la ocupación soviética entre 1979 y 1989, y luego una guerra civil.

De ahí que su ascenso fuera relativamente rápido. El 27 de setiembre de 1996, los talibán entraron en Kabul, ejecutaron a Mohamed Najibullah, presidente del Gobierno prosoviético y en menos de dos años, en 1998, se hicieron con el control del 90 por ciento del país.

El resto, reducido a un pequeño feudo al noreste del país, quedaba en manos de la Alianza del Norte, grupo interétnico integrado por “señores de la guerra”.

MUJERES, SIN DERECHOS. Instalados en el poder, los talibán formaron Gobierno (solo reconocido por Arabia Saudí, Pakistán y Emiratos Árabes Unidos) e impusieron sus propias leyes las que terminaron afectado principalmente a las mujeres, aunque también a los hombres.

La milicia integrista aplicó la Sharía (el camino), una serie de principios basados en el Islam caracterizados por un excesivo puritanismo religioso y el atropello de los derechos humanos. Prohibió a las mujeres trabajar fuera de casa, les impuso el uso del “burka” y cerraron las escuelas femeninas. Los hombres fueron obligados a dejarse crecer la barba, se clausuraron los cines y se prohibieron la música, el ajedrez y los juegos de azar.

El régimen estableció además la lapidación de los adúlteros, la amputación de manos a los ladrones, la flagelación a los homosexuales y la pena de muerte a los musulmanes afganos que se convirtieran a otra religión o invitaran a la conversión. Ahora, mientras sus voceros se muestran moderados, sus tropas son acusadas en algunas regiones de amenazar a periodistas o de no dejar a las mujeres volver a la universidad.

En Kabul, las imágenes de mujeres de los escaparates de las tiendas desaparecieron.

“Actualmente, son los mejores en relaciones públicas. Hablan inglés, se dirige a los medios internacionales”, explicó en una entrevista para la cadena británica Channel Four Pashtana Durrani, que dirige una ONG para la educación de las mujeres en Kandahar. “Dicen una cosa en rueda de prensa y hacen otra sobre el terreno”, destacó.

OSAMA BIN LADEN. A finales de los 90, la vulneración de los derechos humanos hizo que la Comisión Europea, las Naciones Unidas y otros organismos instaran al régimen a respetar las Convenciones internacionales, pero fue la hospitalidad con el fundador y líder de la organización terrorista Al Qaeda, el saudí Osama Bin Laden, lo que precipitó su fin. Tras los atentados de agosto de 1998 contra las embajadas estadounidenses de Tanzania y Kenia, EEUU bombardeó supuestas bases terroristas en Afganistán y el 15 de octubre de 1999, el Consejo de Seguridad de la ONU dio un ultimátum al régimen para que extraditara a Bin Laden bajo la amenaza de embargo aéreo y sanciones financieras, que entraron en vigor un mes después.

La resistencia a entregar a Bin Laden, tras los atentados del 11 de setiembre de 2001 en Nueva York y Washington, provocó en octubre la intervención armada sobre Afganistán y el rápido derrocamiento del régimen integrista, que en noviembre sucumbía a la acción combinada de los bombardeos estadounidenses y la ofensiva de los antiguos “muyahidines”.

20 AÑOS DE GUERRA. Sin embargo, la insurgencia contra el Gobierno de Kabul y las fuerzas internacionales no cesó, y desde el comienzo de la invasión en 2001 –sustituida por una misión de entrenamiento en 2014– han muerto en Afganistán más de 2.200 militares estadounidenses.

Pero sería el 29 de febrero de 2020 cuando el fin de la ocupación de EEUU comenzó a fraguarse en Doha con la firma de un histórico acuerdo entre Washington y los talibanes, que preveía la retirada de las tropas aliadas desplegadas en Afganistán –entre 12.000 y 13.000 efectivos– en apenas catorce meses, y la liberación de 5.000 prisioneros talibanes y 1.000 miembros de las fuerzas afganas.

A cambio, los talibanes se comprometían a no permitir que el suelo afgano volviera a convertirse en un santuario para grupos terroristas extranjeros que pretendían atentar en el extranjero, y aceptaban iniciar un diálogo de paz intraafgano.

El diálogo de paz, que comenzó en setiembre de 2020 en Doha, apenas registró avances significativos, estancado durante meses incluso en pasos previos como el de tratar de alcanzar un punto común en los procedimientos a seguir durante las conversaciones.

El acuerdo de Doha de febrero de 2020 se firmó durante la administración de Donald Trump, y con la toma de poder en enero de 2021 del nuevo presidente estadounidense, Joe Biden, los planes de la retirada total de las tropas aliadas continuaron sobre la mesa, aunque se retrasó de mayo a setiembre de este año su finalización.

Fue precisamente el pasado 1 de mayo cuando comenzó oficialmente el inicio de la fase final de la retirada de las tropas extranjeras de Afganistán, un proceso que coincidió con una rápida ofensiva de los talibanes, que en un avance inédito fueron conquistando gran parte del país sin apenas encontrar resistencia.

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